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María Elena dijo sí

El azar y la poesía se confabularon para juntar al escultor Rodrigo Arenas Betancourt y a la poeta María Elena Quintero, 34 años menor, a quien convirtió en su perturbadora Lolita con hijos: Elena María, sicóloga, y Rodrigo José, ingeniero civil.

En los cien años del nacimiento del artista que es libra y escorpión al tiempo, pues se jactaba de haber nacido a la media noche del 23 de octubre, recordemos cómo se conocieron.

Se necesitó que Porfirio Barba Jacob muriera en México y que sus repatriadas cenizas fueran depositadas en una prosaica bóveda del Banco de la República de Medellín.

El Condenado, el Emigrante, adjetivos que se regalaba Arenas, decidió que no estaba bien que las cenizas estuvieran consignadas en un sitio donde prestan plata y promovió el traslado a su terruño, Santa Rosas de Osos.

Protocolo de la Gobernación de Antioquia elaboró la lista de invitados. Incluyeron a María Elena, finalista en un concurso de poesía.

Ya tenemos las cenizas en Santa Rosa. Que no falte la misa de réquiem en memoria del “ebrio y deicida” que se pasó la vida haciendo cristos.

Un señor se sentó al lado de la poeta. ME no tenía ni veniales del vecino. Todo el mundo le decía Maestro. Faltó que se tomaran selfis con él pero los autorretratos no se habían inventado.

Movidos por algún recóndito resorte el par de escépticos desertaron de la misa. Arenas no tardó en abordarla. ME escuchó por primera su voz: “¡Qué frío hace! ¿Un aguardientico?”. Ella dijo sí.

De regreso a los actos oficiales, la poeta se enteró quién era su compañero de tragos y empanadas cuando anunciaron palabras del escultor Arenas Betancourt. Quedó fría, el “color” de Santa Rosa.

Pero todo tiene su final, hasta el trasteo de unas cenizas. Se despidieron hasta el próximo azar. Volvieron a verse dos años después. Él salía de la Gobernación de Antioquia. Ella también. Él no la vio. Ella le gritó: “Arenas”.

Se reconocieron y sin pensarlos dos veces, el barbuchas le hizo la propuesta menos indecente que ME escucharía en vida: Que lo acompañara al día siguiente a pagar el trabajador en su finca de El Uvital, la vereda donde nació.

Ella le dijo sí por segunda vez: Pagaron el trabajador, María Elena olvidó el camino de regreso a casa y se quedó para siempre al lado del hombre que “solo sabía amar y amar”.

El tiempo les alcanzó para amasar los hijos que con la poeta nacida en Itagüí -así la cédula diga que es de Medellín- cuidan el legado.

Esperan que se cumpla la Ley Arenas, convertida en rey de burlas, la cual ordena perpetuar el legado, parte del cual está en Villa Ney, en Caldas, donde la musa del escultor vive hace 33 años, la edad de Cristo que tanto inspiró al descreído escultor.

 

 

 

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