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La ejemplar Colombia protesta en adviento

Resulta un privilegio vivir en Colombia y presenciar, desde la barrera de sol, un singular proceso de empoderamiento ciudadano, histórico, y ojalá que ejemplar para el resto del continente

Hay mucho sorprendente y bueno que decir sobre la naturaleza y el cariz de las protestas que, desde fines de noviembre, han tomado las calles y plazas públicas más señaladas de Bogotá. Dicho sea sin demérito del ánimo combativo y ciudadano que han mostrado las demás capitales de Colombia.

Las convocatorias a marchar, hechas por las distintas organizaciones que han adelantado una lista de reclamos ciudadanos, no solo no han cesado, sino que han logrado aislar a los elementos violentos que la parla periodística de este singular momento latinoamericano ha bautizado como “vándalos”.

Hubo momentos, hace dos semanas, en que se temió que las violencias – son varias y muy dispares sus motivos− lograrían secuestrar la protesta, desvirtuándola en obsequio del gobierno Duque. Felizmente, ha prevalecido un talante firme, desafiante y sereno.

La población de la bella y problemática Bogotá, en especial su juventud estudiantil, ha colonizado lugares muy simbólicos de esta urbe y lo ha hecho sostenidamente, con ostensible confianza en sus razones y en su capacidad de persuasión.

Se puede pensar lo que se quiera del cariz imaginativamente “performático” con que se expresa la protesta sindical, feminista, estudiantil e indígena, cada una de ellas con una urgente agenda específica que engrana sinérgicamente con todas las demás. Pero es innegable la simpatía que ha despertado el tumbao desafiante y alegre con que los artistas colombianos− músicos, gente de teatro y de la danza, artistas plásticos − han contribuido a fundir armoniosamente la protesta con las festividades navideñas.

El multitudinario concierto movible que recorrió la Carrera Séptima el pasado domingo, con agrupaciones y figuras de talla como Bomba Estéreo, la carismática Adriana Lucía o Totó la Momposina, por citar solo un trío, ha impresionado a los más escépticos y desabridos. La actividad se llamó Un canto por Colombia y el muy expreso motivo fue invitar a darle, sin desmayo, continuidad a la protesta.

Es sabido que la desmovilización es el fantasma de todo movimiento de protesta que cuente con el apoyo, no de maquinarias o células partidistas, sino de los particulares mondos y lirondos. La temporada decembrina, el cierre temporal de las universidades, la comprensible irritación del gremio comercial ante las pérdidas ocasionadas por las jornadas de paro fueron, sin embargo, conjurados formidablemente por una hermosa, vivificante y noble emoción colectiva que duró todo un día.

Que la representante de Colombia al concurso Miss Universo, la señorita Gabriela Tafur, se manifestase urbi et orbi, vivo y directo desde Atlanta, a favor del paro nacional y sus reivindicaciones feministas, brinda idea, mediática pero muy elocuente, del vasto apoyo que en la Colombia que viene suscita el movimiento.

El solo hecho de que la corriente dominante de lo que a todas luces se nos presenta como un complejo y muy vivo movimiento de movimientos no solo favorezca sin esguinces la protesta pacífica, sino que haya logrado, en efecto, darle una inequívoca impronta ciudadana a estas jornadas singulariza lo que ocurre en este país respecto de lo que aún agita a Chile y Bolivia, por ejemplo.

Ha habido, sí, dolorosas pérdidas de vida y la acción de la fuerza pública ha sido en muchas ocasiones arbitraria y brutal. Pero ha prevalecido la unicidad de propósitos de los factores convocantes: reclamar con firmeza y sin provocaciones el cumplimiento del programa de reformas política y económicas explicitado en los acuerdos de paz de 2016.

Por otro lado, la sordera del gobierno uribista, su mellada retórica de otros tiempos – “es el castrochavismo que solo busca desestabilizar”− y sus diálogos arrastrapiés, perversamente morosos, la estolidez de las mal llamadas “élites”, negadas a reconocer la emergencia de un país que durante muchas décadas de conflicto armado aplazó mal de su grado la hora de los reclamos, es decepcionante y desoladora.

Todo ello acusa, a la manera colombiana, la apremiante deuda social con que los privilegiados del continente verán llegar, en cosa de seis semanas, una década que se anuncia con el protagonismo de las masas y las calles.

Sin embargo, el modo como viene desenvolviéndose la voluntad mayoritaria de hacer valer en toda su dimensión social y económica los acuerdos de paz augura un 2020 que ojalá logre, para decirlo coloquialmente que “la vaina se mueva”.

Para un venezolano de esta era, desengañado de toda expectativa democratizadora en el corto plazo de mi país, resulta un privilegio vivir su exilio en Colombia y presenciar, desde la barrera de sol, un singular proceso de empoderamiento ciudadano, histórico y ojalá que ejemplar para el resto del continente.

@ibsenmartinez

 

 

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