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George Steiner, prodigioso crítico literario, fallece a los 90 años

Tocó temas como los orígenes del habla, el poder moral de la literatura y el futuro de la verdad… y a veces fue criticado.

George Steiner, un erudito literario y hombre de letras cuya voluminosa crítica a menudo trataba de la paradoja del poder moral de la literatura y su impotencia ante un acontecimiento como el Holocausto, murió el lunes en su casa de Cambridge, Inglaterra. Tenía 90 años.

Su muerte fue confirmada por su hijo, el Dr. David Steiner.

Ensayista, escritor de ficción, profesor, académico y crítico literario – sucedió a Edmund Wilson como crítico principal de libros para The New Yorker desde 1966 hasta 1997 -, el Sr. Steiner deslumbró y consternó a sus lectores con la amplitud y la ocasional oscuridad de sus referencias literarias.

Un dato esencial para sus puntos de vista, como declaró en «Grammars of Creation» (Gramáticas de la creación), un libro basado en las conferencias Gifford que pronunció en la Universidad de Glasgow en 1990, «me sorprende, por más ingenuo que le parezca a la gente, el hecho de que se pueda usar el lenguaje humano tanto para amar como para construir, perdonar y también para torturar, odiar, destruir y aniquilar».

Su propio discurso era políglota. «En un nivel evidentemente menor», escribió en unas memorias sobre su desarrollo intelectual, «Errata»: An Examined Life» (Errata: Una vida examinada, 1998), «Debo al entretejido de tres idiomas iniciales» – el francés, el alemán y el inglés en los que se crió – «a su pulso y parpadeo dentro de mí, las condiciones mismas de mi vida y trabajo».

De este «pulso y parpadeo», confesó, surgieron las principales preocupaciones de su vida pensante, entre ellas los orígenes del habla humana, el mito de la Torre de Babel y su significado para la humanidad, los beneficios de sentirse como en casa en diferentes idiomas, las verdaderas tareas del traductor y la superioridad de los escritores políglotas o, como él los llamaba, «extraterritoriales», como Beckett, Borges y Nabokov.

Desarrolló estas preocupaciones en más de dos docenas de libros, incluyendo colecciones de ensayos, una novela y tres colecciones de cuentos. Al igual que Harold Bloom (que murió en octubre), argumentó a favor del canon del arte occidental y en contra de una procesión de movimientos críticos, desde la Nueva Crítica de los años 50 hasta el postestructuralismo y la deconstrucción de los 60, cuyo advenimiento predijo en uno de sus primeros ensayos, «El retiro de la palabra».

La visión cuasi religiosa del Sr. Steiner sobre la literatura sirvió de base para su primer libro, el estudio comparativo «Tolstoi o Dostoievski» (1959), significativamente subtitulado «Un ensayo en la Vieja Crítica».

«La vieja crítica es engendrada por la admiración«, escribió en el primer capítulo. «A veces se aleja del texto para mirar el propósito moral. Piensa que la literatura no existe aisladamente, sino que es central en el desempeño de las energías histórico-políticas. Sobre todo, la vieja crítica es filosófica en rango y temperamento.»

Permaneció fiel a este artículo de fe a lo largo de su larga carrera, abarcando temas tan variados como Heidegger, la tragedia griega, el ajedrez, la traducción literaria, el futuro de la verdad como idea y, en su novela «El traslado de A. H.  a San Cristóbal«, una imaginaria vida en la posguerra para Adolf Hitler.

Era una figura divisoria. Sus admiradores encontraban su erudición y argumentos brillantes. Mientras que los detractores se quejaban de que era vaporoso, pretencioso y a menudo inexacto.

«Su virtud vigorizante ha sido su habilidad para pasar de Pitágoras, a través de Aristóteles y Dante, a Nietzsche y Tolstoi en un solo párrafo», escribió el crítico cultural Lee Siegel en «Nuestro problema con Steiner – y el mío», un ensayo para The New York Times Book Review en 2009. Además: «Su irritante vicio ha sido que puede pasar de Pitágoras, a través de Aristóteles y Dante, a Nietzsche y Tolstoi en un solo párrafo.»

Steiner se quejó en sus memorias de haber «dispersado y, por lo tanto, desperdiciado mis fuerzas». Añadió: «A medida que se acerca el final, sé que mi saturada soledad, la ausencia de cualquier escuela o movimiento originado en mi trabajo, y la suma de sus imperfecciones son, en gran medida, obra mía».

En 2009, en «Mis libros no escritos», describió las siete obras que podrían haber visto la luz del día pero que permanecieron en su cabeza. «Es el libro no escrito el que podría haber hecho la diferencia», señaló. «El que podría haber permitido a uno fracasar mejor. O tal vez no.»

 

Steiner en el Harvard Club, de Manhattan, en 1998.

 

Francis George Steiner nació el 23 de abril de 1929, en una familia judía que vivía en París. Su nacimiento fue asistido, según reveló en «Errata«, por un doctor (Carl Weiss) que luego regresó a Luisiana para asesinar a Huey Long. Su padre, banquero de inversiones, Frederick George Steiner, y su madre, Elsie (Franzos) Steiner, habían dejado Viena en 1924 debido a la creciente marea de antisemitismo allí y habían elegido Francia por encima de Inglaterra por su clima más suave y sus presuntos beneficios para la frágil salud de Frederick Steiner.

Criado para hablar francés, inglés y alemán indistintamente y animado a leer ampliamente los clásicos por su muy atento padre, George emigró con su familia a la ciudad de Nueva York en 1940 y asistió al Liceo Francés, convirtiéndose en ciudadano naturalizado en 1944 y finalizando su bachillerato francés en 1947.

Rechazó una oferta para obtener una licenciatura en tiempo abreviado en Yale por lo que percibía como condescendencia hacia los judíos; entonces se matriculó en la Universidad de Chicago y obtuvo su B.A. allí después de un año de estudio, en 1948. Luego de concluir su maestría de Harvard en 1950, ganó una beca Rhodes para el Balliol College, Oxford, donde su tesis doctoral fue inicialmente rechazada. Una versión revisada, más tarde publicada como «La muerte de la tragedia», fue aceptada, concluyendo su doctorado en literatura inglesa en 1955.

Ese mismo año se casó con Zara Alice Shakow, una historiadora de relaciones internacionales. Además de su hijo, su esposa le sobrevive junto con una hija, Deborah Tarn, que es filóloga, y dos nietos.

En 1952 Steiner se incorporó a la redacción de la revista británica The Economist, donde permaneció hasta 1956. Después de obtener su doctorado, se hizo miembro del Instituto de Estudios Avanzados de Princeton, y luego fue nombrado Catedrático Christian Gauss en Princeton (1959 – 1960). De Princeton pasó a la Universidad de Cambridge, donde permaneció el resto de su vida, primero como miembro del Churchill College (1961-1969) y luego como Miembro Extraordinario. Fue asimismo miembro honorario del Balliol College, Oxford.

En diversas ocasiones enseñó o dio conferencias en la Universidad de Ginebra, en la Universidad de Nueva York y en Harvard, donde fue nombrado profesor de poesía de la cátedra Charles Eliot Norton para 2001-2002.

Sus muchos libros incluyen «Lenguaje y Silencio»: Ensayos sobre Lengua, Literatura y lo Inhumano» (1967), «En el Castillo de Barba Azul: Aproximación a un nuevo concepto de cultura» (1971) y «Después de Babel: Aspectos del lenguaje y la traducción» (1975).

Una y otra vez, ya sea directa o indirectamente, Steiner trató de definir el significado de la cultura en una época abrumada por las atrocidades. En el prefacio de «Lenguaje y Silencio», escribió: «Mi propia conciencia está poseída por el surgimiento de la barbarie en la Europa moderna, por el asesinato en masa de los judíos y por la destrucción bajo el nazismo y el estalinismo de lo que trato de definir en algunos de estos ensayos como el genio particular del ‘humanismo centroeuropeo'».

Este, escribió, fue el problema que definió su vida, la fuente de la urgencia moral detrás de su crítica.

«Me encantaría que me recordaran como un buen profesor de lectura», dijo a The Paris Review en 1994. Característicamente, tenía una noción específica y elevada de la lectura como una vocación moral. Debería, añadió, «comprometernos con una visión,  ocupar nuestra humanidad, debería hacernos menos capaces de pasar sin dejar huella.»

 

Christopher Lehmann-Haupt, quien fuera crítico de libros de The Times, murió en 2018.

 

Traducción: Marcos Villasmil

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NOTA ORIGINAL:

The New York Times

George Steiner, Prodigious Literary Critic, Dies at 90

He ranged over subjects like the origins of speech, the moral power of literature and the future of truth — and sometimes drew criticism himself.

George Steiner, a literary polymath and man of letters whose voluminous criticism often dealt with the paradox of literature’s moral power and its impotence in the face of an event like the Holocaust, died on Monday at his home in Cambridge, England. He was 90.

His death was confirmed by his son, Dr. David Steiner.

An essayist, fiction writer, teacher, scholar and literary critic — he succeeded Edmund Wilson as senior book reviewer for The New Yorker from 1966 until 1997 — Mr. Steiner both dazzled and dismayed his readers with the range and occasional obscurity of his literary references.

Essential to his views, as he avowed in “Grammars of Creation,” a book based on the Gifford Lectures he delivered at the University of Glasgow in 1990, “is my astonishment, naïve as it seems to people, that you can use human speech both to love, to build, to forgive, and also to torture, to hate, to destroy and to annihilate.”

His own speech was polyglot. “On a level self-evidently minor,” he wrote in a memoir of his intellectual development, “Errata: An Examined Life” (1998), “I owe to the cross-weave of three initial languages” — the French, German and English in which he was reared — “to their pulse and flicker within me, the very conditions of my life and work.”

From this “pulse and flicker,” he confessed, arose the major preoccupations of his thinking life — among them the origins of human speech, the myth of the Tower of Babel and its meaning for humankind, the benefits of being at home in different languages, the true tasks of the translator and the superiority of multitongued, or, as he called them, “extraterritorial,” writers like Beckett, Borges and Nabokov.

He pursued these preoccupations in more than two-dozen books, including essay collections, a novella and three collections of short stories. With Harold Bloom (who died in October), he argued on behalf of the canon of Western art and against a procession of critical movements, from the New Criticism of the 1950s to post-structuralism and deconstruction of the 1960s, whose advent he foresaw in an early essay, “The Retreat From the Word.”

Mr. Steiner’s quasi-religious view of literature informed his first book, the comparative study “Tolstoy or Dostoevsky” (1959), which was pointedly subtitled “An Essay in the Old Criticism.”

“The old criticism is engendered by admiration,” he wrote in the first chapter. “It sometimes steps back from the text to look upon moral purpose. It thinks of literature as existing not in isolation but as central to the play of historical political energies. Above all, the old criticism is philosophic in range and temper.”

He remained constant to this article of faith throughout his long career, ranging widely over subjects as varied as Heidegger, Greek tragedy, chess, literary translation, the future of truth as an idea and, in his novella “The Portage to San Cristóbal of A.H.,” an imagined postwar life for Adolf Hitler.

He was a divisive figure. Admirers of Mr. Steiner found his erudition and his arguments brilliant. Detractors complained that he was vaporous, pretentious and often inaccurate.

“His bracing virtue has been his ability to move from Pythagoras, through Aristotle and Dante, to Nietzsche and Tolstoy in a single paragraph,” the cultural critic Lee Siegel wrote in “Our Steiner Problem — and Mine, an essay for The New York Times Book Review in 2009. “His irritating vice has been that he can move from Pythagoras, through Aristotle and Dante, to Nietzsche and Tolstoy in a single paragraph.”

Mr. Steiner complained in his memoir of having “scattered and, thus, wasted my strengths.” He added, “As the close comes nearer, I know that my crowded solitude, that the absence of any school or movement originating in my work, and that the sum of its imperfections are, in considerable measure, of my own doing.”

In 2009, in “My Unwritten Books,” he described the seven works that might have seen the light of day but remained in his head. “It is the unwritten book which might have made the difference,” he wrote. “Which might have allowed one to fail better. Or perhaps not.”

Credit…Nancy Siesel/The New York Times 

 

Francis George Steiner was born on April 23, 1929, into a Jewish family living in Paris. His birth was assisted, he revealed in “Errata,” by a doctor (Carl Weiss) who then returned to Louisiana to assassinate Huey Long. His investment-banker father, Frederick George Steiner, and mother, Elsie (Franzos) Steiner, had left Vienna in 1924 because of the rising tide of anti-Semitism there and had chosen France over England for its milder climate and its presumed benefits to Frederick Steiner’s fragile health.

Reared to speak French, English and German interchangeably and encouraged to read widely in the classics by his closely attentive father, George emigrated with his family to New York City in 1940 and attended the Lycée Francais, becoming a naturalized citizen in 1944 and receiving his French baccalaureate in 1947.

Turning down the offer of an abbreviated path to a bachelor’s degree at Yale because of what he perceived as condescension to Jews, he enrolled at the University of Chicago and earned his B.A. there after one year of study, in 1948. After receiving his master’s degree from Harvard in 1950, he won a Rhodes Scholarship to Balliol College, Oxford, where his doctoral thesis was initially rejected. A revised version, later published as “The Death of Tragedy,” was accepted, and he received his doctorate in English literature in 1955.

That same year he married Zara Alice Shakow, who became a historian of international relations. In addition to his son, his wife survives him along with a daughter, Deborah Tarn, who is a philologist, and two grandchildren.

In 1952, Mr. Steiner joined the editorial staff of The Economist, where he remained until 1956. After obtaining his doctorate, he became a fellow of the Institute for Advanced Study at Princeton, then was appointed Christian Gauss Lecturer at Princeton from 1959 to 1960. From Princeton he went to Cambridge University, where he remained for the rest of his life, first as a fellow of Churchill College (1961-1969), then as an Extraordinary Fellow. He was an honorary fellow of Balliol College, Oxford.

At various times he also taught or lectured at the University of Geneva, New York University and Harvard, where he was appointed the Charles Eliot Norton professor of poetry for 2001-2002.

His many books include “Language and Silence: Essays on Language, Literature and the Inhuman” (1967), “In Bluebeard’s Castle: Some Notes Towards the Redefinition of Culture” (1971) and “After Babel: Aspects of Language and Translation” (1975).

Again and again, either directly or indirectly, Mr. Steiner tried to define the meaning of culture in an age overwhelmed by atrocities. In the preface to “Language and Silence,” he wrote, “My own consciousness is possessed by the eruption of barbarism in modern Europe, by the mass murder of the Jews and by the destruction under Nazism and Stalinism of what I try to define in some of these essays as the particular genius of ‘Central European humanism.’”

This, he wrote, was the defining problem of his life, the source of the moral urgency behind his criticism.

“I’d love to be remembered as a good teacher of reading,” he told The Paris Review in 1994. Characteristically, he had a specific, lofty notion of reading as a moral calling. It should, he added, “commit us to a vision, should engage our humanity, should make us less capable of passing by.”

Christopher Lehmann-Haupt, a former senior book critic for The Times, died in 2018.

 

 

 

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