Carmen Posadas: Choupette, la gata inmortal
«Cuanto más conozco a las personas, más amo a mi perro». Lord Byron
En este momento no tengo perro, de modo que no puedo suscribir esta afirmación, pero siempre me han gustado los animales, (casi) todos, incluidos los que tienen muy pocos fans, como las serpientes o las tarántulas, en especial, las azules. Dicho esto, me dejan patidifusa los extremos a los que llegan algunos amantes del reino animal. El último en demostrar una devoción sin límites por su mascota ha sido el difunto Karl Lagerfeld. Desde que en 1989 perdiera a su compañero de vida, el diseñador decía no tener a nadie en quien volcar su cariño. Hasta que un buen día, allá por 2012, apareció Choupette, una gata birmana con la que, según sus propias palabras, de ser legal, le hubiera gustado contraer matrimonio. A pesar de que no pudo legalizar su situación, la vida de Choupette junto a Karl fue idílica. Viajaba en business o en aviones privados, comía en la mesa con Karl y era atendida por sus propias criadas. También tenía su propia fortuna, casi tres millones de euros, ganados con su trabajo como modelo publicitaria. «Es la gata más rica y más famosa del mundo –solía decir Lagerfeld, orgulloso–. Tiene 50.000 seguidores en Twitter y 160.000 en Instagram. Además, ha ‘escrito’ un libro en el que narra sus peripecias diarias y posee su propia línea de accesorios felinos». Choupette debe de estar muy triste por la pérdida de tan rendido amante, pero no es de esperar que la muerte de Lagerfeld le suponga ningún quebranto económico. Además de su propia fortuna, el modisto, que murió sin descendencia, la hizo su heredera. Se acaba de hacer público que recibirá 150 millones de dólares. «Las personas que se ocupen de ella no estarán en la miseria», dejó dicho también Lagerfeld, lo que me hace pensar qué podrá pasar con tamaña fortuna el día en que Choupette muera. No se han hecho públicas las disposiciones que dejó el modisto para cuando esto ocurra, pero hay varias consideraciones legales interesantes a tener en cuenta. Por ejemplo, si Choupette puede heredar, ¿puede también testar? ¿Tendrá gatitos y, por tanto, también herederos esta bellísima gata de Birmania? ¿Y si muere sin herederos, pasará su fortuna a manos de sus cuidadores? Sabiendo cómo era Karl Lagerfeld, resulta poco probable que dejara esta puerta abierta para que cualquier desaprensivo mandase a Choupette al paraíso de los gatos antes de tiempo. Mi apuesta es que, como testador precavido, el modisto haya previsto mecanismos para que esto no suceda y su gata pueda tener una larga y venturosa vejez. Claro que a lo mejor resulta que Choupette, en manos de colaboradores tan atentos, tan serviciales, empieza a emular a Bastet, gata sagrada egipcia, y se vuelve inmortal. No sería la primera vez que ocurre semejante portento. En el siglo pasado, una multimillonaria norteamericana dejó toda su fortuna a su adorado chihuahua. Veinticinco años más tarde, el chihuahua (que ya era añoso cuando heredó) estaba hecho un chaval, vamos, que parecía otro… Son verdaderamente sensacionales los milagros que obran unos cuantos millones de dólares. Por lo que se ve, aquellos cuidadores, además de vivir como pachás, tuvieron la fortuna de encontrar la fuente de la eterna juventud.
Por supuesto, cada uno es dueño de hacer con su dinero lo que mejor le parezca, y no seré yo quien saque a colación ahora la más que evidente diferencia entre la vida regalada de Choupette y la de tantas, tantísimas personas a las que podía haberse beneficiado con esa herencia. Pero teniendo en cuenta que, solo en España, el año pasado cerca de 140.000 mascotas fueron recogidas de la calle, lo que da idea de cuántas se abandonan año a año a su suerte, no puedo por menos que pensar que es una lástima que ningún millonario animalista se haya acordado de ellas. Pero, claro, los perros y gatos sin dueño no son tan guapos ni sedosos como Choupette. Porque hasta entre mascotas hay clases, y unas son aristócratas y otras… Bah, las otras, solo chuchos y mininos piojosos.