Mario Lanza, el 60 aniversario de su muerte
El tenor falleció el 7 de octubre de 1959 en Roma
Alfredo Arnoldo Cocozza, un tenor inolvidable, cuyo nombre artístico era Mario Lanza, falleció hace sesenta años, el 7 de octubre de 1959 en Roma. Nació el 31 de enero de 1921 en Filadelfia, el mismo año en que murió el legendario Enrico Caruso. Quizá por ello durante un tiempo existió la leyenda de que el recién nacido Alfredo, el futuro gran tenor Mario, había heredado la voz de Caruso.
Filadelfia, ubicada a la orilla derecha del río Delaware, es la ciudad más populosa de Pensilvania (y hoy quinta ciudad de los EEUU por población) y tuvo unos orígenes muy auspiciosos: fue fundada en 1682, y durante el siglo XVIII era la ciudad más poblada de las trece colonias, y la tercera del Imperio Británico, tras Londres y Dublín; incluso fue por un tiempo capital de los nacientes Estados Unidos. Pero los tiempos cambian, y la capital se mudó más al sur, en lo que hoy es Washington, cerca de otro río, el Potomac. Pero volvamos a nuestro asunto.
Nuestro tenor se une a una muy destacada lista de personalidades de la cultura, del cine y de la música nacidos en la ciudad «del amor fraternal» (el significado de «Filadelfia»): Grace Kelly, John, Ethel y Lionel Barrymore (una de las más legendarias dinastías en el teatro norteamericano), Janet Gaynor, Richard Gere, Kevin Bacon, Will Smith, Blythe Danner, Paul Douglas, Bradley Cooper, Kat Dennings; los músicos e intérpretes Billie Holiday, Jeanette MacDonald, Chubby Checker («Let’s twist again», etc.), Michael Brecker, Jim Croce, Eddie Fisher, Al Martino; el director de cine Sidney Lumet; la antropóloga Margaret Mead, o el entrenador de boxeo Angelo Dundee (tuvo bajo su guía a 15 campeones mundiales, entre ellos Cassius Clay -Muhammad Ali- y Sugar Ray Leonard).
Los padres de nuestro cantante eran inmigrantes italianos. Su padre, Antonio, fue un héroe en la Primera Guerra Mundial; Alfredo heredó de su madre la apreciación y gusto musical, porque ella tenía una hermosa voz.
A los dieciséis años anunció su deseo de ser cantante, con evidente apoyo materno, recibiendo entonces sus primeras lecciones de canto. Fue descubierto por Sergei Koussevitzky, un músico nativo de Rusia que entre 1924 y 1949 fue director musical de la Orquesta Sinfónica de Boston. Koussevitzky dejó una gran carrera musical; (Mario no fue el único joven a quien promovió e impulsó: otro de sus protegidos y discípulos más distinguidos fue Leonard Bernstein). Fue por ese entonces cuando Alfredo Cocozza decidió usar Mario Lanza como nom de guerre artístico, reivindicando el apellido de su madre, cantante frustrada.
Su joven carrera fue interrumpida por la Segunda Guerra Mundial. Al regreso realizó extensas giras por el país, y a raíz de un concierto en Los Angeles captó el interés del poderoso productor de cine Louis B. Mayer (fundador de la Metro-Goldwyn-Mayer), quien convence a Lanza de firmar un contrato por siete películas. Al mismo tiempo que se iniciaba su carrera cinematográfica, comenzó a grabar discos con la RCA Victor. Su éxito fue enorme, tanto en música popular como en ópera.
En 1951 filmó la muy apreciada «El gran Caruso», con notable recepción por el público (fue la película más vista en el mundo ese año). Pero en ese momento comienza un debate inacabable de la crítica, dividida entre seguidores incondicionales y detractores incansables.
No le ayudó en nada una serie de encontronazos y pleitos que lo llevaron a ser despedido en 1952. La prensa de entonces dio como causa su sobrepeso, pero en realidad fue su negativa a seguir las instrucciones del director de «El Príncipe estudiante» (Curtis Bernhardt), que le exigió que grabara de nuevo toda la banda sonora, porque la había cantado «de manera muy emocional». Lanza exigió su dimisión, sin éxito. Solo y sin claras perspectivas laborales, se encontró con el alcohol.
Podemos leer en Wikipedia: «Regresó a la actividad cinematográfica en 1955 en la cinta Serenade (Serenata), de Anthony Mann, con Joan Fontaine y Sara Montiel. Sin embargo no fue una película tan exitosa como las anteriores. Se trasladó a Roma en mayo de 1957, donde trabajó en la película Las siete colinas de Roma (donde cantó la célebre canción «Arrivederci Roma», junto a la joven Luisa Di Meo) y volvió a realizar una serie de conciertos en todo el Reino Unido, Irlanda y el continente europeo. A pesar de que su salud decaía, lo que se tradujo en una serie de cancelaciones, Lanza siguió recibiendo ofertas para conciertos y películas».
Casi inmediatamente la tragedia cubrió no solo a Lanza, sino a su familia: «En abril de 1959 sufrió un ataque cardíaco, seguido de una neumonía doble en agosto. Murió en Roma el 7 de octubre de 1959 a los treinta y ocho años de una embolia pulmonar. Su viuda, Betty Cocozza, se trasladó a Hollywood con sus cuatro hijos y se suicidó con barbitúricos cinco meses más tarde; Marc, el más joven de sus dos hijos, murió en 1993 de un ataque al corazón a la edad de treinta y siete años. Seis años más tarde, Colleen, la hija mayor, murió a los cuarenta y ocho años, al ser atropellada en una autopista. Damon Lanza, el hijo mayor de la pareja, murió en agosto de 2008 a los cincuenta y cinco años de edad, de un ataque al corazón».
Para el director Arturo Toscanini Mario Lanza fue «la voz más grande del siglo XX», una afirmación que, aun viniendo de uno de los mejores directores de orquesta italianos, parece que hay que tomar al menos con alguna reserva. No obstante, es digno de mencionar que Maria Callas (nunca conocida por prodigar alabanzas) lo llamó «el sucesor de Caruso». Oigamos su interpretación de «Che gelida manina«, de La Boheme, de Puccini:
Pero si en lo artístico Mario Lanza no terminó por satisfacer del todo a los más exigentes aficionados líricos, sobre todo por una cuestión de estilo y trayectoria operística, en general hay que saber reconocer que estamos ante un verdadero mito de la lírica, así como un icono bastante representativo del tipo de cine que en los años 50 fabricaba Hollywood.
Sobre todo fue El gran Caruso el rol que le dio vida más allá de las pantallas hasta, incluso, llegar a identificarse con él a los ojos de muchos aficionados a la música. Al parecer, salvo en dos representaciones, la primera en Tanglewood (Fenton en «The Merry Wives of Windsor«, de Nicolai), y la segunda en Nueva Orleans (en 1948, con Madama Butterfly, de Puccini, en el papel de Pinkerton), nunca más volvió a cantar una ópera entera sobre el escenario, ni siquiera hizo una grabación. Sin embargo, por ambos esfuerzos recibió críticas muy entusiastas; para Noel Straus del New York Times «hay muy pocos tenores contemporáneos que lo igualen en calidad, calidez y potencia».
En palabras de Lanza: «yo canto desde mi corazón…yo siento las palabras recorrer todo mi cuerpo…canto como si mi vida dependiera de ello, y si alguna vez me detengo entonces dejaré de vivir».
De «I Pagliacci» (Ruggiero Leoncavallo), el aria «Vesti la giubba» (cantada en el filme «El gran Caruso»):