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‘Las semillas del Muntú’, de Ashanti Dinah Orozco: el poema como ritual y ofrenda

La poeta Tania Ganitsky escribe sobre el primer poemario de la escritora afrocaribeña Ashanti Dinah Orozco, cuyos poemas conectan a los ancestros con los vivos, los cuerpos terrestres con el cosmos, el sufrimiento causado por la diáspora y el tráfico negrero con los cantos del presente.

Hasta el día de hoy, en todas mis comunicaciones electrónicas con Ashanti Dinah Orozco hay un punto en el que me explica, entre paréntesis, lo que significa alguna palabra que ha incluido en el mensaje y que no pertenece al español. No solo eso, sino que en el paréntesis suele haber más de una palabra, porque no existe una traducción precisa. Ese grupo de palabras entre paréntesis debería acercarme en español a aquello que Ashanti quisiera expresar y que en efecto expresa, porque lo escribe en yoruba, aunque yo no entienda y aunque la traducción sea insuficiente. Incluso cuando me invitó a participar en el lanzamiento de su primer poemario, y compartió conmigo el título, Las semillas del Muntú, tuvo que incluir la traducción y explicación de un concepto: Muntú. Todas nuestras comunicaciones han estado atravesadas por actos de traducción.

Lo que me interesa expresar con esto es que Ashanti y yo estamos separadas por nuestras lenguas, por nuestras creencias, por los alimentos que le ofrendamos a nuestros cuerpos, por nuestros ancestros e historia. En cuanto una de las dos conecta profundamente con su imaginación y sueños –que son las vías más potentes para entrar en contacto con lo que somos— debemos aceptar la traducción como forma o vía de relación; eso significa que podremos comunicarnos compartiendo y cruzando algunas fronteras de sentido y afectivas pero también afirmando las fronteras, los límites y la diferencia.

En una carta dirigida a Hugo Hoopert, el poeta judío Paul Celan le escribió a su amigo: “Me sitúo en un nivel de espacio y tiempo distinto del de mi lector; él solo me puede entender desde una distancia, no puede aprehenderme del todo, ya que siempre está forzado a asir las rejas que nos separan (…) Pero esa mirada intercambiada entre las rejas, esta comprensión distante, es en sí conciliación, ganancia y quizás esperanza”. Como lectora de Ashanti, no pretendo comprender y abarcar la totalidad de sentido de sus poemas, signos y consignas. En cambio, cuando la leo trato de desprenderme del magnetismo que insistiría en juntar su imaginario con el mío y trato de ser solo un oído y una mirada que se dejan llevar, prestan atención pero en vez de capturar palabras como peces en la red del yo, las dejan fluir.

Los elementos e imágenes que corren por estas aguas, por una escritura que intenta, como señala Pedro Blas Julio en el prólogo, “posicionarse en la decolonialidad e ir más allá de la historia oficial”, son vitales y subversivas, conectan a los ancestros con los vivos, los cuerpos terrestres con el cosmos, el sufrimiento causado por la diáspora y el tráfico negrero con los cantos del presente, el origen del cosmos con la continuidad, los misterios de espíritus y dioses con las voces de animales. Por su calidad y originalidad, todos los poemas incluidos en este libro, el primero de un tríptico, confirman que se trata de un libro único, una suerte de acontecimiento en la poesía contemporánea colombiana que sólo habría podido originarse a raíz de la combinación única que lleva Ashanti en el espíritu, en la sangre, en la práctica como militante y pedagoga, en la memoria, en la devoción a las comunidades afrodescendientes, a las lenguas y a la poesía. Su poética es consecuente con su modo de ser: aquí lo personal, lo profesional, lo político y lo artístico son indistinguibles. También habría que agregar a esta suma lo espiritual y lo cósmico.

Los epígrafes de Manuel Zapata Olivella y de Walt Whitman, acerca de la igualdad y la conexión o continuidad entre las personas y la naturaleza, marcan, desde el inicio, el espíritu de los poemas contenidos en Las semillas del Muntú.

Los primeros poemas están dedicados a la creación, a una forma de ver y entender el cosmos y el origen desde una perspectiva que combina el mito, la religión y la ciencia. En el primer poema se describe cómo fue creado el cosmos en referencia a un antiguo mito. En el segundo, llamado “Cuerpo de astronomía”, la materialidad del cosmos se conecta de una manera especial con la voz lírica que narra el poema: “todos los elementos de mi organismo estuvieron en las entrañas de la creación desde la edad geológica”, “soy vestigio de fuego milenario: contengo en mi célula primera partículas que concentran la esencia de todo lo que vibra y fluye”. Estos primeros poemas son sobre el origen pero también sobre la continuidad del origen; sobre la conexión material y temporal entre todo lo que constituye el universo. En el tercer poema, “Destino del Muntú”, Dinah escribe: “respiramos en cada poro del alma, lo que los árboles exhalan; entrelazamos su fuerza y su intuición en continua ida y vuelta, en continua llegada y partida, en continuo fluir recíproco”.

Además de esta hermosa y sugestiva insistencia en la persistencia del origen, algunos  de estos primeros poemas están escritos con imágenes y diálogos que hacen referencia al universo particular de Ashanti. En el poema que acabo de citar los dioses viajan para enseñarle a la poeta y al lector sus valores y cosmogonía en la forma de animales sabios y sagrados, cuyos nombres aparecen escritos en dos lenguas: español y yoruba.

En algunos casos también sucede que el concepto de continuidad que la poeta desarrolla en torno a los cuerpos y el cosmos se presenta de una manera menos vasta e indeterminada. A veces se habla de esta continuidad entre sujetos específicos, en el poema El río Níger cuenta su viaje, la poeta conecta una comunidad que existe en el presente con una aldea lejana en un tiempo primordial; también hay dos poemas escritos sobre la madre y el padre de la poeta, en estos la relación material y orgánica entre hija y padres corrobora la misma visión de conexión y continuidad, o se presta como una analogía, de la relación cosmos-cuerpo que se anuncia en los primeros poemas.

Este tipo de relación se explora lo largo de todo el libro en una polifonía de voces y diálogos. La persistencia del origen y el continuo fluir entre una cosa y otra también se explora en el poemario con respecto a la continuidad de los muertos en el presente, en el presente de los vivos: “Ayer, un Tata Nganga me dijo(…) los muertos nunca mueren: sólo funden su rumor de aliento con la tierra(…). Cuando trabajan el corazón de la manigua se vuelven tejido de nidos, brazos de musgo y manglar sobre el mar de los inicios”. Con respecto a los muertos algo me impresionó al leer este libro y es que, mientras que el pensamiento moderno-colonial ha insistido en el concepto de la muerte propia, en este libro los muertos son estirpe y legión, son una comunidad. Estos poemas no invocan un muerto, en sus propias palabras: “invoco la energía de sus nombres como tributo a la vida y a la muerte” o también “espero impaciente la aparición de mis seres invisibles, ciudadanos del aire”.

El libro de Ashanti me muestra muchas cosas de una forma en que no las había visto antes. Por ejemplo, aquí encuentro una distinción entre la categoría de muertos y la de ancestros. Mientras que algunos poemas nos muestran que los muertos se manifiestan en vida a través de la naturaleza, los ancestros se manifiestan de otras formas menos visibles y quizás más espectrales. Los muertos son formas de vida y los ancestros son una fuente de aprendizaje, aparecen ligados al canto, a la música, a lo sagrado y al sufrimiento. Para comunicarse con los muertos sólo hace falta contemplar el mundo que nos rodea, en cambio la comunicación con los ancestros es similar a la comunicación con espíritus y dioses porque depende de puentes, rituales, poemas. Gran parte del libro está dedicado a estas interlocuciones.

El poema “Lengua de invocación” incluye estos versos: “hilos de la palabra cantada me convocan esta noche. Se abren por los caminos y me trazan su geometría de nostalgias. Vuelan de la mano del tiempo con un sonido aéreo sobre el rumor de las hojas. Se enciende mi voz y crecen como frutos en mi garganta. Resonancias, lenguas de mis ancestros, hoy hablen por mí: las invoco. Derramen su marejada de sueños sobre la vertiente de mis ríos.” La voz de los ancestros está cargada de sabiduría: “alzo mi alma hacia las ventanas del cielo. Veo un ejército de ancestros. (…) En el graznido del pájaro carpintero les oigo cantar: descifra los enigmas en el murmullo del viento. Somos fogonazos en tu mirada, pacto de pensamiento en la garganta.”

La lengua, el tabaco, la escritura son medios para invocar ancestros y espíritus. En este libro el poema también se convierte en un ritual y en una ofrenda, una puerta abierta al otro, a cualquier otro, sea este un ser sagrado o mortal. De esta forma Las semillas del Muntú repite en sus cantos una gran verdad: la soledad es imposible, la poesía no podría existir si la soledad existiera. Es por esto que la presencia de muertos y ancestros se vuelve fundamental para Ashanti, y también la conexión entre nuestros cuerpos y el cosmos. El poema es un puente, un túnel, un pasaje que conecta elementos a través del tiempo y el espacio, entre el agua y la tierra, entre el yoruba y el español. Mientras los poemas se revelan como puentes (que pese a su función de conectar también son pruebas de una distancia existente), se consolida también la poesía negra contemporánea colombiana con una multiplicidad de imágenes poéticas y técnicas líricas que nutrirán la literatura colombiana por venir.

ARCADIA comparte abajo tres poemas de Las semillas del Muntú, de Ashanti Dinah Orozco:

CUERPO DE ASTRONOMÍA 

Soy un ser esencialmente cósmico.
Todos los elementos de mi organismo
estuvieron en las entrañas de la creación
desde la edad geológica.

Hace millones de años
era polvo de hidrógeno
flotando como un hilo de humo,
orbitando sobre sí como un cordón umbilical,
danzando en espiral como un derviche
sobre el oscuro vacío del espacio.
De la sagrada turbulencia
el gas se condensó en orbes
y se volvió estrella
y empezó a brillar.

Entre átomos,
soy una constelación en miniatura.
Y mi cuerpo naciente,
aún tibio por las manos de Olodumare
late con el ruido que creó la vida.

Soy vestigio de fuego milenario:
contengo en mi célula primera
partículas
que concentran la esencia de todo lo que vibra y fluye.
Tengo redes de nebulosas en el corazón.
Soy una ecuación de sueño.
Por eso, cuando me preguntan:
¿De qué se compone el sistema planetario?
Respondo: “De nosotros mismos”.

 

LA VIDA DE LOS MUERTOS

Ayer, un Tata Nganga me dijo:
los muertos nacen de las cuatro estaciones
con el enigma de la existencia.
Nunca mueren: sólo funden su rumor de aliento con la
tierra.
Cuando reencarnan son espejo líquido de nosotros
mismos:
palpamos el patakí de sus vidas.

Cuando trabajan en el corazón de la manigua
se vuelven tejido de nidos, brazos de musgo y manglar
sobre el mar de los inicios.
Sus rostros se nos cincelan en las manos
untados de lodo, arcilla y estruendo.

Cuando deambulan, se vuelven habitantes
de las estrellas, pasajeros del aire.
Esa es su forma de quedarse a vivir
en el canto del ave.

Vienen desde el ayer a contemplarnos.
Como un coro de abejas surcan la curvatura de la retina.
Un misterio de luna orbitando en sus miradas
nos descifra el pensamiento.
Son los narradores invisibles de nuestros sueños.
Murmuran en concierto de imágenes
que se hacen idea y verbo.

Nos trazan canales en el cuerpo,
bosques de nostalgias, fragmentos sonoros
donde cabe el peso de nuestra memoria.

Son lluvias marcando el compás de los días.
Si los escuchamos sentimos una percusión
galopar las colinas de nuestra lengua.
La artillería de una fuerza en la médula del alma.

Los ofrendamos con frutas y flores.
De ellos es el pan recién horneado,
el café de la tarde, el agua de azúcar al caer el día.

Sílaba a sílaba, invocarlos con el bálsamo de los rezos.
Cantarles con la sangre de nuestros animales,
hoguera de versos que alumbra sus ausencias.

Soplamos ron y nos profetizan
palabras liberadas del cepo y del látigo.

¡Que a nuestros pies descienda la voz de los muertos!
¡Que nuestros dedos palpen el tambor de su tempestad!
¡Que bailen con nosotros al son de la melodía
más antigua!

LENGUA DE INVOCACIÓN 

Hilos de la palabra cantada
me convocan esta noche.

Se abren por los caminos
y me trazan su geometría de nostalgias.

Vuelan de la mano del tiempo
con un sonido aéreo
sobre el rumor de las hojas.
Se encienden en mi voz
y crecen como frutos en mi garganta.

Resonancias,
lenguas de mis ancestros,
hoy hablen por mí:
las invoco.

Derramen su marejada de sueños
sobre la vertiente de mis ríos.

Con las pulsaciones del viento
empujen el pregón mis pasos.

Resonancias,
lenguas de mis ancestros,
resurjan de la savia como la semilla naciente
bajo el follaje de la tierra.

¡Fecunden el polen de mis días!

 

 

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