Clandestinos: ¿héroes o daño colateral?
Las aspiraciones de millones de cubanos han estado ocultas por demasiado tiempo, para beneficio de la dictadura. Ya es hora de desterrar todas las máscaras
WEST PALM BEACH, Estados Unidos. – Acaba de comenzar un nuevo año y ya se nos revela en todo su apogeo “la cosa cubana” -ese pernicioso vicio de perdernos en escarceos estériles en torno a naderías, que tanto nos caracteriza- elevando a la categoría de “acontecimiento” aquello que apenas merece el calificativo de chanchullo. Así, mientras en el mundo se producen sucesos cuyas profundas implicaciones políticas ocupan y preocupan a ciudadanos, instituciones y gobiernos, los cubanos permanecemos atados a lo que parece ser nuestro irremediable destino de aldea.
No suficientemente saciados con las fracturas y polarizaciones cosechadas tras 61 eneros de miserias, por estos días los nativos de la Isla cautiva hemos encontrado un nuevo motivo de discordia vernácula. Y lo que es peor, a falta de algo más sustancioso el diferendo gira esta vez en torno a lo que hasta el día de hoy sigue siendo una fabulación cibernética: el llamado grupo Clandestinos.
Entre los apologetas y los detractores de estas nuevas estrellas de las redes sociales han llovido las injurias y se han exacerbado las pasiones. Pero, ¿qué es en realidad Clandestinos más allá de las dudosas imágenes de bustos manchados de rojo y de otras presentaciones bastante cuestionables en cuanto a autenticidad? ¿A quién le consta que se trata de un “grupo” y no de una manipulación mediática de incierto origen o de una colosal tomadura de pelo? ¿Qué bases de la realidad sostienen tanto agitado patriotismo y tanta confianza de sus ciberseguidores? Hasta ahora, ninguna de estas preguntas tiene una respuesta convincente.
Es por eso que resulta tanto más inexplicable el entusiasmo pueril desatado en las redes, donde el simple cuestionamiento sobre la existencia o no de estos rebeldes imaginarios (e imaginativos, habrá que reconocer), cuyas justicieras y audaces acciones han llenado de esperanzas tantos corazones, es motivo suficiente para ser lapidado y hasta acusado de ser agente del castrismo: la explosión de la cubanidad en su estado más puro.
Porque Clandestinos, además, tiene ese encanto de los héroes de telenovela y dramatismo teatral que tanto hipnotizan a las masas: unos enmascarados que actúan contra el villano secretamente al amparo de la noche, mensajes de video con un protagonista misterioso usando pasamontañas, temerarias pintarrajeaderas de bustos martianos y dizque también de vallas comunistas, y sobre todo profusión de etiquetas en las redes sociales con ciberconsignas libertarias. Y según aseguran los más entusiastas fans, estas son “acciones que tienen en jaque a la dictadura”.
En resumen, resulta que tras décadas de resistencia y empeños de varias generaciones de opositores que han sufrido la represión, el acoso y el destierro como consecuencia de su enfrentamiento directo y sin caretas contra la pandilla castrista, ha aparecido mágicamente la solución final para los cubanos con un prodigio intangible del que nadie conoce ni la forma ni el contenido, pero que no obstante ha logrado concitar un extraordinario capital de fe, especialmente entre ciertos grupos de emigrados.
¿Quién nos iba a decir que bastaban algunos disfraces y un poco de pintura roja para hacer temblar a la autocracia cubana? De hecho, los héroes del momento se sienten tan imbuidos de su liderazgo que hasta han difundido en las redes un Manual de instrucciones donde se resume la clave del éxito en su “lucha”, la piedra angular que levantará a los cubanos para acabar en poco tiempo con seis décadas de castrismo. Basta seguir paso a paso sus elaboradas tácticas: estudiar la zona de operaciones, llevar encima la consabida ración de colorante carmesí, no pisar la pintura y actuar en dúos, y así cada cubano oprimido podrá hacer su propia heroica pintada. ¡De que tumbamos la dictadura en 2020 no quedan dudas!
Definitivamente, no somos un pueblo serio.
Sin embargo, si en realidad existiera un grupo llamado Clandestinos, si en verdad fueran esta suerte de guerrilleros urbanos de nuevo signo que se autodefinen como “no opositores” pero que dicen luchar contra la dictadura –lo que hace aún más incoherente su discurso- y si fuera cierto que se trata de un grupo surgido de manera autónoma y espontánea (y no de una fabricación surgida de mentes retorcidas con nadie sabe qué torvas intenciones), habría que admitir, además, que estamos frente a una consecuencia genuina de seis décadas de desgaste de una nación empantanada y fallida.
Clandestinos sería, en buena lid, más que la ridícula puesta en escena que se nos muestra en las redes, el reflejo de nuestra propia incapacidad para encontrar soluciones posibles y sensatas a la grave crisis cubana. Más que héroes, parecen un daño colateral. Pero serían también un buen motivo para recapacitar sobre las cotas de absurdo que hemos alcanzado y ganar en sentido común. Esto último es lo único verdaderamente positivo que habría que reconocer hasta ahora a toda esta saga.
Por mi parte, me niego verticalmente a aplaudir o a encumbrar fantasmas. Eso es Clandestinos hasta tanto se demuestre lo contrario. Por naturaleza, recelo de rostros enmascarados que evocan a los Tupamaros, a los etarras y a otras denominaciones de nefasta recordación y equívocas causas. En todo caso, prefiero la resistencia frontal y a cara descubierta contra el castrismo porque tengo la terca convicción de que el derecho a tener una Cuba libre, democrática, plural e inclusiva no es ni debería ser un asunto clandestino, sino todo lo contrario. Las aspiraciones de millones de cubanos han estado ocultas por demasiado tiempo, para beneficio de la dictadura. Ya va siendo hora de desterrar todas las máscaras.
(Miriam Celaya, residente en La Habana, se encuentra de visita en Estados Unidos)