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La Tercera / Elevando la discusión: para entender los debates que marcaron la semana.

Sobre acuerdos, dudas y olvidos

 Fue una noche larga la del jueves de la semana pasada. tanto que se extendió hasta la madrugada del viernes. Tal vez por eso, por el sueño y el cansancio de esas intensas negociaciones, no todos parecen haber entendido lo mismo sobre lo que se firmó -y los festejos, abrazos y suspiros de alivio que se vieron inmediatamente después comenzaron a diluirse. Lo planteó el senador Andrés Allamand en la radio Duna -«nunca alguien dijo que cuando no hay acuerdo, eso significa que se transforma en ley simple, fue exactamente lo contrario- y le respondieron Gabriel Boric -«Los 2/3 son incentivo a llegar a acuerdo. Pero en lo que no sea posible queda fuera de Constitución y pasa a legislación ordinaria. Si desconocen eso se cae todo»- y Felipe Harboe -«entiendo que a Allamand nunca le gustó el acuerdo ya que él defiende la constitución el 80». Por eso, será ahora labor de la mesa técnica aterrizar esos 12 puntos anunciados bajo el cuadro de Pedro León Gallo. Mientras tanto, el debate sobre qué y cómo hacer esa nueva constitución y el valor del acuerdo -o de su espíritu- alimentaron varias páginas de columnas y entrevistas en La Tercera.

Sylvia Eyzaguirre ya el domingo -además de valorar la apuesta de Piñera por el silencio y por dar espacio a la búsqueda de un acuerdo- se anticipó a las piedras que lo firmado esa madrugada del 15 de noviembre encontararía en el camino. «Habrá quienes intenten torpedear este acuerdo , como el PC y parte del Frente Amplio (…). Habrá también quienes en la derecha consideren ilegítimo este acuerdo por nacer bajo la amenaza de la violencia, como si la actual Constitución no fuera producto también de ella», escribió, haciendo un llamado a perseverar: «Este nuevo camino de diálogo no será fácil, pero resultará imposible si no recuperamos de forma urgente la amistad cívica entre quienes creemos en la democracia». Una democracia, que según escribió Sergio Muñoz Riveros en una comentada columna de estos días, algunos quisieron directamente destruir. «¡Hubo quienes se propusieron hundir a Chile en el caos para provocar un quiebre institucional!», escribió, alertando sobre los riesgos aún presentes: «La democracia no será viable si vivimos bajo amenaza, si la violencia se convierte en una forma de chantaje político y el Estado se vuelve impotente».

Pero volviendo al debate constitucional, varios destacaron el valor de los 2/3 como una garantía de alcanzar un texto que tenga legitimidad real. Para Max Colodro «la gran clave política de este proceso es el quorum acordado, es decir, el que todas las normas del nuevo texto constitucional deban ser aprobadas por 2/3 de los constituyentes en ejercicio». Para él, ello es un reconocimiento «de facto que una nueva Carta Magna, elaborada en democracia por procedimientos participativos, está obligada a dar cuenta de la pluralidad que en la actualidad define a la sociedad chilena». Es de esperar que ese espíritu se mantenga en el proceso largo y complejo que se inicia y que tendrá varios desafíos. Uno de ellos lo plantaron los abogados Andrés Peñaloza y Eugenio Evans en una columna el jueves pasado, al destacar la importancia de los quórums. «En la actual Constitución existe quorum de mayoría absoluta y de mayoría calificada. (…) El nuevo texto tendría que regular los nuevos quórums legales. Sería imprescindible que a los temas que requieran mayor estabilidad se les exija, por ejemplo, mayoría absoluta», señalaron, asegurando que ello daría «un nivel razonable de certeza jurídica y estabilidad regulatoria».

Como si fuera casi un mantra, hoy ya casi todos repiten el concepto de «la casa común». La idea de una nueva Constitución es representar a todos lo mejor posible y sobre eso escribió ex director de la Secom Juan Carvajal el miércoles pasado. Para él «la obligación del Estado de construir una sociedad con sentido de comunidad, con derechos y oportunidades para todos, debiera ser el punto principal a imprimir en una nueva Constitución que sea legitimada por la ciudadanía«. Y en ese proceso, el ve un rol fundamental de los alcaldes. «Se debería diseñar una fórmula que comtemple un gran liderazgo» de los ediles y «un acompañamiento discreto y a distancia del Ejecutivo». Un punto para el debate al que se agrega otro, planteado por el cientista político Carlos Meléndez el jueves pasado como una pregunta que las fuerzas políticas y la sociedad deben ser capaz de responder para validar el proceso que se inicia: «¿Cómo un chileno promedio insatisfecho con la oferta política, lleva su voz al nuevo diseño institucional? ¿Cómo un chileno excluido estructuralmente, incluso de la sociedad civil organizada, participará de este proceso?».

Más allá de lo anterior es claro que llegó la hora de los constitucionalistas -y probablemente los escucharemos hablar y los veremos aparecer recurrentemente en los próximos meses. A modo de adelanto a lo que vendrá, es recomendable revisar las entrevistas a Patricio Zapata el lunes pasado en La Tercera PM -donde aborda los alcances del acuerdo y reconoce que «nadie puede asegurar que no habrá problemas»- y a Francisco Zuñiga el jueves pasado en La Tercera, que entrega su mirada sobre el debate abierto por los 2/3. Como también es recomendable profundizar en la discusión sobre las tensiones generadas tras la firma del acuerdo en especial en el Frente Amplio en el podcast Crónica Estéreo El gran desacuerdo, donde el periodista Andrés Muñoz aborda lo sucedido en ese sector político. Y revisar la nota de Vanessa Azócar y Cecilia Román sobre «quiénes son y qué piensan los expertos convocados para trazar el camino al plebiscito».

De la agenda social a la responsabilidad fiscal

 Que hay interés en el debate constitucional nadie lo niega. Por algo, el bestseller del mes es la Constitución del 80. Pero ¿en qué va la agenda social? ¿es suficiente el acuerdo alcanzado el miércoles pasado?, ¿hay o no recursos para financiarlo? y ¿qué efectos puede tener en los equilibrios fiscales? Las preguntas han dado vuelta estos días y han motivado más de una discusión entre políticos y especialistas. En las páginas de opinión de La Tercera el tema no ha estado ajeno tanto con llamados de atención para no olvidarse de las causas de fondo que gatillaron el estallido social como para encender las alarmas sobre los riesgos fiscales. «La agenda social es condición de trascendencia para el acuerdo constitucional. Es la que más mueve a la ciudadanía», escribió Oscar Guillermo Garretón, advirtiendo, sin embargo, que la agenda social de ahora es más difícil que aquella exitosa de terminar con la pobreza de millones que legó la dictadura a la democracia». Según él, la actual « exige a unos ceder para distribuir mejor«, pero «no es un asunto de quitar para repartir» sino de «gestionar voluntades y realidades». «Eso requiere una política y una empresa mejores que las de los últimos 10 años y también recuperar sentido de los tiempos que las pasiones desechan», concluye.

En medio de este debate, Mario Waissbluth destaca un punto cada vez más relevante en la discusión -en una columna en la que plantea que la socialdemocracia es la única solución viable-, la eficiencia del Estado. «Chile está hoy como el promedio de la OCDE estaba en 1965 y su trayectoria tributaria futura es inevitable, a medida que las clases medias más educadas vayan exigiendo más prestaciones de parte del Estado. Aumentar la carga tributaria conlleva un requisito sine qua nonmodernizar el Estado y mejorar su eficiencia y transparencia, para administrar los recursos adicionales y dar garantías de que gastará esos recursos bien». Mientras, María Paz Arzola, de Libertad y Desarrollo, junto con destacar el costo social que ha causado el vandalismo, planteó que es importante no dejar de lado la preocupación por el crecimiento económico. «En el periodo 2010-2013 en que el crecimiento promedió 5,3% anual, los ingresos per cápita del trabajo de las familias pertenecientes al decil más pobre del país aumentaron 42,5% (…) Esto sugiere que «la economía», vía empleo y sueldos afecta el bienestar social y los niveles de equidad«. Por eso, insiste que ante los sucesos recientes «necesitamos un compromiso decidido de los políticos con el crecimiento económico, lo que incluye responsabilidad fiscal y acciones tendientes a mejorar calidad y eficiencia del gasto público».

Esta última inquietud es la que ha circulado en algunos sectores en los últimos días luego de los acuerdos sobre pensiones, rebajas de pasajes a la tercera edad e ingreso mínimo garantizado. El tema motiva el Frente a Frente de hoy, donde Dante Contreras y Hernán Cheyre entregan sus visiones sobre el camino seguido hasta ahora por el gobierno en la agenda social, cuidando los efectos para el crecimiento. Sobre ello también escribió La Tercera en un editorial ayer, valorando los pasos dados y llamando a evitar las presiones populistas. Y en este debate entró el ex presidente del Banco Central Vittorio Corbo en una entrevista en Pulso Domingo, donde se muestra confiado y asegura que hoy -tras el acuerdo constitucional- «es menos probable que se produzca una recesión» en el país. Según él, hay más posibilidades de que la actividad comience a repuntar en los meses de verano y, así, que el PIB del primer trimestre de 2020 esté por sobre el del actual trimestre». Pero pese a ello, Corbo reconoce el riesgo de que no se encauce adecuadamente el descontento. «Miremos lo ocurrido en Argentina que pasó de ser un país desarrollado a uno subdesarrollado. Ese es el riesgo que está presente, que nos argentinicemos», aseguró. Y en este debate, es ilustrativo el reportaje del periodista Carlos Alonso sobre la «equidistante relación entre crecimiento y desigualdad«.

 El fantasma de Chile planeó esta semana sobre Colombia. Pero no el Chile del «crecimiento económico» y del «modelo exitoso», sino el Chile de la violencia, los saqueos y la destrucción de grupos extremos que ha convivido estas últimas semanas con las manifestaciones masivas. El temor a un estallido estuvo presente en la víspera del paro nacional del jueves pasado y el propio presidente Iván Duque llamó a evitar la violencia destructiva vista en otras partes -en clara referencia a Chile- en que se afectó el transporte público. Pero la inquietud, en rigor, se sustentaba en mucho más. Las últimas semanas han visto una explosión de estallidos sociales y protestas en varios países de la región -y también del mundo. Fue primero Ecuador, luego Chile, se sumó Bolivia y todo ello con el eco de las protestas en varios países de Medio Oriente y en Hong Kong. ¿Qué pasa que el mundo parece haber estallado en una ola de descontento social? ¿Es posible relacionar con un factor común a las distintas protestas mundiales? ¿Qué viene después? El tema no es nuevo. Ya lo describió Pankaj Mishra en La Edad de la Ira, ese ilustrador ensayo sobre la nueva época del descontento. Pero en estos días el tema parece haber llegado de lleno a nuestro país.

Ian Bremmer, el presidente de Eurasia Group, escribió sobre ello en su última columna, publicada el miércoles pasado en La Tercera. Para él, «en el corazón de este enojo» de la ciudadanía, que ha afectado por igual a países ricos y pobres, democráticos y autoritarios, «se encuentra la percepción generalizada de que los responsables políticos están actuando en interés de las élites en lugar de las personas». Y ello se ha dado a medida que «más y más personas comenzaron a contribuir a la productividad económica de su país». El problema es que frente a una economía global que se está desacelerando, se hace «más difícil para los gobiernos abordar las preocupaciones legítimas de su gente en el futuro». Un escenario que no parece auspicioso. «Si hay una cosa que une al mundo en 2019, es la ira hacia los gobiernos: eso debería preocupar tanto a los gobiernos como a las personas que están enfurecidas contra ellos», concluye. De esa ira fuimos testigos con las dramáticas imágenes de una turba apedreando un vehículo policial esta semana. Y sobre ella escribió el director de la PDI Héctor Espinoza en una columna donde llamó a detener la violencia y evitar enfrentarse a un futuro incierto.

Y a ese nuevo paradigma social que parece estar detrás de lo sucedido en las últimas semanas también se refirió Juan Ignacio Eyzaguirre en Pulso Domingo en una columna que, como si de un fallido superhéroe se tratara, tituló simplemente «Supermal«. Para él cada época ha traído su superhéroe. «En los ochenta Superman acaparaba la taquilla. Un idealista extraterrestre, hijo del rigor (…). Caído el muro, la saga de Batman caló en los cines. El fin de la historia rimaba con Bruce Wayne. (…) ¿Y nuestro tiempo? Hollywood ha intentado en vano una miríada de superhéreos (…) Sin embargo, la historia de un villano, Jocker, tocó una hebra», escribió. Para Eyzaguirre la película da pistas de una lógica que se repite en distintas partes del mundo -esa ira de la que hablaba Bremmer- «la intransigente violencia con que se anhela imponer cambios». Una situación que reinstala esa vieja paradoja del filósofo Karl Popper -al que Eyzaguirre también hace referencia- ¿Debemos ser tolerantes con los intolerantes? Y a la que él responde: «Frente a la paradoja de Popper debemos ser claros: para salvaguardar la democracia y evitar la tiranía de una minoría intransigente no debemos tolerar la intolerancia».

Pero al margen de esa discusión, muchos ven en el avance de la clase media una de las claves de esta nueva era del descontento. Una clase media que, como escribe Héctor Soto, ha llevado la batuta de la ola de manifestación y que  «es lo realmente nuevo (…), lo que marca un punto de inflexión, porque pone al descubierto el momento en que el país se sale del control de las élites y pasa a ser rehén de una mesocracia que dice hasta aquí no más. Nunca antes a las élites se les había escapado el país de esta manera», escribe Soto, para quien de aquí en adelante Chile «no será sino lo que quieran los sectores medios». Son, después de todo, «los que le dieron piso y apoyo al reventón. Son los que ahora último se lo están quitando, porque simplemente no se llevan bien con la violencia» (….), «ellos decidirán cómo, cuándo y por qué pacificar la calle». Pero al margen de ese debate, válido más que nunca tras los últimos sucesos, está también el efecto individual que este mundo cambiante genera y la inquietud que por estos días han inundado a muchos y que Matías Rivas resume con especial sensibilidad y sintonía en su columna Minuto a minuto. «La templanza», concluye, «es el único recurso para subsistir a esta temporada larga y cruel. El guión indica que todavía quedan episodios».

Un ambiente donde, además, la barras bravas han tenido un rol protagónico, con sus banderas ondeando en Plaza Italia. Pero ¿qué rol juegan realmente en las protestas? y ¿qué capacidad de presión tienen? Es recomendable escuchar el podcast Crónica Estéreo, el estallido social de las barras, donde el periodista Cristián Caamaño analiza el rol de las barras en la crisis y sus vínculos con la política.

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