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Fotos contadas: mirar el mar

La anécdota es tan intrascendente como la vida misma. Un día cualquiera un hombre cualquiera llega a una ciudad que no conoce y baja de un coche junto a una playa. Y ve el mar, y no puede evitar ir hacia el mar. Y la mujer que lo acompaña se ríe y le dice: “No lo puedes evitar, ¿verdad? Si ves el mar tienes que ir hasta la orilla, tienes que ir a mirarlo de cerca”. Sí, piensa el hombre, tengo que saludar al mar, a mi viejo mar. La mujer se acerca y añade: “Con el chico gallego me pasó igual, vio el mar y se fue directo”. Sí, piensa el hombre, que sabe que el chico gallego llegó de La Coruña, no es el mismo mar pero es el mismo mar, porque todos los hombres de la orilla tenemos que mirar al mar, porque el mar está en nuestros primeros recuerdos, y estará en los primeros recuerdos de nuestros hijos, como estuvo en los primeros recuerdos de nuestros padres, y no podemos irnos sin despedirnos del mar, sin decirle, adiós viejo mar, espero volver a verte pronto. Aquí o en otra parte, pero tú me conoces y yo te conozco, conozco tus olas y tus vientos y tu arena y tus pinos, y tú sabes que estando alegre o triste, solo o acompañado, siempre he ido a saludarte, como espero seguir haciéndolo muchos años.

El día está agitado, el mar está muy nervioso, sabe que hay barcos que no han llegado aún al puerto, sabe que hay familias que esperan al otro lado del largo calendario.

El hombre recuerda la emoción de una estudiante alemana al descubrir el Mediterráneo una noche de un verano ya muy antiguo, al escuchar un rugido al fondo de las sombras, y quitarse las zapatillas y correr por la arena, una noche suave y eterna, cuando ser joven y viajar era lo más tonto y natural de la vida. Sí, el Mediterráneo, en aquel momento no entendió la emoción de una estudiante alemana, que había leído mucho sobre este mar, pero nunca lo había visto. Y que descubrió de casualidad, sin buscarlo, porque aquella parada no estaba prevista. Cuantas paradas no previstas después hemos vuelto al viejo mar, ¿verdad?

Las olas se acercan torpemente, sus caricias se vuelven cadenas. El hombre vuelve al coche. La mujer arranca.

 

Alfonso Vila

 

 

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