Ariel Hidalgo – La hora de los cacerolazos
La desesperación y la indignación pueden llegar a un punto en que sobrepasen a la prudencia y el miedo, y las cacerolas vacías pueden convertirse en instrumentos musicales de un concierto nacional
En las mesas los platos están casi vacíos, en las paradas hay marejadas de gente a la caza de transportes abarrotados, en muchas viviendas a punto de derrumbarse se hacinan tres y hasta cuatro generaciones, y los apagones y los llamados «ahorros de energía» acrecientan el hastío y la desesperación.
Se culpa de las calamidades al actual presidente de Estados Unidos, Donald Trump, quien con sus medidas económicas restrictivas ha brindado una gran ayuda a los dirigentes del Palacio de la Revolución al otorgarles una gran coartada, a pesar de que el llamado período coyuntural fue anunciado mucho antes. ¿Pero qué importa esto último? ¿Acaso no es de sobra conocido que los pueblos tienen poca memoria? No pueden engañar, sin embargo, a los académicos, a los artistas, a los periodistas, a los profesionales, a los activistas cívicos y a los estudiantes, entre otros. El que hoy muchos no hablen abiertamente, o digan lo contrario, no quiere decir que no lo sepan. Una cosa es lo que hacen, otra, lo que piensan, y otra, lo que dicen, hasta ahora.
Una queja en una esquina puede convertirse en una protesta de barrio, y de ahí a un tsunami que arrase toda la ciudad es cosa de un pestañazo
Pero todo tiene un límite. La desesperación y la indignación pueden llegar a un punto en que sobrepasen a la prudencia y el miedo, y las cacerolas vacías pueden convertirse en instrumentos musicales de un concierto nacional. Esto no sería lo grave, porque esa sinfonía podría ser sólo el preludio de una tormenta borrascosa. Cualquier chispa puede prender una hoguera. Una queja en una esquina puede convertirse en una protesta de barrio, y de ahí a un tsunami que arrase toda la ciudad es cosa de un pestañazo. Entonces no habrá turbas de repudio ni destacamentos de respuesta rápida que puedan detener a multitudes arrasando los almacenes, ni a las concentraciones coléricas en la plaza de la Revolución. ¿Qué hará entonces la dirigencia partidista? ¿Sacar los tanques a las calles? ¿Repetir otra matanza de Tiannanmen? Cuba no es China, ni estamos al otro lado del mundo, lejos de Occidente. Entonces la culpa no será de los que sólo pecaron por desesperanza, ni de los disidentes, ni del imperialismo, sino de quienes no han querido escuchar a tiempo la voz del pueblo.
Nadie en su sano juicio que ame realmente a su patria quiere esto. Semejante escenario puede evitarse, y no mediante amenazas, arrestos, ni estados de sitio, porque no habrá cárceles suficientes para encerrar a tanta gente. Hasta ahora se han hecho sólo reformas, pero reforma significa, realmente, cambiar la forma. Lo que hay que hacer ahora es más que eso. Pueden llamarlo o interpretarlo como quieran, quizás como una «revolución en la revolución», pero si no hacen desde arriba cambios constructivos radicales, vendrán cambios, también radicales, pero destructivos y desde abajo.
¿Qué debería hacer, entonces, esa dirigencia para evitar esto último? La palabra clave se llama libertad. Procedan según el consejo de Abraham Lincoln, que decía que destruía a sus enemigos convirtiéndolos en amigos. Conviertan ustedes a los cuentapropistas en aliados rebajándoles los impuestos y los costos de las licencias, abran el permiso para otras muchas profesiones y facilítenles medios de trabajo, así como permisos para adquirir microcréditos del exterior, y verán cómo en medio de las tribulaciones, los milagros se harán presentes en todas partes, con la gente resolviendo sus problemas por doquier. Las arcas del fisco se colmarán de dinero, porque una marejada de pequeños productores informales abandonarán el mercado negro para integrarse a la economía formal. Y si quieren mayor productividad en las industrias del Estado, compartan con los trabajadores las utilidades que ellos mismos producen y concédanles el derecho a tener voz y voto en los asunto de sus centros o empresas. Concedan también a los pequeños productores agrarios libertad para vender a la población sus productos a precio de mercado, que muchos otros querrán entonces que les den tierras y el Estado tiene suficientes para dárselas y verán cómo en muy poco tiempo los mercados se llenarán de frutas, vegetales, granos, viandas y otros muchos alimentos.
Y si quieren librarse de los supuestos «enemigos» internos, permitan a los activistas de derechos humanos, aquellos que tengan más credibilidad entre los contestatarios, conformar un Comité Nacional con acceso a todas las prisiones a condición de que los informes sobre violaciones se les entreguen primero a ustedes, lo cual sería muy ventajoso. Primero porque tendrán ocasión de corregir esos males sin necesidad de que los organismos internacionales los condenen, y segundo porque las críticas constructivas les permitiría una información minuciosa de lo que ocurre en las múltiples instancias y sectores, para poder corregirlos y evitar que funcionarios corruptos y abusadores puedan fomentar animosidades antigubernamentales. ¡No maten al mensajero!
Si no escuchan las advertencias de quienes sólo desean evitar males mayores al país, si soberbios y despreciativos no toman medidas urgentes, y esperan sentados la hora de los cacerolazos, detrás no vendrá otra cosa que el Armagedón
Permitan que los disidentes puedan contar con candidatos con posibilidad de obtener escaños en la Asamblea Nacional, lo cual tendrá, como ventaja, ampliar el horizonte de miras en las soluciones de los conflictos, y el marco de ideas que permitan una mayor variedad de propuestas en aras de la prosperidad de todo el pueblo.
Sé que hacer estas recomendaciones u otras semejantes es casi como pedir peras al olmo. Pero si tan sólo un pequeño grupo de esa dirigencia tuviese el valor de hacer caso omiso de las advertencias de los llamados «duros» (esos que se llenan de pavor tan sólo de escuchar de alguien la palabra «democracia») y comenzaran a dar los pasos que las circunstancias exigen, no estarían solos, porque el pueblo entero los respaldaría.
Pero si hacen caso omiso a los que proponen cosas como éstas y se cruzan de brazos, si no escuchan las advertencias de quienes sólo desean evitar males mayores al país, si soberbios y despreciativos no toman medidas urgentes, y esperan sentados la hora de los cacerolazos, detrás no vendrá otra cosa que el Armagedón.