CorrupciónDemocracia y PolíticaÉtica y MoralHistoria

Sánchez y el soberanismo degradan al PSOE

El PSOE ha renunciado a ser alternativa a los soberanistas en Cataluña, País Vasco, Navarra, Baleares o Comunidad Valenciana, y se ha convertido en una fuerza política auxiliar de estos

Los soberanistas trabajan para que millones de ciudadanos dejen de sentirse españoles. Pero, lo que reflejan una y otra vez los CIS catalán y vasco -Ceo y Euskobarómetro- es que la inmensa mayoría, además de vascos y catalanes, se declaran españoles. Hace unos días, el líder del PNV, Andoni Ortuzar, clamaba que los vascos no se consideran españoles «¡ni por el forro!«. Miente. Según el Euskobarómetro, aunque el PNV no se sienta español, más del 70% de quienes les votan sí. ¿Qué está pasando? Que el PSOE ha renunciado a ser alternativa a los soberanistas en Cataluña, País Vasco, Navarra, Baleares o Comunidad Valenciana, y se ha convertido en una fuerza política auxiliar de estos.

El alcalde independentista de Manacor, que ha ofendido a un Rafa Nadal orgulloso de ser español, ha sido elegido con el voto de los cuatro concejales socialistas. También en Baleares, sin el apoyo del PSOE, nunca habríamos sufrido la humillación que supone un cartel en un instituto de Inca con esta norma dirigida a una comunidad educativa con el castellano como lengua materna ampliamente mayoritaria: «Dirigirse siempre y en cualquier situación a los alumnos en catalán, dentro y fuera del aula». Prohibir el uso del español en España gracias a un gobierno autonómico con presidencia socialista expresa el proceso de degradación del Partido Socialista.

La vicepresidenta Carmen Calvo califica como progresista a ERC. ¿Progresista? Al periodista de la BBC Stephen Sackur no le confundió Raül Romeva, que ejercía de ministro de exteriores del procés, cuando intentó convencerle de su condición de izquierdista. «No diga tonterías«, le replicó, y le explicó que no pueden ser de izquierda quienes tienen como proyecto separarse de España con el argumento de «tocaremos a más». El voto al PSOE es hoy utilizado para fortalecer políticas soberanistas en territorios con socialistas en los gobiernos. ¡Qué gran fraude electoral!

En El futuro del capitalismo, un excelente estudio sobre las alternativas para construir sociedades más éticas e inclusivas en el mundo de la nueva globalización, el economista británico Paul Collier identifica estos movimientos nacionalistas de creación de identidades menores, entre los que analiza el de los secesionistas catalanes, como «el mayor ataque a los valores socialdemócratas y de cohesión». Argumenta que es imposible construir la nueva socialdemocracia del siglo XXI en coalición con nacionalistas y soberanistas, que no hay batalla contra la desigualdad que pueda tener éxito al margen, o contra, la identidad nacional compartida, en nuestro caso, España.

El admirado Santos Juliá, recientemente fallecido, reflejó en Transición lo que se nos venía encima. Ahora, cuando Ada Colau declara que «Cataluña es un pueblo que quiere conseguir la soberanía», da toda la razón a la advertencia del historiador sobre la trampa de pasar por izquierda lo que es puro nacionalismo supremacista. La alcaldesa de Barcelona e Iceta, Comunes y PSC, se han convertido en imprescindibles para camuflar la estrategia secesionista en Cataluña. Y, aún peor, están hundiendo al PSOE. Es una traición que supone un mal mayor, como apuntaba Juliá: «El problema más grave que tiene planteada la democracia española, es la vigencia en todo el territorio del Estado de su propia Constitución».

Para esta operación de engaño, el historiador tenía bien investigado el protagonismo de los intelectuales soberanistas, a los que cita con nombres y apellidos. La mayoría proceden de la izquierda y son el instrumento para crear una imagen progresista de un movimiento político dirigido contra los sectores más humildes de la sociedad catalana. No es extraño que el economista Thomas Piketty, en una entrevista en EL MUNDO, se sorprenda al comprobar cómo los separatistas coinciden con los que tienen mayor nivel de renta y estudios. «Me gustaría que los independentistas de izquierda clarificasen su postura en lo referente a la solidaridad fiscal», reclama. Y a mí.

Juliá demuestra que es una constante del secesionismo perseguir «la aceptación de España y Cataluña como dos objetos separados». En la habitual subversión del lenguaje, una de las formas más útiles ha sido el uso tramposo del término nación. Así ironizaba sobre el enredo: «¿De qué vamos? ¿De un Estado con muchas naciones, de un Estado para cada nación, de una nación con muchas naciones o de tantas naciones como estados decidan los pueblos de cada territorio?» Sabía bien de qué iban; de utilizar los recursos del Estado autonómico para construir una nación como paso previo a dotarse de un Estado. A ese plan sirven Ada Colau y Miquel Iceta, a la hora de proponer la expulsión de la Policía Nacional de Vía Laietana o de financiar desde la Diputación de Barcelona presidida por una socialista el espionaje a niños que hablan castellano en las escuelas. ¿Un mal menor?

A este gran tinglado político orientado a la destrucción de nuestra identidad nacional compartida, sirve hoy el bloque de la moción de censura, que, según Iglesias, «está llamado a asumir la responsabilidad de la dirección del Estado«. El líder de Podemos quiere tranquilizar a Sánchez con un «no te preocupes, Pedro, yo me ocupo». No va a perder la oportunidad de aprovechar el estado agónico del PSOE. Santos Juliá hace un chequeo a esta izquierda en diez páginas sin desperdicio de Transición. Siguiendo la pista a este colectivo político, procedente de Juventudes Comunistas y organizaciones anticapitalistas con ideas muy añejas, les define como fabricantes de «relatos de usar y tirar«. En la senda de la idea de la hegemonía cultural del comunista Gramsci -una iglesia, una liturgia, un catecismo, un papa- todo se reduce, escribe, a «conquistar la hegemonía por el discurso». No, labia no les falta. Pero lo que importa es preguntarse por las posibilidades de esta coalición de Sánchez con Iglesias para acometer las reformas que no pueden esperar más. ¿Es lo que quieren los electores?

El castigo electoral al laborista británico Jeremy Corbyn es una respuesta a todos los que representan una izquierda trasnochada, desde el anticapitalista francés Jean-Luc Mélenchon a los nuevos dirigentes «radicales» del SPD alemán o los de tradición comunista que están al frente de Podemos. Viejas recetas que ya fracasaron solo sirven para agravar los problemas. En El pasillo estrecho, Daron Acemoglu y James A. Robinson hacen un estudio histórico sobre el origen de las políticas socialdemócratas y demuestran que es al abandonar marxismo y el anticapitalismo cuando estas triunfan y se traducen en Estado del bienestar. Ocurre en la Suecia de principios del siglo pasado, en Alemania con el programa de Bad Godesberg en 1959 –«Tanto Mercado como sea posible, tanto Estado como sea necesario»- o en el XXVII Congreso del PSOE en 1979. Cuando la socialdemocracia se ha coaligado con partidos que absurdamente confunden el capitalismo con una ideología a combatir, el fracaso ha sido inevitable. El inconsciente Pedro Sánchez lleva al PSOE a ese barrizal.

Hoy, en España, el mayor interés se sitúa en propuestas alternativas para un país empantanado. Por el momento es Inés Arrimadas quien está respondiendo a esa demanda. Con el bloque de la moción de censura convertido en el mayor problema para la democracia española y con el PP de Pablo Casado paralizado por la amenaza electoral de Vox, es su hora. La líder de Ciudadanos ya demostró en Cataluña que es capaz de irrumpir en la escena política con una «conversación pública imbuida de ética», como exigía el historiador británico Tony Judt. Como él mantenía, nuestra mayor urgencia «no es qué hacer, sino cómo hablar acerca de ello». Y sabía que, como demuestra la historia, que los valores socialdemócratas no son exclusivos de ningún partido, que están ahí para quien sea capaz de adaptarlos a cada situación histórica.

El partido de Inés Arrimadas y Luis Garicano tiene la oportunidad de construir una alternativa que saque al país del bucle en el que le han metido, de galvanizar la pulsión reformista que pide paso. Es su momento, digan lo que digan quienes tienen que improvisar argumentos cada cinco minutos para avalar los volantazos de Sánchez. Hay una pista central por abrir en la política española y nadie está en mejores condiciones para ese trabajo que quien será candidata de Ciudadanos. Hay millones de españoles, al margen de las «ideas predicadoras», de secta, que esperan un liderazgo capaz de restaurar nuestra identidad nacional compartida, y que lo haga apasionadamente. ¿Quién ha dicho que el patriotismo constitucional carece de emociones?

El día en el que 100.000 militantes socialistas dieron el sí a una propuesta de gobierno que representaba justo lo contrario de lo que habían apoyado con entusiasmo horas antes, ese día, se hizo evidente que el PSOE había sido inutilizado para hacer cualquier travesía. Hay quienes piensan que este Partido Socialista puede aún ser reflotado. Se equivocan. Ahora, lo sensato y urgente es rescatar a millones de electores que votaron a Sánchez, pero no lo hicieron para favorecer a quienes atacan directamente nuestra convivencia colectiva. Al renunciar a ser alternativa a los nacionalistas en los territorios en los que se practican políticas de expulsión de España y convertirse en su soporte imprescindible, el Partido Socialista ha perdido su razón de ser. Y al entregar a los secesionistas la llave de la gobernabilidad de España han convertido al PSOE en el problema.

Jesús Cuadrado fue diputado por Zamora con el PSOE.

 

 

 

Botón volver arriba