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No es el final de nada, sino el principio de casi todo

“Una vez dictada y publicada la sentencia se abre una etapa nueva”. La frase, tal cual, sin coma que valga, es parte de la ‘Declaración institucional del presidente del Gobierno’ leída por Pedro Sánchez ante las cámaras de la televisión el lunes 14, poco después de hacerse oficial la sentencia contra los líderes separatistas que media España ya conocía desde el sábado 12. En la misma declaración, el susodicho asegura campanudo que “hoy concluye un proceso judicial ejemplar, pero a la vez hoy se confirma el naufragio de un proceso político que ha fracasado en su intento de obtener un respaldo interno y un reconocimiento internacional”. La inevitable Carmen Calvo abundó ayer en la misma idea, la mercancía averiada que el Ejecutivo en funciones pretende hacer pasar por paño de primera calidad, al asegurar que la sentencia supone “el final de un proceso”. Y no, bonitos, no, esta sentencia, que podría haberlo sido de haberse mantenido dentro de los límites del Derecho sin dejarse manosear por la política, no es el final de nada, sino la continuación de la pesadilla que España arrastra desde hace mucho tiempo por culpa de la cobardía de unas élites acostumbradas a escurrir el bulto y traicionar sus compromisos con la nación.

Dijo también el caballero que “la Generalitat debe asumir la responsabilidad de representar a todos y cada uno de los catalanes, de gobernar para todos y cada uno de los catalanes, no para una minoría afín a las tesis independentistas”. Para añadir a continuación que “el Gobierno de España, que cuenta –quiero además recordarlo- con todas las atribuciones que la legalidad le corresponde [¿le confiere? ¿Le otorga?], se mantendrá atento y garantizará la convivencia, la seguridad y el respeto a la legalidad democrática”. La convivencia, en efecto, quedó plenamente garantizada en Barcelona ayer y anteayer, ello gracias al empeño de un presidente de la Generalidad, representante del Estado en Cataluña, que inundó El Prat con estudiantes dispuestos a paralizar el aeropuerto; repartió estera de la buena entre los mismos con la ayuda de esos Mossos que él mismo controla, (“que se entere bien la prensa extranjera”); les mandó a hora prudente a la cama bien cenados porque “ja havien fet la seva feina”, la faena que les había encomendado ese ‘Tsunami Democràtic’ que en la sombra dirige Torra; se dirigió a los medios internacionales para recordar que España no es un Estado democrático, y realizó una “Declaración Institucional”, otra más, para asegurar que “la sentencia tiene como objetivo que no se vuelva a hacer; pues lo volveremos a hacer”. ¿Es este el “el final del proceso” del que hablas, Carmen, bonita? ¿Esta “la nueva etapa que se abre”, Pedro, guapo?

Esto de la independencia de Cataluña ya se ha acabado, viene a decirnos la pareja de oro ‘monclovita’, un milagro, sí, un prodigio salido de nuestra mente preclara

Estamos ante una sentencia que sobre la Ley ha querido primar una concordia hoy inexistente, un texto pergeñado a la medida del diseño político que a corto plazo acaricia Sánchez para su futuro personal, ello a costa de una España supeditada a los caprichos de un tipo sin escrúpulos morales que valgan, incapaz de mantener el orden en Cataluña, con Barcelona convertida anoche en una especie de Alepo ardiendo en la hoguera del odio que destila el separatismo. Esto de la independencia de Cataluña ya se ha acabado, viene a decirnos la pareja de oro ‘monclovita’, un milagro, sí, un prodigio salido de nuestra mente preclara, porque nosotros somos modernos, plurales y tolerantes (los tres adjetivos usados por Sánchez el lunes para definir su Gobierno), no como los casposos del PP, y los separatistas nos van a hacer el caso que no le hicieron a los Gobiernos de Felipe González ni a los de Aznar o Rajoy. En la memoria, aquella meliflua respuesta que Zapatero dedicó al entonces director de El Mundo, Pedro J. Ramírez, en abril de 2006, entrevista por los jardines de Moncloa. El periodista pregunta a ZP por aquel nuevo Estatuto de Cataluña que nadie había pedido y que él se empeñó en sacar adelante: “¿Se sentirá responsable si dentro de 10 años Cataluña inicia un proceso de ruptura con el Estado?” Zapatero contesta con la contundencia de los tontos: “Dentro de 10 años España será más fuerte, Cataluña estará más integrada y usted y yo lo viviremos”. Lo dijo Cipolla: “El estúpido es el individuo más peligroso del mundo. De hecho, los estúpidos son mucho más peligrosos que los malvados”.

“Hay que garantizar que los niños puedan recibir la enseñanza en la lengua que elijan. Basta que haya un solo caso para intervenir”, dijo también en aquella entrevista quien andando el tiempo se haría millonario, se ha hecho, como abridor de puertas en Caracas para las empresas con problemas ante el tirano Maduro. Nuestras elites son así: cobardes, pero trinconas. Fue el PSOE quien, siendo ministro de Justicia Juan Alberto Belloch, suprimió el delito de sedición impropia en el Código Penal de 1995, como ayer recordaba aquí Guadalupe Sánchez, para quien “nuestro Estado de Derecho se encuentra jurídicamente desarmado para combatir los delitos de nuevo cuño que atentan contra el orden constitucional”. Y fue Zapatero quien en 2005 eliminó, nueva reforma del Código Penal, el delito de convocatoria ilegal de elecciones o consultas populares por la vía del referéndum (que en 2003 había introducido Aznar para frenar los planes de Ibarratxe), algo que comportaba penas de entre tres y cinco años de prisión, dejando al Estado inerme ante los desafueros separatistas. Pudo ser el mismo Aznar quien reimplantara el delito de sedición impropia (intento de independencia sin violencia), pero no lo hizo. Prefirió seguir gobernando con la muletilla de Pujol. Y pudo ser Rajoy, también con mayoría absoluta, quien reintrodujera en el Código Penal ambos supuestos. Tampoco tocó Rajoy una Ley de Memoria Histórica que ha acabado con la reconciliación entre españoles, ni una Ley de Violencia de Género que hace tabla rasa con la igualdad de todos ante la ley. Lo que sí hizo Mariano nada más llegar al Gobierno fue condecorar con collar de la Orden de Isabel la Católica a Zapatero.

Demoler los cimientos de la nación

El bipartidismo no ha querido, pues, blindar penalmente la salvaguarda del orden constitucional con la tipificación de ambos delitos. Como dejó escrito Francis Bacon, “el que no aplica nuevos remedios debe esperar nuevos males, porque el tiempo es el máximo innovador”. Ni el mayor enemigo de España hubiera sido capaz de gobernar tan arteramente contra los intereses colectivos de los españoles. Y ahora llega Sánchez dispuesto a completar la tarea de demolición de los cimientos de la nación. La sentencia es un paso más en ese su objetivo. Los planes del mozo pasan por gobernar en Madrid y en Barcelona con la ayuda de ERC: Gobierno en solitario en Madrid con el apoyo parlamentario de ERC y comunistas varios, y Gobierno tripartito en Barcelona entre PSC-ERC y los Comunes de Colau. Es obvio que la traición tiene un precio y ese precio pasa por la satisfacción de las demandas nacionalistas de un referéndum vinculante de independencia, y de la independencia misma si hiciera al caso. Esta es la operación que ampara la sentencia, en mi modesta opinión, y esta es la oportunidad que la soberbia del personaje ha concedido inopinadamente a los españoles: la posibilidad de torcerle el pulso el 10 de noviembre en las urnas.

Se explica la decepción que ha producido esta “sentencia moderada” que pedía Moncloa, sentencia arrastrada por el barro de la peor política. La sedición ha sido el precio que ha pagado Marchena por la unanimidad. Lo peor, con todo, es que si esta sentencia manoseada sirviera al final del camino para hacer entrar en razón a los cafres, bienvenida fuera, pelillos a la mar, caminemos todos y yo el primero por la senda de la reconciliación, haya paz y reine la concordia, brindemos por la convivencia entre españoles, pero sabemos de sobra que eso es pura fantasía, una “ensoñación” más cierta que la adjudicada por Marchena a ‘los Jordis’ en su sentencia; sabemos, en efecto, que eso no va a ser así, y que nada hará decaer a los rebeldes de sus posiciones, como la historia, obstinada, nos ha enseñado, que no sea la absoluta firmeza en el acatamiento de la Constitución y el cumplimiento de la Ley. La supresión de la Autonomía catalana por el tiempo preciso. Me temo, por eso, que los cafres del separatismo volverán a juzgar el fallo del Supremo como un síntoma de debilidad del Estado, es decir, como una victoria sin paliativos que solo servirá para envalentonarlos y llevarles a subir la apuesta. Por eso esta sentencia no es el final de nada, Pedro, guapo, Carmen, bonita, sino el principio de todo. España amanece inerme, víctima de unas élites infames que no creen en ella. El Estado se acaba de plegar a las ambiciones personales de un trilero sin escrúpulos, y solo cabe confiar en el pueblo llano, en la reacción de la gente del común dispuesta a reprochar en las urnas su infame diseño de futuro. Tal vez sea la última oportunidad.

 

 

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