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La tragedia de Vargas

Se cumplen 20 años de una catástrofe natural que mató a miles de personas y que coincidió con el referéndum constitucional con el que Hugo Chávez buscó la reelección

Esta semana se cumplen veinte años de una catástrofe natural que cobró en pocas horas la vida de miles de personas y modificó para siempre la línea costera del litoral central venezolano, tan caro a los caraqueños.

El cataclismo fue tan devastador que nunca se sabrá a ciencia cierta cuántas muertes causaron los deslaves y corrimientos de tierra originados por dos semanas de lluvias inusitadamente torrenciales que en 1999 afectaron todo el territorio nacional.

Solamente en el firme de la Cordillera Central se acumularon precipitaciones de casi 2.000 milímetros por metro cuadrado. La saturación de los suelos en este ramal de la cadena de montañas terminó causando gigantescas olas de lodo que buscaron el mar por las vaguadas de la vertiente norte. La avalancha, de magnitud bíblica, bajó a velocidad vertiginosa por pendientes de más de 30 grados, causando un aluvión de rocas y capa vegetal que destruyó por completo centenares de edificaciones y sepultó la vialidad a lo largo de más de 70 kilómetros de costa.

Poblaciones enteras, construidas con imprevisión junto a ríos y quebradas, desaparecieron por completo en el mar, en cosa de minutos. Cálculos conservadores estiman que el descomunal deslave pudo haber causado más de treinta mil muertes.

La destrucción de viviendas, edificios públicos, escuelas, hospitales, centros comerciales y vialidad costera del estado Vargas fue casi total aquel domingo 15 de diciembre de 1999. Miles de personas quedaron aisladas durante días, sin agua ni luz, en la cercanía de sus muertos insepultos. En los lechos de algunas quebradas quedaron sepultadas por el lodo y las rocas decenas de cadáveres. Estas quebradas debieron luego ser cegadas y consagradas como camposanto.

La catástrofe coincidió con el referéndum que Hugo Chávez había convocado para refrendar la aprobación de la constitución reeleccionista que el recién elegido presidente se había hecho aprobar aquel año.

La noche anterior, ante inequívocas señales que recomendaban decretar la emergencia en lo que pronto sería zona de desastre, Chávez fue consultado por la prensa sobre la conveniencia de aplazar el referéndum hasta un momento meteorológicamente más benévolo.

Su respuesta fue característica del tiránico narcisismo palabrero que sus aduladores llamaron “carisma”. Chávez invocó la frase atribuida a Bolívar en ocasión del terremoto que, en 1812, destruyó por completo la ciudad de Caracas.

Los curas, entonces mayoritariamente partidarios de la corona de España, propalaron desde los púlpitos que el sismo era señal divina y augurio del desastre de la Primera República. Bolívar, famosamente, respondió: “Si la naturaleza se opone, lucharemos contra ella y haremos que nos obedezca”.

En consecuencia, por órdenes de Chávez y, aunque la catástrofe se presentó temprano la mañana del domingo 15 de diciembre, la atribulada gente de Vargas no sería socorrida hasta tanto no se cerraron en todo el país las mesas de votación. Aún llovía aquella noche trágica cuando Chávez, en un discurso maratónico, agradeció a su pueblo el “sí” del referéndum. Se había asegurado la reelección − dos sexenios seguidos− y eso era lo único importante. Ya encontraría ocasión de asegurarse la reelección indefinida.

Las jornadas que siguieron prefiguraron lo que la era chavista-madurista ha significado para mi país. El Ejército y la Marina fueron movilizados para una caótica operación de auxilio a los damnificados que habían quedado aislados. La zona fue militarizada y para contrarrestar una ola de saqueos, asaltos y delitos sexuales se implantó un toque de queda durante el cual, al igual que durante el fatídico Caracazo de 1989, se registraron numerosas ejecuciones extrajudiciales.

A las naves de la Marina estadounidense que a toda máquina se dirigieron a Venezuela con equipo médico, agua, vituallas, medicinas y muy necesarios bulldozers y retroexcavadoras, les fue negado acercarse a la costa. El ministro de defensa había solicitado – sin consultar al jefe− la ayuda de la intendencia e ingeniería militar americanas en la seguridad de que, en pocos días, se habría restituido la vialidad. En un alarde de suficiencia antiimperialista y, según el mismo Chávez, siguiendo el consejo de Fidel Castro, se rechazó la ayuda gringa. El ministro pagó caro su diligencia.

Otrora uno de los paisajes caribeños más hermosos que pueda imaginarse, la zona de Vargas, pasados ya veinte años, se muestra todavía hoy devastada y terriblemente disfuncional.

Grandes negociados en la especulación con los terrenos y una mentida reconstrucción con miras a un supuesto desarrollo turístico futuro han hecho la fortuna de más de un general bolivariano. Entre tanto, la constitución bolivariana, refrendada por el voto mayoritario aquel trágico domingo, sigue siendo violada constantemente por los mismos que la promovieron.

@ibsenmartinez

 

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