Marcelino Miyares / Una Bitácora cubana (LI)
1 – Ruina: palabra que en sus diversas acepciones refleja la situación no solo de la diversa sociedad cubana -debido al régimen y su autoritarismo, que ha generado el sofocamiento de la libertad en su pluralidad de formas desde el día uno de la antiguamente llamada y considerada “revolución”- sino del propio régimen.
Ha sido muy publicitado, por ejemplo, el hecho de que Cuba no completó en 2019 el pago de su deuda reestructurada; o la carencia generalizada de los más elementales productos de uso personal.
El Gobierno responde con más controles, con medidas –como las elecciones de gobernadores, o el retorno de la figura del “Primer Ministro”- que no resuelven nada porque no fueron hechas para eso; con mayor represión e incremento de las violaciones de los derechos humanos. Pero debo confesar que la noticia que me impactó más, por su contenido de inhumanidad, de abandono y negligencia, de desprecio a la vida humana, es la muerte de tres niñas por el derrumbe de un balcón en La Habana Vieja (en Águila y Revillagigedo). De entre las reseñas, escojo de primero la de Camila Acosta, en Cubanet, donde se describe lo acaecido, y cómo ello no es la primera vez que ocurre, ni mucho menos la última:
“Los vecinos informan que el hecho acaeció sobre las 4 de la tarde. Las niñas, que cursaban el sexto grado, salían de la escuela primaria Quintín Banderas luego de una actividad. El balcón del edificio, ubicado frente al parque Jesús María, cayó y una de ellas, Maria Karla Fuentes (12 años de edad) falleció al instante; las otras dos, Lisnavy Valdés Rodríguez (12 años de edad) y Rocío García Nápoles (11 años de edad), morirían en el hospital poco después.
Varios vecinos se quejan de que el derrumbe fue producto de negligencias, pues el edificio lo habían comenzado a demoler desde la parte trasera, y no pusieron avisos de peligro ni acordonaron el lugar para así evitar accidentes como este.
La crítica situación de los inmuebles en Cuba ha dejado en los últimos años varias fatalidades.
El pasado mes de noviembre una madre y su hija fallecieron por el derrumbe de un edificio, declarado inhabitable, en el municipio capitalino de Playa.
La situación se hace más grave en municipios como Centro Habana, La Habana Vieja, Cerro y Diez Octubre, donde decenas de familias residen en inmuebles en peligro de derrumbe a la espera de que el Estado tome cartas en el asunto”.
¿Tomará cartas en el asunto “el Gobierno revolucionario”? No lo ha hecho en más de sesenta años; estos deterioros no son coyunturales, al contrario; vienen con el “sistema”, con el “modelo”. El supuesto “hombre nuevo” ha sido una víctima más del castrismo, una cohorte de verdugos, no de educadores.
El tema lo aborda asimismo Yoani Sánchez, en 14ymedio, en nota elocuente titulada “La jaula se deteriora”:
“Nací y pasé parte de mi infancia en una cuartería de Centro Habana. Recuerdo aquellas noches de irme a la cama y sacudir de las sábanas el polvo que caía de los techos deteriorados. También me acuerdo del cuidado al subir las escaleras porque un trozo de pared amenazaba con desprenderse, de los palos que apuntalaban algunas zonas y del olor permanente a humedad y aguas albañales que salía de las tuberías en mal estado.
La incertidumbre que genera haber vivido en esas circunstancias se queda para toda la vida. Es un sobresalto que se instala mientras duermes; un ojo abierto que nunca se cierra porque el repello de un muro puede terminar sobre tu almohada y, también, un dar las gracias cuando amanece y aún respiras. Ahora mismo, en esta ciudad y en este país, hay miles de familias que acuestan a sus hijos sin saber si habrá un mañana porque una viga puede ceder, un techo colapsar o un arquitrabe venirse abajo.
A quienes les gusta separar la política de la cotidianidad, como si lo que ocurre en «palacio» no afectara a todos los aspectos de una sociedad, hay que recordarles que muchos de esos inmuebles habrían tenido una suerte muy diferente si hace décadas se les hubiera permitido a sus habitantes apelar a algo más que a las vías oficiales para resolver los problemas que se iban presentando cada día.
Pero como un padre severo, el Estado cubano quiso tenerlo todo y garantizarlo todo. El resultado: medio siglo de edificios que se deterioraban y destruían sin que se le permitiera a un contratista, a una cooperativa o a una empresa privada detener la debacle ni construir nuevos inmuebles. Para cuando fueron a abrir algunas válvulas en ese monopolio, ya era tarde y -para colmo- las pequeñas aperturas en el sector por cuenta propia siguen lastradas por la falta de autonomía, la excesiva burocracia y una omnipresencia oficial que no cede.
Todo eso, porque el «gran padre controlador» que es la Plaza de la Revolución necesitaba hacernos creer que no solo proveía el alpiste a través del mercado racionado, la distribución a través de privilegios políticos y la meritocracia ideológica, sino que también nos daba el techo: una burda jaula que se cae a pedazos”.
2 – Andrés Reynaldo, en magnífico artículo en Diario de Cuba (“A todos ustedes, por el derrumbe”) toca un tema derivado: aquellos que defienden al régimen, le sirven sembrando división, además de que incluso ante el lamentable caso de la muerte de las niñas, optan por argumentos que buscan quitarle responsabilidad a la tiranía, rebajarle la culpa, mediante el absurdo uso de comparaciones con situaciones de injusticia en los Estados Unidos; en palabras del periodista, “como si no estuviera claro que un derrumbe en Nueva York es una infrecuente tragedia local y un derrumbe en Cuba es otro capítulo de una larga tragedia nacional” :
“A mí, ustedes ya me acabaron las ganas de comprender. Novelistas, pintores, cantantes con residencia en la Isla, perseguidos y censurados en la exacta medida que les permite apelar a la credibilidad cuando omiten y disimulan la causa única de la persecución y la censura.
Yo entiendo que tengan miedo. Porque yo tuve miedo. Yo entiendo que no se rebelen. Porque yo no me rebelé. Yo entiendo que no quieran irse de Cuba. Porque irse duele más, mucho más, de lo que uno puede imaginar antes de irse. Yo entiendo que no entiendan lo que es vivir en libertad. Porque la experiencia de la libertad es tan profunda, caleidoscópica, regenerativa y peligrosa, como es de uniforme, castradora y conformista la experiencia de la servidumbre.
Otra cosa es quedarme como si nada cuando los veo lavándole la cara a la dictadura. Como ahora veo al cineasta Eduardo del Llano dándole agua y jabón a la condena que se ha levantado desde el exilio tras la muerte de tres niñas aplastadas por un derrumbe en La Habana Vieja. Un enjuague mezquino, que comienza por exigir a los exiliados que tengamos la misma disposición condenatoria cuando ocurre un derrumbe en Nueva York.
En esto, lo admito, me asalta la vergüenza ajena frente a la reducción infantil de una persona adulta. Como si no estuviera claro que un derrumbe en Nueva York es una infrecuente tragedia local y un derrumbe en Cuba es otro capítulo de una larga tragedia nacional. Con esa torcida lógica de un derrumbe por otro se busca mitigar el punto de escándalo que afecta a la dictadura: la indefensión del ciudadano frente al continuado y cínico abandono de unas autoridades ilegítimas e impunes.
Todavía no se ha asentado el polvo del hipotético derrumbe neoyorquino cuando las víctimas ya están llorando su indignación en los noticieros, sus abogados ya están en el papeleo de las demandas, los dueños del inmueble ya están identificados como consumados villanos y las autoridades ya están bajo el asedio de la opinión pública. Porque aquí la irresponsabilidad paga su precio moral, político y económico. En menos de lo que canta Silvio.
Luego, viene el habitual libreto contra el exilio. Que si somos intolerantes, que si al enfrentar la dictadura nos parecemos a la dictadura, si tenemos en la cabeza un puto chicle, si para criticar a Cuba hay que vivir en Cuba. Entonces, ¿cuál sería nuestro papel? ¿Asegurar las remesas? ¿Aplaudir a los artistas que horas antes estaban montados en la Tribuna Antimperialista? ¿Dejarnos jinetear al descaro? ¿Mordernos la lengua frente al culipandeo, la ambigüedad y, en obvias circunstancias, el colaboracionismo de todos ustedes?
Pues no. Por mucho que recuerdo el miedo que tuve. Por mucho que les envidio poder caminar por las calles donde todavía camino en sueños. Por mucho que considero el trabajo que pasan para comerse algo parecido al bisté que a nosotros se nos echa a perder en el refri, sobrepasados por la oferta y distraídos en la demanda. Por mucho que lamento verlos tan huérfanos, tan triviales, tan atrapados en sus compensatorias poses, tan pacotilleros, en tan mal estado de piel, dientes y encías, tan cutres.
Porque ustedes son el patético testimonio de cómo una dictadura totalitaria degrada hasta la parodia el talento, el lenguaje, la razón de un país, dejándolo en el puro hueso de la mediocridad. En ustedes, el castrismo ha forjado una casta de pomposos energúmenos y vedetes mediáticas con una cultura de remiendos (dos retazos de Hemingway, tres de García Márquez, muchos botoncitos de idiosincrasia y ni una puntada de sustancia) para exhibirlos como el «sector independiente» que confirma, en tramitada antítesis, la narrativa oficialista.
A Miami, además, debían entrar todos de puntillas y con las chancletas en la mano, no sea que estén durmiendo los señores, y no con esa aura de arrogancia que les queda muy fuera de carácter a filósofos embriagados por un cóctel de prólogos, poetas (¡coño, cómo hay poetas!) incapaces de diferenciar un soneto de una tostadora, pintores que ocultan en una estridente improvisación la falta de oficio para ser figurativos y la falta de seso para ser abstractos, actrices y actores salidos de una escuela de pedregosa dicción y ampulosa gestualidad que diluye a cualquier personaje en el molde del asere del barrio, novelistas con una prosa derivativa, espesa y municipal, sin gracia ni tensión, que juegan con la cadena el juego que le conviene al mono.
Porque Miami es la que paga la cuenta. La espléndida Cuba del otro lado del mar donde a ustedes, a todos ustedes, se les ha recibido siempre con generosidad y respeto, como si fueran lo que no son”.
3 – “Enero ha sido el mes más difícil de todo el milenio en Cuba”, nos dice Osmel Ramírez Álvarez, en Diario de Cuba. Y lo afirma porque ha sido el de mayor escasez, en todo lo que va de siglo y milenio. Que muchos productos se llamen “de primera necesidad” no quiere decir nada; la necesidad va por su lado, mientras que los errores del régimen no disminuyen porque sencillamente no quieren o no pueden hacerlo. En algunos artículos, como el arroz, tal nivel de escasez no se veía desde los noventa (eso sí, en la TV mostraron un reportaje donde se hablaba de “miles de toneladas” producidas; una burla, una mentira). Un producto cuya escasez genera consecuencias de todo tipo, no solo para la calidad de vida general, sino con consecuencias económicas muy graves, es la gasolina.; incluso cuando aparece, está muy racionado.
En palabras de un jubilado: “se le va a uno la vida, esto se está poniendo como cuando el Periodo Especial crítico”. Veamos parte de la nota:
“Cada vez se incorporan más productos a la escasez prolongada o casi absoluta: la leche en polvo, el azúcar liberado, los frijoles, las harinas de trigo y maíz, el chocolate en polvo, los embutidos, el pollo, la carne de cerdo y muchos más.
«No sé qué le voy a dar de merienda a mis hijos para la escuela», comenta desesperada Iliana, madre de dos hijos escolares. «No venden azúcar, ni sirope, ni los refrescos Piñata en polvo, que hacen tremendo daño en el estómago pero se resolvía. Y ahora nada de nada.»
«Tengo la cabeza hecha agua. Tampoco hay pan liberado casi nunca, lograr comprar en el momento que sacan no es fácil porque uno nunca sabe cuándo es. Yo le doy el mío de la cuota a uno de los niños y mi esposo al otro y resolvemos, pero con el refresco no sé qué hacer, me doy por vencida», añade.
Y quien hace un análisis serio y muy realista –como es su costumbre- es el economista Elías Amor Bravo, quien en una nota en 14ymedio se pregunta si no se está acercando “la gran bancarrota cubana, la definitiva”. Parte del hecho de que 2020 será en lo económico peor que 2019; estamos apenas en el segundo mes, pero corrió por todos los medios la noticia de que
“Cuba había dejado de realizar el año 2019 los pagos de su deuda reestructurada a los países acreedores. La decisión del gobierno de Raúl Castro tiraba por los suelos la confianza que había depositado el llamado Club de París, que había negociado con el régimen generosas condonaciones de la deuda y de los intereses de la misma. Una práctica que, en su momento, fue cuestionada por expertos en mercados de capitales y que ha producido justamente los resultados que se preveían en aquel momento. Y solo han pasado tres años y medio.
En 2015 Raúl Castro obtuvo un espaldarazo importante de los acreedores internacionales al lograr la firma de un acuerdo para reestructurar una deuda que venía arrastrándose desde los años 80 del siglo pasado, y que para muchos era incobrable. El acuerdo establecía una favorable condonación, y el Gobierno cubano se comprometía al pago de los intereses, al tiempo que asumía penalizaciones en caso de incumplimiento.
Conviene señalar que las bases de aquel acuerdo, que vinculaba a unos 14 países acreedores, estaban sólidamente respaldadas por las evidencias que se acumulaban del proceso de mejora de relaciones de la isla comunista con EE UU. Un número importante de expertos y analistas confirmaron que el acuerdo era excepcionalmente beneficioso para Cuba, ya que los pagos acordados eran asumibles tomando en consideración diversos indicadores fundamentales de la economía, y a partir del conocimiento de las informaciones que, a cuentagotas, ofrecía el régimen sobre la evolución del turismo, las inversiones extranjeras y el sinfín de reformas puestas en marcha por Raúl Castro desde 2008. Era un acuerdo basado en la confianza hacia alguien que, hasta entonces, no había hecho mérito alguno para merecerla.
El acuerdo resultó tan beneficioso para Cuba que algunos países endeudados, y que aparecían en la nómina del Club de París, se volvieron hacia la organización en demanda de condiciones similares. Lo que no sabían es que prácticas de este tipo, lejos de resultar beneficiosas, no son sostenibles a medio y largo plazo. El deudor estructural, que no es responsable del cuidado de sus equilibrios financieros, si obtiene una condonación, lo más probable es que vuelva a endeudarse, e incluso aumentando los niveles respecto a la que utilizó en el pasado. Ciertamente, una condonación como la obtenida por Cuba en 2015, puede resolver problemas a corto plazo, pero los agiganta a medio y largo plazo, si no existe disciplina, responsabilidad y no se hacen bien las cosas.
El régimen ha culpado a EE UU del incumplimiento de los pagos. Esta es la tesis defendida a nivel político e institucional por el ministro Cabrisas, encargado de la negociación con los acreedores en París y responsable de las declaraciones que han dado la vuelta al mundo. Ni el Gobierno comunista ni responsables del Club de París, o de países involucrados como Francia o España, han querido hasta el momento decir nada al respecto, de modo que los silencios han contribuido a aumentar la alarma internacional.
Y realmente no es que la deuda cubana vaya a crear problemas a la economía mundial por su importe. Los 8.500 millones de dólares del acuerdo de 2015 son una cantidad que se puede gestionar con cierta facilidad, si bien, para un Estado que nunca ha asumido sus obligaciones, todo es posible. La suspensión del pago de los intereses correspondientes a 2019 ha encendido las alarmas y a muchos los ha devuelto a situaciones similares en tiempos de Fidel Castro, que se acababan resolviendo con un viaje a la Isla y algunas fotografías con el dictador, como recuerdo.
Eso, ahora, con Díaz-Canel, es impensable (debe pagar el 1,5% en plazo, y si se produce retraso, el interés aumenta al 9%) por lo que Cuba tiene que dejar de comportarse como un Estado fallido en términos de responsabilidad frente a los mercados de capitales, porque si no lo hace, los actuales problemas financieros van a ser mucho peores y se apagará la economía, peor que en el período especial. La demagogia de Fidel Castro atacando al FMI o al Banco Mundial simplemente acabó.
Hay varias lecciones que se pueden extraer de esta experiencia fallida del régimen comunista.
Primero, dar facilidades a los insolventes y fallidos no es la mejor estrategia de los acreedores; por el contrario, los que no pagan deben ser presionados para cumplir sus compromisos y en caso contrario, penalizarlos de acuerdo con el derecho internacional. Una parte de la responsabilidad, yo diría que mucha, la tienen los acreedores que condonaron las deudas y reestructuraron los pagos de intereses favorablemente. Asumieron un riesgo irresponsable, y ahora deberán responder ante sus consejos de administración.
Segundo, confiar la devolución de unos préstamos con base a escenarios improbables (quién iba a pensar en 2014-15 que la situación de Venezuela iba a ser la actual, o que EE UU con su nuevo presidente iba a exigir responsabilidades al régimen castrista por las confiscaciones revolucionarias a sus ciudadanos y empresas). Cuando no se tiene una base económica solvente, y Cuba no la tenía, y lo que es peor, no la tiene, condonar deudas y reestructurar pagos de intereses es pan para hoy y hambre para mañana. Pero es que el mañana ya llegó y hay que reaccionar.
Tercero, las negociaciones entre el deudor y los acreedores pueden arreglar cualquier dificultad, por compleja que sea, pero hay que valorar qué se pone en la balanza. La recaudación en las tiendas de divisas por la venta de electrodomésticos es poca cosa. Las remesas no alcanzan los niveles del pasado, el turismo decrece, la inversión extranjera no alcanza los registros esperados, las cosechas son improductivas. ¿Con qué se va a negociar? Las consideraciones ideológicas del régimen comunista cubano le impiden actuar con responsabilidad para hacer frente a las deudas. Los negociadores han perdido la paciencia. Por medio, los inversores en la Isla pueden ir haciendo las maletas, porque este año van a tener muy difícil repatriar beneficios a las casas matrices.
Cuarto, llegados a este punto, el colmo de la irresponsabilidad, el mismo que planteaba en 2015, es ¿a cuánto asciende la deuda cubana realmente? Fuentes oficiales que se remontan precisamente a 2016 (desde entonces no se han dado informaciones) la sitúan en un 20% del PIB, rondando los 18.200 millones de dólares, pero estoy convencido de que esa cifra puede ser actualmente más del doble, y la deuda superar el 60% del PIB cubano, lo que es una situación insostenible ya que toda la deuda depende del estado, que concentra todos los recursos de la economía. Mala solución para privatizar por la fuerza, pero no parece que pueda haber otra”.
Marcelino Miyares, 25 de febrero de 2020