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Cubazuela y ‘las brisas de otoño’

En medio de la situación continental, no es casual la celebración en La Habana de un Encuentro Antimperialista de Solidaridad, por la Democracia y contra el Neoliberalismo.

Los disturbios y explosiones sociales en Ecuador, Chile y Bolivia han concitado la atención de periodistas y académicos. No faltan los que pretenden encontrar razones homólogas a la situación en Hong Kong y Cataluña. Quieren explicarlo todo a partir de un supuesto arco de crisis planetario que refleja el hastío y rechazo por los sistemas liberales, el mercado y los regímenes democráticos.

Otros están convencidos de que la región sería un mar sereno si no fuese por la injerencia de países como Cuba, Venezuela e incluso Rusia.

Hong Kong, Cataluña, Ecuador y Chile: hay diferencias culturales y causales entre estos fenómenos. Para comenzar digamos que hay obvias dificultades para equiparar lo sucedido en América Latina con la rebelión en Hong Kong contra las pretensiones coloniales del Partido Comunista de China, o con el exacerbamiento del secesionismo catalán en una coyuntura en que la clase política española atraviesa por más disensos que consensos.

En Hong Kong se lucha por las libertades democráticas, en Cataluña se hace uso de ellas para promover el separatismo. En ambos casos el conflicto es eminentemente político, no económico.

En Ecuador y Chile las chispas que dieron inicio a las protestas fueron puntuales y de naturaleza económica, conectadas con el alza del precio del combustible en el primer caso, y con los pasajes del metro en el segundo. No creo que nadie pueda pensar hoy que, por justificadas que fueron esas medidas desde una perspectiva tecnocrática, era innecesario negociarlas con la población afectada por ellas. Sin duda la arrogancia de quien cree justificada su decisión condujo a olvidar que la sociedad civil no está en la obligación de aceptar pasivamente cada medida que emane del Estado.

En Bolivia, por otro lado, no luchan «contra el Fondo Monetario Internacional y el sistema capitalista» como proclama la izquierda regional, sino contra un dictador conectado con las redes del narcotráfico regional que, con el apoyo de Cuba y Venezuela, participa inconstitucionalmente por tercera vez en unas elecciones que ahora, además, se ha robado.

El presidente ecuatoriano Lenín Moreno, sin mostrar debilidad, hizo gala de estadista abriendo un diálogo con el movimiento indígena en el que ofreció revocar el decreto que había dado origen al estallido, y negociar otro, ahora con participación de los afectados.

Cuando se crea la percepción —verdadera o falsa— de que un presidente está dispuesto a conceder todo con tal de que lo dejen seguir gobernando se abre las puertas al caos. Moreno está ya en fase posconflicto; el presidente de Chile, Piñera, no lo está. Ya no le piden bajar los pasajes, sino cambiar todo el modelo de desarrollo y el régimen constitucional. Y no es arriesgado pensar que pronto le van a pedir «que se vayan todos» —él incluido—, no solo los miembros del gabinete que en pleno despidió el mandatario.

¿Necesita un cambio estructural el modelo chileno? Seguramente que sí, y podría reajustarse de tal manera que no pierda los éxitos ya logrados, al tiempo de que se torne más sensible a las nuevas demandas ciudadanas. ¿Es eso lo que realmente busca la izquierda radical chilena? No. Ellos desean implantar el Socialismo del Siglo XXI. Obviar sus intenciones reales puede ser un error costoso para Chile al mediano plazo.

La injerencia externa

Los que aseguran que las demandas sociales que dieron origen a los procesos de protestas sociales en Ecuador y Chile son autóctonas y legitimas tienen razón. Los que por ese hecho creen poder descartar la injerencia de Cuba y Venezuela se equivocan.

Rara vez puede una potencia injerencista fabricar artificial y exitosamente las demandas que dan inicio a una protesta. Lo que hacen siempre es pescar en río revuelto y enturbiar sus aguas al máximo, para transformar una demanda puntual en un programa de cambios que favorezca sus intereses estratégicos.

Los indicios de que se desarrolla un trabajo subversivo contra ambas naciones no son fruto de la imaginación calenturienta de nadie. Protestar por el alza del precio del combustible no supone incendiar el edificio público donde están los expedientes judiciales contra el expresidente Rafael Correa y algunos de sus ministros. Manifestar rechazo al alza del precio de los pasajes de metro no implica quemar de forma simultánea diez estaciones de ese sistema de transporte y desatar una inusitada violencia, destructiva y vandálica, en toda la capital. Se puede discutir quién está detrás de esos hechos, pero no es factible aceptar la tesis de que ocurren de manera espontánea, sin coordinación y planificación, cuando además se usan los mismos instrumentos incendiarios. La existencia de las redes sociales no explica el nivel de concertación militar con que han actuado estos grupos.

El argumento de que tanto Cuba como Venezuela están enfrentando una crisis económica que les impediría entrometerse en otros países resulta ingenuo. Desde hace más de una década ambos pactaron con redes de narcotráfico que operan en los países afectados por estas brisas de otoño. Ellos tienen interés en derrocar gobiernos que entorpezcan sus operaciones, como es hoy el caso de Ecuador y Chile.

Aprovechar cualquier oportunidad para fomentar acciones de desestabilización también sirve para validar la amenaza de que Cubazuela tiene la capacidad de crear varios Vietnam en la región. De ahí la teatral declaración de un funcionario boliviano amenazando con esa posibilidad, las bravuconadas de Maduro y Cabello sobre el Foro de Sao Paolo.

No es tampoco casual en medio de estas brisas otoñales la organización del Encuentro Antimperialista de Solidaridad, por la Democracia y contra el Neoliberalismo en La Habana, convoyado por un pomposo Simposio Internacional sobre la Revolución Cubana. Cientos de representantes de la izquierda regional, con gastos financiados por esa islita «bloqueada» y en quiebra, han clamado por más coordinación y acciones.

Ni corto ni perezozo, Ismael Drullet, del Capítulo Cubano de los Movimientos Sociales y Secretario de Relaciones Internacionales de la Central de Trabajadores de Cuba (CTC), habló de los cambios recientes en América Latina, principalmente en el escenario político de la región y la vuelta a la izquierda, que influirá positivamente desde el punto de vista económico y social .

«Es imprescindible la solidaridad con las luchas, crecer en este sentido sentará las bases para una nueva sociedad. Es clave compartir y unificar la estrategia y articular las ideas con el mismo objetivo (…) Hay que fortalecer la unidad, principalmente entre movimientos sociales y partidos políticos, para enfrentar al imperialismo y al capitalismo», aseguró.

Más adelante, de nuevo con la generosidad que caracteriza a una nación plagada de escaseces, aseguró lo siguiente: «Cuba ofrece su permanente disposición en crear condiciones favorables para la articulación regional e internacional y lograr, entre todos, un mundo mejor, que es posible».

Es hora de desinflar su bluf.

 

 

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