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Armando Durán / Laberintos: Guaidó y Trump en Davos

 

El domingo, a primeras horas de la mañana, se supo que Juan Guaidó había cruzado clandestinamente la frontera colombo-venezolana para dirigirse a Bogotá, primera escala de un imprevisto viaje suyo a la ciudad suiza de Davos, donde todo indica que en el marco de la 40ª reunión del Foro Económico Mundial sostendrá, a la vista de los grandes poderes económicos y financieros del planeta, su primera reunión bilateral con el presidente Donald Trump. Sin la menor duda, un impactante golpe de efecto. Sobre todo, si tenemos en cuenta que el liderazgo del presidente interino de Venezuela, tras las vacilaciones e incoherencias de su primer año de gestión, con debilitamiento acentuado estos últimos días por su impotencia a la hora de enfrentar la fuerza bruta empleada por el régimen para impedir su ingreso al Palacio Federal Legislativo, sede oficial de la Asamblea Nacional que preside desde hace un año, se encuentra en su momento más bajo.

Esta realidad permite presumir que la iniciativa de emprender este viaje es un hábil golpe de efecto para mejorar, dentro y fuera de Venezuela, la imagen y el liderazgo de Guaidó, pero a medida que se van conociendo los detalles del viaje y surgen las dudas que lo marcan de manera indeleble, surgen razones suficientes para atribuirle a estos movimientos de Guaidó, de Pompeo y de Trump mucho más que un simple propósito publicitario.

En primer lugar, porque desde Bogotá, el presidente Iván Duque informó, al saberse que Guaidó ya estaba en territorio colombiano, que esa misma tarde se reuniría con el ilustre viajero en el Palacio de Nariño. Es decir, que la súbita aparición de Guaidó en Colombia no lo tomaba por sorpresa sino todo lo contrario. Mucho más cuando Duque aprovechó la ocasión para anunciar que el presidente interino de Venezuela participaría el lunes por la tarde en la tercera Conferencia Ministerial Hemisférica de Lucha contra el Terrorismo, encuentro al que acudiría, ¡qué casualidad!, el secretario de Estado de EE.UU, Mike Pompeo, quien al parecer invitaría a Guaidó a viajar juntos a Davos, donde también estaría Trump, ¡vaya que otra casualidad!, gracias a lo cual podría efectuarse la primera reunión bilateral entre los dos presidentes. Sin la menor duda, el verdadero objetivo de la gira de Guaidó.

Este encuentro, por cierto, tendrá como testigos a los mayores poderes económicos y financieros del mundo capitalista. Casi nada. Un hecho que también sin la menor duda nos aparta de la cómoda tesis del golpe de efecto, porque como quiera que se vea, Trump, a pocas horas de iniciarse el juicio político en su contra en el Senado, acusado de haber presionado al gobierno de Ucrania para acosar y perseguir a Joseph Biden, esta atravesando el peor momento de su Presidencia y no estaría para nada inclinado a representar el papel de comparsa y nada más en un encuentro solo para mejorar la imagen pública de Guaidó.

En este punto surge una interrogante muy significativa. Si en efecto el eventual encuentro Guaidó-Trump no es una simple “oportunidad fotográfica” para hacer ver que a pesar de todos los pesares Guaidó conserva el respaldo del presidente de Estados Unidos, ¿cuál sería el propósito real de su viaje y de su reunión con Trump ante testigos de tantísimo peso internacional?

Esta interrogante nos impone la necesidad de despejar otras presunciones. Desde que el 23 enero del año pasado, tras ser escogido por sus colegas diputados para ocupar la Presidencia de la Asamblea Nacional durante el año 2019, Guaidó invocó el artículo 233 de la Constitución para asumir la Presidencia interina de la República. Un desafío desde todo punto de vista inaudito, que Maduro no podía tolerar y tampoco podía sofocarlo, pues la imprevista insurgencia de Guaidó con su hoja de ruta del cese de la usurpación y el fin de la dictadura contaba con el respaldo de las principales democracias del mundo. En pocas palabras, un dilema imposible. De ahí que el régimen resolviera usar el Tribunal Supremo de Justicia para acosarlo judicialmente, comenzando por una sentencia que le prohibía al retador viajar fuera del país.

Sabemos lo que pasó después. Guaidó no le prestó mucha atención a esa sentencia y el 23 de febrero viajó por carretera hasta la muy distante frontera colombo-venezolana, la cruzó clandestinamente y se dirigió a la ciudad fronteriza de Cúcuta para encabezar una gran caravana de camiones cargados de ayuda humanitaria con destino a Venezuela. La aventura resultó un fracaso, pero le permitió a Guaidó ser recibido en Bogotá, Brasilia, Buenos Aires, La Asunción, Lima y Quito como legítimo presidente de Venezuela, una victoria con la que regresó a Venezuela, donde fue recibido en el aeropuerto internacional de Maiquetía por numerosos embajadores de las dos Américas y Europa acreditados ante el gobierno de Maduro, con lo cual se oficializaba lo nunca visto, una nación con dos gobiernos paralelos, ninguno de los cuales reconocía al otro.

¿Se está repitiendo ahora lo que ocurrió entonces? En aquella ocasión Guaidó consiguió pasar sin ser reconocido por los casi 20 puestos de control militar que supervisan el tránsito terrestre desde Caracas hasta la frontera colombo-venezolana, porque era un diputado casi desconocido, condición gracias a la cual también pudo ingresar a Colombia por lo que en la jerga fronteriza se conocen como “los caminos verdes”, senderos en zonas de intrincada orografía que emplean contrabandistas y migrantes ilegales para eludir la vigilancia, en este caso de las autoridades venezolanas. ¿Fue por esos caminos que Guaidó ingresó a Colombia el domingo? Su vestimenta y su calzado al abordar el avión oficial de la Presidencia de la República colombiana indican que sí, pero queda en el aire otra interrogante. ¿Cómo hizo esta vez, siendo como es un dirigente harto conocido, para llegar a la frontera sin ser reconocido? ¿Contaba acaso con la complicidad de algún poder oficial importante? ¿De quién? ¿Del propio Maduro? ¿O sencillamente viajó por otro y más moderno y rápido medio?

En todo caso, este viaje no pudo ser algo improvisado de la noche a la mañana. La coordinación necesaria para llevarlo a cabo exigía una organización milimétrica y una ejecución impecable. De manera muy especial porque el viaje tenía que realizarse ahora y no en ningún otro momento, pues tenía que coincidir, primero, con la cumbre antiterrorista de Bogotá el lunes 21 de enero y con el Foro de Davos un día después. Cálculos y secretismo tan minuciosos, que ni siquiera los miembros de su entorno más íntimo parecen que hayan estado al tanto de la operación, pues ninguno de ellos lo acompañó en su azaroso periplo desde Caracas hasta Bogotá; nadie sabe dónde abordó el avión presidencial que lo trasladó a la capital colombiana y nadie lo acompañó al llegar al Palacio de Nariño, donde fue recibido por el presidente Duque, para continuar luego su visita en solitario, aunque a Duque lo acompañaban la vicepresidenta María Lucía Ramírez y varios ministros de su gobierno.

Esta soledad de Guaidó también genera otras preguntas. ¿Por qué ningún miembro de su equipo, ni siquiera Julio Borges, jefe de las relaciones internacionales de la Presidencia interina de Venezuela, Carlos Vecchio, embajador de Guaidó ante el gobierno de Estados Unidos ni sus representantes diplomáticos en Colombia se hicieron presentes en ninguna instancia de esta primera jornada de estancia oficial de Guaidó en Colombia?

Escribo estas líneas el lunes 20 de enero por la mañana. Nada se conoce todavía de la oscura trastienda de este viaje. Durante los próximos días nos ocuparemos de analizar sus peripecias, su significado y sus posibles consecuencias. Sin embargo, quisiera adelantar algunas preguntas que se hacen muchos asombrados venezolanos. Por ejemplo, ¿No fue capaz el régimen de impedir que Guaidó saliera del país o algún peso pesado del régimen hizo posible que Guaidó llegara a Bogotá sin mayores inconvenientes? Y en ese caso, ¿quién o quienes se ocuparon de facilitar el paso de Guaidó? Por otra parte, ¿cuál fue el papel de los servicios secretos de Colombia y Estados Unidos en el diseño y ejecución del plan? Por último, ¿tiene este episodio algo que ver con la declaración de Maduro publicada este mismo domingo en el Washington Post en la que indica su disposición a sostener conversaciones directas con el gobierno de Estados Unidos para buscarle de común acuerdo una solución negociada a la crisis venezolana, tal como no se cansa de repetir Pompeo, y que coincide con las declaraciones casi al unísono de Joseph Borrell, jefe de la diplomacia europea, y de Vladimir Putin, de que la solución del problema venezolano exige que Guaidó y Maduro se sienten a negociarla directamente? En fin, ¿nos hallamos ante una nueva etapa de las negociaciones auspiciadas por el gobierno noruego en Oslo y Barbados, o  el propósito es buscar la aprobación de Guaidó a negociaciones muy distintas entre Estados Unidos, la Unión Europea y Rusia, que ya cuentan con el visto bueno de Maduro?

La respuesta a estas y a otras preguntas que irán marcando el desarrollo del turbulento proceso político venezolano las tendremos cuando Guaidó regrese a Venezuela. Tanto si el régimen se lo permite como si no. Ya veremos entonces. De lo que sí me siento seguro es que después de esta gira internacional de Guaidó, la crisis venezolana entra en una nueva y decisiva etapa. Para mejor, o para peor.

 

 

 

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