Marina Tsvetáyeva. La vida es un lugar donde no se puede vivir
Considerada, junto a escritores de la talla de Borís Pasternak, Ósip Mandelshtam o Anna Ajmátova, como una de las autoras rusas más relevantes del siglo XX, Marina Tsvetáyeva no se dejó encasillar en ninguna corriente literaria de la época, creó su propio estilo. La suya es una escritura complicada por su carácter conciso a la par que sonoro e impregnada toda ella de una gran riqueza y heterogeneidad estética, que provienen de su extensa y variada formación cultural.
La prosa del poeta es un quehacer distinto de la prosa del prosista, en ella la unidad del esfuerzo (de la diligencia) no es la frase sino la palabra, e incluso con frecuencia la sílaba.
Una mujer de espíritu rebelde, transgresora en todo, en la vida y en la escritura, que fue fiel a sí misma, consecuente y a la vez contradictoria, sensible y apasionada.
Tzvetan Todorov, el gran filósofo, lingüista y sociólogo francés de origen búlgaro, decía:
Cuando estoy sumido en la pena, solo puedo leer la prosa incandescente de Marina Tsvetáyeva, porque todo lo demás me parece aburrido.
Otra opinión, la del gran escritor ruso Joseph Brodsky, nos da una idea de la grandiosidad de Tsvetáyeva como poeta. Este afirma que no existe en la poesía del siglo XX una voz más apasionada que la de ella. También dijo que él mismo, en su juventud, quiso medirse con Pasternak, Mandelshtam, Ajmátova y Tsvetáyeva, pero, en lo que se refería a esta última, dijo: «Renuncié, no estaba a la altura».
Nace en Moscú en 1892. Su madre, María Aleksándrovna Mein, «una polaca de sangre azul» —como la define la propia Marina—, pianista de gran talento, discípula de Rubinstein. Su padre, Iván Vladimírovich Tsvetayev, notable filólogo e historiador del arte, profesor de la Universidad de Moscú, fundador y director del Museo Rumyantsev (en la actualidad Museo de Bellas Artes Pushkin de Moscú).
Su primer libro, Álbum vespertino, lo publica la propia Tsvetáyeva al cumplir los dieciocho años. Esta recopilación incluía poesías escritas entre los quince y los diecisiete años. Marina envía el libro al poeta y crítico Maksimilián Voloshin, quien la introduce en el círculo literario moscovita.
Durante la primavera de 1911, en Crimea, se enamora del estudiante Serguéi Efrón, hijo de una notable familia judía. El año siguiente se casan y, poco tiempo después, aparece su segunda colección de poesías: La linterna mágica. A finales de 1912 nace su primera hija: Ariadna (Alia).
En otoño de 1917, su marido entra en las filas del Ejército Blanco y ella se queda con Ariadna e Irina, su segunda hija, que ha nacido ese mismo año.
El año 1918 aparece su primera recopilación, Poemas, que no llega a publicarse, pero en 1919 sí que salen a la luz Fénix y La fortuna (obras de teatro), y De la gratitud, fragmentos de su diario.
Son momentos convulsos. En 1920 acaba la guerra civil rusa. Irina, su hija pequeña, muere de desnutrición en un asilo infantil.
En julio de 1921 recibe noticias de su marido: está vivo, está en Checoslovaquia y la espera. El 11 de mayo del año siguiente, acompañada por Ariadna, se dirige a Berlín y desde allí a Praga, donde estaba su marido. Sobreviven gracias a una pequeña ayuda para los emigrantes rusos proporcionada por el Gobierno checoslovaco. Son más las obras publicadas en ese año: Verstas, El fin de Casanova, Poemas para Blok, La separación.
Entre 1923 y 1924 escribe el Poema de la montaña y el Poema del fin, este último considerado como su mejor obra. Además de estas publicaciones, hay que tener en cuenta otras realizadas en las revistas en ruso que se editaban en Praga y en París. A esta ciudad se traslada la familia en 1925, año en que nace su hijo Gueorgui (Mur). Allí residirán trece años, rozando la indigencia y rodeados de un ambiente de hostilidad provocado por su carácter inconformista.
«Unos me consideran bolchevique, otros, monárquica, otros incluso piensan que soy ambas cosas, y nadie comprende de qué se trata», escribe a su amiga Vera Búnina.
Pero, mientras tanto, en Moscú sus poemas se difundían copiados a mano entre sus admiradores y se recitaban en veladas literarias.
Hay que citar otras obras importantes que aparecieron en esa época: El poeta sobre el crítico (1926), El poeta y el tiempo (1932), El arte a la luz de la conciencia, Mi Pushkin (1936) o El relato de Sóniechka (1937).
Desde el año 1933, el marido de Marina Tsvetáyeva —sin que ella tuviera conocimiento al respecto— trabaja en la Unión de Retornados, al servicio de la URSS, asociación que promueve el retorno de los exiliados a la Unión Soviética.
En 1937, Efrón prepara su regreso a Rusia sin su esposa y sin su hijo Gueorgui, justo después de ser partícipe en el asesinato, como agente soviético, del agente Ignace Reiss. Marina resulta también sospechosa de ser conocedora de las actividades de su marido, su presencia es requerida en las comisarías de París, donde es sometida a multitud de interrogatorios
Al final, Serguéi Efrón pensó que lo mejor sería conseguir para su familia pasaportes soviéticos y convenció a su hija Ariadna para que partiera sola a la URSS. También tenía pensado mandar después a Gueorgui, el hijo menor, pero Marina no estaba de acuerdo. Sentía adoración por su hijo y se negaba a enviarlo solo a ninguna parte sin ella, por lo que Efrón partió solo. Así que Tsvetáyeva y Gueorgui continuaron viviendo dos años más en París, esperando los pasaportes del consulado soviético.
La historia de los últimos años de vida de la gran poeta rusa es la más amarga y oscura.
Las fuentes de las que nos hemos nutrido para relatarla son su correspondencia, su cuaderno de notas y el diario de su hijo Gueorgui Efrón, que comenzó a escribirlo en el barco de regreso a la Unión Soviética.
El barco María Ulianova zarpa de El Havre el 12 de junio de 1939. Durante la travesía, Marina Tsvetáyeva anota siempre en su cuaderno sus experiencias y pensamientos. Con ella y Gueorgui viajan un grupo de niños de la guerra españoles.
Tsvetáyeva escribe:
Los españoles —los compañeros de Mur— son adorables: cariñosos, educados y sin ningún fanatismo. Cuando abandonábamos Leningrado, al mirar los edificios ennegrecidos por el humo decían: nuestras fábricas, en Andalucía, son blancas, las blanquean dos veces al año.
Una vez pasada la aduana, Marina Tsvetáyeva y Gueorgui, sin haber recuperado todo su equipaje, se dirigen en tren rumbo a Moscú, a donde llegan el 19 de junio. Su hija Alia los está esperando en la estación, acompañada de su amigo Samuel Gurévich. Su marido no había ido porque estaba enfermo. En ese momento Tsvetáyeva se entera de que dos años atrás su hermana Asia había sido arrestada y deportada.
La familia se instala en Bólshevo, no lejos de Moscú, en una dacha asignada a los agentes del NKVD (más tarde KGB) repatriados desde Francia —aparte de Efrón, allí vive la familia Klepinin—.
Tsvetáyeva, gracias a Alia, ha encontrado trabajo: traducciones al francés de algunos poemas de Lérmontov.
El 27 de agosto Alia, estando de visita en Bólshevo, es arrestada por los agentes del NKVD. El 10 de octubre arrestan a Serguéi, y el 7 de noviembre los Klepinin corren la misma suerte.
Gueorgui y su madre se quedan solos en la dacha, en unas condiciones terribles, debido al frío y a lo mal acondicionada que estaba la vivienda. Abandonan la casa y se refugian en Moscú, en la pequeña vivienda de Lilia Efrón, hermana de Serguéi. Era una solución temporal, ya que no había espacio suficiente para todos y, además, Lilia se dedicaba a enseñar dicción a actores principiantes y trabajaba en casa, por lo que Tsvetáyeva y su hijo se veían obligados a pasar todo el día en la calle.
Pidió ayuda a la Unión de Escritores, que la autorizó a alquilar una habitación durante un mes en Golítsyno, en las cercanías de Moscú y a comer una vez al día en la Casa de los Escritores.
Tsvetáyeva se gana la vida traduciendo, pone en verso traducciones literales de alemán, inglés, francés, búlgaro, polaco, checo, ucraniano, georgiano… traduce sobre todo al clásico georgiano Vazha-Pshavela (1861-1915), trabajo que ha conseguido gracias a Pasternak y a otros amigos.
El mes está tocando a su fín y no parece que se vaya a solucionar el problema del alojamiento. Tsvetáyeva manifiesta de nuevo todas sus dificultades al secretario de la Unión de escritores, Pavlenko. Al no recibir respuesta, ese mismo día, angustiada, le manda un telegrama a Stalin:
Ayúdeme, me encuentro en una situación desesperada. La escritora Marina Tsvetáyeva.
A finales del mes de agosto, madre e hijo regresan al apartamento de Lilia. Finalmente, en septiembre de 1940, consigue subarrendar una habitación en Moscú. Escribe en su cuaderno:
… Tarasénkov, por ejemplo, se estremece frente a cada una de mis hojas. Es un bibliófilo. Pero en que yo, la fuente (¡de todas esas hojas!) recorro Moscú con la mano extendida como un mendigo: «¡Una habitación, por el amor de Dios!», y hago colas en los mercadillos, y vuelvo sola por patios oscuros y noches oscuras, en eso no piensa.
Gueorgui puede volver a la escuela; Tsvetáyeva se dedica de nuevo a la traducción, que es su única fuente de ingresos.
En enero de 1941, Alia ha sido enviada a un campo de trabajo. Tsvetáyeva le escribe y en sus cartas le relata con detalle todo cuanto acontecía. Entre otros asuntos le habla de Gueorgui y también de su nuevo alojamiento:
Está apegado a mí como un gato. Me da una pena infinita, y puedo hacer tan poco por él, si acaso, algún pastel. O regalarle un nuevo libro, por ejemplo, La historia de la diplomacia, o una colección de artículos de Kirpotin. De los poetas le gustan: Mayakovski, Aséiev y Bagritsky, los colecciona en las ediciones más diversas.
El verano lo pasamos en Moscú, en la universidad, buscando una habitación, siempre con la ayuda del Litfond, y por fin, tras innumerables sufrimientos, tugurios, patios interiores, trasteros, dueños tarados —¡inenarrable!— encontramos esta, desde donde te estoy escribiendo…
También entonces Tsvetáyeva decide escribir para pedir ayuda a los dirigentes del país, al jefe del NKVD, Beria, pidiéndole que libere a su hija y a su marido. No obtiene respuesta, y seis meses después le vuelve a escribir solicitando derecho a visita. Siempre sin respuesta, Tsvetáyeva seguirá yendo a las cárceles de Moscú para intentar entregar paquetes o dinero a los prisioneros y averiguar algo sobre el estado de sus familiares.
En su diario, Gueorgui Efrón hace continuas referencias a ese tema; el 28 de marzo de 1941 podemos leer:
Ayer volvieron a aceptar el giro para papá. Los de Nina Nikoláyevna y Nikolái Andréyevich también los aceptan. Así que después de que a Aliosha y Alia les hayan caído ocho años a cada uno y hayan sido deportados a Komi, quedan los actores principales: Nina Nikoláyevna, papá y Nikolái Andréyevich.
Tsvetáyeva desconocerá el futuro destino de Serguéi, quien será fusilado el 16 de octubre de 1941.
El 22 de junio de 1941, Alemania invade la Unión Soviética. En julio, Moscú comienza a sufrir bombardeos. Gueorgui, con sólo dieciséis años, forma parte de la protección civil antiaérea y pasa las noches en los tejados de los edificios, observando el cielo. Tsvetáyeva teme por su hijo y decide abandonar Moscú, con un grupo de escritores que son evacuados lejos del frente. Tras un montón de intentos frustrados de marchar a diferentes lugares, Tsvetáyeva y Gueorgui salen el 8 de agosto, en barco, rumbo a la Repúlica Tártara. Una parte del convoy se queda en Chístopol; los últimos pasajeros, entre los cuales están Gueorgui y Tsvetáyeva, son desembarcados en el pueblo de Yelábuga, el 18 de agosto.
Tsvetáyeva se dedica a buscar un lugar donde alojarse y un trabajo, pero la búsqueda resulta infructuosa. El 20 de agosto es convocada a la oficina local del NKVD, donde le proponen que trabaje como traductora del alemán: rechaza la oferta. Después de eso logra que le alquilen una habitación en una pequeña casa, adonde se traslada con su hijo.
El 24 de agosto Tsvetáyeva vuelve a Chístopol sola, en barco, esperando poder instalarse allí y encontrar algún empleo. Ese día Gueorgui escribe en su diario:
Su estado de ánimo es terrible, es muy pesimista. Le han ofrecido un trabajo de educadora; pero ¿qué demonios va a enseñar ella? No tiene ni la menor idea de cómo hacerlo. Su estado de ánimo está por los suelos, piensa en el suicidio: «El dinero se esfuma, no hay trabajo». Por eso se ha marchado a Chístopol.
En Chístopol no recibe una respuesta a sus peticiones. Al enterarse de que el Litfond va a abrir un comedor, decide proponerse para trabajar allí y escribe la siguiente solicitud, uno de los documentos más abrumadores de la historia de la literatura rusa.
Al Sóviet del Litfond,
Ruego que se me dé trabajo como friegaplatos en el comedor del Litfond que va a abrirse.
M. Tsvetáyeva
A 26 de agosto de 1941.
El 31 de agosto es domingo, los campesinos en cuya casa vive Tsvetáyeva están fuera, Gueorgui también. Aprovecha ese momento para escribir tres cartas de despedida: la primera a los testigos que la encuentren, la segunda está dirigida al poeta Nikolái Aséiev y a las hermanas Siniakova, a quienes pide que cuiden de su hijo, y la última es para Gueorgui.
¡Murgliga! Perdóname. Pero después habría sido peor. Estoy muy enferma, esta ya no soy yo. Te quiero con locura. Comprende que ya no podría seguir viviendo. Dile a papá y a Alia, si los ves, que los he querido hasta el último instante de mi vida y explícales que me encontré en un callejón sin salida.
Cuando Gueorgui regresa a casa, encuentra a su madre muerta. Unos días más tarde, el 5 de septiembre de 1941, escribe en su diario:
En el transcurso de estos cinco días han pasado cosas que me han conmocionado y han trastornado mi vida por completo. El 31 de agosto mi madre se quitó la vida, se ahorcó. Me enteré al volver de mi trabajo en el aeródromo, a donde me habían llamado a filas. Mi madre, últimamente, hablaba a menudo del suicidio y rogaba que «la liberaran». Y, finalmente, se ha quitado la vida.
Es difícil soportar tantas adversidades cuando se acumulan de manera extrema. Marina se quita la vida y es enterrada en una fosa común. Un enigma, en forma de hipótesis, de los factores vinculados a las circunstancias políticas y sociales que pudiesen añadir presión y dolor a una vida tan conmovedora como la de Tsvetáyeva, pero eso es un misterio que nos es imposible desvelar.
El heroísmo del alma —vivir—, el heroísmo del cuerpo —morir—.
El eco de estas palabras de Indicios terrestres, una especie de diario escrito a los veinticuatro años en plena revolución, preludian, con una sorprendente lucidez, esa «enfermedad incurable que se llama alma».