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Lo que dejó el domingo

Nuevos liderazgos deben demostrar que sus virtudes no se agotan en encarnar una opción de renovación

Cada cita en las urnas deja una fotografía que muestra qué está ocurriendo en el amplio universo de la política en Colombia. Tras la tormenta del día electoral del domingo pasado, las aguas se decantan y es posible observar tal postal con mayor nitidez.

Habiéndonos ya referido ayer a la victoria de Claudia López en Bogotá, corresponde ahora una mirada a lo sucedido en el resto del país. Sobresale la manera como el carisma de dos grandes referentes de la política en el país en el pasado reciente, el expresidente Álvaro Uribe y el senador Gustavo Petro, no logró cristalizarse en una votación que pusiera a las colectividades que lideran, el Centro Democrático y la Colombia Humana, en la lista de ganadores de los comicios. Sin duda, ello obliga a los analistas a replantear sus perspectivas de cara a la contienda presidencial de 2022.

Hay que resaltar también la victoria de candidatos respaldados por movimientos ciudadanos en ciudades como Medellín, Bucaramanga, Cúcuta, Palmira, Buenaventura y, sobre todo, Cartagena. Fuerzas políticas tradicionales de reconocido arraigo también salieron derrotadas en Sucre. Estos resultados son positivos en la medida en que demuestran una ciudadanía activa que concreta en un proyecto ganador un anhelo de cambio. Nuevas caras, liderazgos frescos y renovadores le hacen mucho bien a la democracia. Ahora bien, a quienes encabezan estos nuevos movimientos les corresponde demostrar que su mérito no se agota en encarnar una alternativa.

Los partidos tradicionales son igualmente importantes
para un sistema democrático. Todo está en quienes los representan

Porque en el pasado abundan los ejemplos de gobernantes locales que en campaña se mostraron como antipolíticos, pero que una vez en el cargo no tuvieron problema en incurrir en los peores vicios de la política tradicional. Para que esta historia no se repita, es clave que el control ciudadano sobre los recién elegidos. Una tarea que, por cierto, se dificulta cuando los nuevos funcionarios contaron con el respaldo de una amplia coalición de partidos y movimientos. Aquí, el Congreso debe tomar nota, pues se necesitan herramientas para que las coaliciones no se conviertan en un atajo frente a la obligación de rendir cuentas.

En el revés de lo antes dicho está el hecho de que partidos tradicionales, en particular el Liberal, también hayan logrado victorias importantes y consolidar una tajada de participación significativa en cuerpos colegiados en todo el país. Esto no es, como quizás algunos lo han querido interpretar, negativo per se. Lo sería solo si quienes llegaron a estos cargos con el aval de colectividades históricas reproducen viejas mañas, lo cual está por verse. Por lo pronto, hay que anotar que colectividades fuertes, con arraigo, son igualmente fundamentales para un sistema democrático.

Queda, por último, recordar que la democracia no se limita a las elecciones. Que el secreto de su vitalidad está en la participación electoral, sí, pero también en que la gente permanezca atenta al desempeño de los elegidos y, quizás lo más relevante, asuma como principio de vida que la realización individual está atada a la del colectivo al que inexorablemente pertenecemos.

editorial@eltiempo.com

 

 

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