Democracia y Política

Elecciones: Promesas van, promesas vienen…

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Comencemos con un postulado: Una forma de juzgar el avance institucional democrático de un país está en la capacidad de los diversos agentes sociales y grupos ciudadanos  de analizar, evaluar y juzgar las promesas de gobierno de los candidatos a cargos públicos de elección popular.

 En los pocos más de cuatro meses de campaña electoral venezolana para escoger un nuevo parlamento en diciembre tendremos dos posturas en materia de promesas: las propuestas de la Mesa de la Unidad, representantes del pluralismo democrático nacional y, enfrente, ni planes ni nada, simplemente las mentiras y elucubraciones del Ungido de los Castro y heredero del Difunto.

Es fácilmente verificable que no hay campaña política sin las promesas respectivas. Junto con el beso a viejitas, o la adopción de una sonrisa 24/7, no hay campaña sin propuestas de los candidatos. La cosa viene de lejos: ya en el año 64 antes de Cristo, Quinto Cicerón aconseja a su hermano Marco, victorioso candidato a cónsul que “prometa todo a todos, a cada quien lo que desee oír.”  ¿Y no fue Kruschev quien dijo que “los políticos prometen incluso  hacer puentes donde no hay ríos?”

El problema es que, históricamente, la relación entre verdad y política nunca ha sido muy confortable. En América Latina, la irresponsabilidad en esa materia abunda, y se han hecho todo tipo de promesas sin ofrecer ninguna idea de cómo cumplirlas. ¿Millones de casas en 5 años? ¿Autopistas como telas de araña por el país? ¿Pleno empleo? ¿seguridad social para todos? Qué sabroso debe ser poder ofrecer y prometer sin tener que explicar de dónde saldrán los cobres para cubrir lo prometido. La política latinoamericana ha sido, en ese tema, profundamente seguidora de una proposición marxista, pero no la del latoso alemán, sino la del Marx genial, el neoyorquino Groucho: “estos son mis principios. Si no le gustan, tengo otros para ofrecer.”

 En cambio, de acuerdo con nuestro postulado inicial, en muchos países desarrollados los políticos se cuidan mucho de prometer por prometer. Veamos el caso de Gran Bretaña, donde se acaban de realizar elecciones generales. Allí los partidos, junto con el candidato, deben ofrecer un programa de gobierno, llamado Manifiesto, con todo tipo de numeritos, estadísticas e indicaciones presupuestarias al detalle. Inmediatamente, con un papel estelar jugado por los medios de comunicación, las universidades, los gremios y otras instituciones de la sociedad, se le pone la lupa a cada propuesta y pobre del candidato o del partido que haga promesas que la realidad rechace. Un ejemplo histórico a recordar fue la campaña electoral de 1983, donde Margaret Thatcher buscaba la reelección liderando a los Conservadores, mientras los Laboristas, en medio de una opiácea pesadilla socialista, presentaron un Manifiesto electoral tan irreal y enloquecido que un diputado conservador se refirió jocosamente al mismo  como la nota de suicidio más larga de la historia. No fue extraño que la Thatcher aplastara fácilmente a los laboristas en dicha elección.

Las promesas políticas no deben tomarse a la ligera. Para Hannah Arendt, “toda organización humana, sea social o política, descansa en la capacidad de los hombres de hacer promesas y mantenerlas.” Y es que las promesas son una manera muy exclusiva de generar seguridad, de ordenar el futuro. El futuro, como tal, es una promesa, o una suma de ellas. La confianza en el futuro está en el centro del equilibrio mental de todo ser humano. Cuando la misma se rompe, cuando el sol da paso a posibles tinieblas, sobrevienen todo tipo de patologías individuales y colectivas.

Eso lo sabe la oposición venezolana quien, con el respaldo del mejor equipo humano que puede mostrar la sociedad venezolana hoy, ha presentado programas de gobierno, área por área de interés nacional.

Hugo Chávez, en cambio, no ofreció un plan de gobierno comme il faut en 1998. Simplemente cabalgó sobre la ira generalizada ante las carencias obvias de un sistema que no había sido suficientemente renovado. Por ello fue tan popular su promesa de “hervir en aceite a los adecos”.

Como esa, las promesas de Chávez eran profundamente antipolíticas. En su caso, como ocurre hoy con Maduro, es muy difícil indicar el límite que separa el delirio de lo real.

Puestos a señalar algunas de las promesas hechas por el difunto a lo largo de los años (sin incluir las que hizo fuera del país),  esta lista siguiente es realmente un hit-parade ya en proceso de fosilización:

-“No nacionalizaré ningún medio de comunicación. Basta con el Canal 8”. (1998).

-“Voy a tejer lazos de hermandad con todo el mundo, incluyendo los Estados Unidos.” (1998).

-“Estoy dispuesto a entregar el poder a los cinco años, incluso antes.” (1998).

-“Me voy de Miraflores. Aquí se construirá una universidad.” (2002).

-“Vamos a llenar a Venezuela de gallineros verticales.” (2002).

-“Combatiremos la pobreza con la ruta de la empanada.” (2003).

-“Daniel Ortega: te invito a bañarnos en el río Guaire el año que viene.” (2005).

-“Ya autoricé convertir La Carlota en un fantástico parque temático, con olas artificiales.” (2007).

-“Construiré un ferrocarril de 30 km. que unirá Caracas y La Guaira.” (2012).

Y si todavía queda alguien que piense que el golpista fracasado era constante en sus juicios, recuérdese que en 1998 afirmó: “Cuba es una dictadura.”

¿Qué están ofreciendo Maduro, Cabello, Jorge Rodríguez? Violencia y muerte, odio y destrucción, escasez y penuria. Las opciones para los votantes no pueden ser más claras.

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