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Morir en casa: réquiem por Víctor Batista Falla

 

En América 2.1 queremos compartir esta nota de la escritora y poeta cubana Uva de Aragón, sobre Víctor Batista  Falla, recientemente fallecido. Yo también lo conocí en un cursillo de cristiandad en La Habana, en 1959. Ya en ese momento era amigo de su hermano Laureano, con quien colaboré en la fundación del Partido Demócrata Cristiano de Cuba en 1990. Víctor Batista fue un cubano «fuera de serie», y su muerte en La Habana es increíblemente simbólica. Este hermoso artículo de Uva retrata fielmente a ese gran ser humano, Víctor Batista Falla. 

Marcelino Miyares – América 2.1

 

Hijo de dos familias ricas y poderosas en Cuba– las que supieron aportar ampliamente al país–, Víctor Batista Falla, era, como hubiera querido Martí, “un escolar sencillo”. Este maestro de la cubanidad, fue un eterno estudiante, con un inagotable afán de desentrañar las raíces y consecuencias de nuestra tragedia nacional. Mecenas generoso de la literatura cubana en el exilio, no se desentendió, como otros, de la realidad interna del país. Por el contrario, en los últimos años luchó para que los libros de su Editorial Colibrí pudieran colocarse en la Feria del Libro de La Habana y estar al alcance de los lectores cubanos.

No solía desgastarse en nostalgias inútiles, sino que miraba siempre hacia el futuro. Le preocupaba más cada proyecto nuevo que los logros alcanzados. Dominaba el ya extinto arte de conversar. Charlar con él era una fiesta para el espíritu.

Conocí a Víctor a través de mi padre en Nueva York, a finales de los años 60 o principios de los 70. Me reencontré con él en París cuando el Primer Congreso de Intelectuales Disidentes, celebrado en esa ciudad en 1979. Nos vimos alguna vez en la Feria del Libro en Miami, pero principalmente fue en Madrid, donde residía desde hacía décadas, que más coincidimos. Estuvo en presentaciones de mis libros. Me lo tropezaba en actos culturales o tertulias a los que yo asistía en mis frecuentes visitas a la capital española, especialmente en los años 90. En algunas ocasiones fuimos juntos con otros amigos a tomar copas y tapas a algún entrañable bar madrileño. Nos intercambiamos correos electrónicos por distintos motivos, como la celebración en 2014 del centenario del nacimiento del poeta Gastón Baquero, a quien ambos profesábamos admiración y afecto. Nos unían otros nexos, como mi relación con su hermano Laureano, y la suya con mi tía Sara Hernández-Catá, ambos ya fallecidos. Víctor no era un amigo íntimo, pero como el mar, aunque no lo viera a menudo, me tranquilizaba saber que estaba siempre ahí, cerca.

Al centro, Sara Hernández-Catá. En la extrema derecha, Víctor Batista Falla. Madrid, década de 1970.

 

No publiqué en sus revistas o editoriales, aunque acogió sugerencias mías para Colibrí que dirigió hasta 2013. Víctor sabía escuchar, rara cualidad entre cubanos. Durante sus años en Nueva York financió y dirigió una estupenda revista. Voy a mi librero y hallo de inmediato varios ejemplares de “exilio”–así era el título, con minúscula, muy a fin con su personalidad, pues huía de todo protagonismo–, con firmas como las de Humberto Piñera Llera, Eugenio Florit, José Gómez Sicre, Lorenzo García Vega, Julián Orbón, Ana Rosa Núñez, Carlos M. Luis, Alberto Baeza Flores. Lourdes Casal, José Ignacio Rasco, y tantos otros.

Portada de uno de los ejemplares de la revista exilio

 

Nacido en 1933, Víctor tenía, aunque no lo pareciera, 87 años. Si hubiera fallecido en Madrid de causas naturales, su pérdida me hubiera provocado la misma tristeza pero tal vez no el mismo asombro.

Murió el domingo 12 de abril del coronavirus en La Habana donde se encontraba desde el 6 de marzo. Era su primera visita a su ciudad natal desde que se marchó hacía 60 años. Dada la situación en Madrid, lo más probable es que ya llevara el virus consigo. Tal pareciera que consciente o inconscientemente fue a terminar sus últimos días a La Habana, en un gesto final de justicia poética, reclamando su derecho a morir en casa, regresando físicamente a esa tierra que nunca abandonó, sino que por el contrario, fue siempre para él una persistente ilusión.

No sé quién lo velará ni si lo enterrarán en el grandioso mausoleo de su familia en el Cementerio de Colón. Muchos lo lloran. Basta leer las redes sociales para comprobar que de Nueva York a Madrid, de Miami a París, de Luxemburgo a México, los que los conocimos y los amantes de nuestra cultura, nos sentimos un poco más huérfanos sin su presencia tutelar.

“La muerte no es verdad cuando se ha cumplido bien la obra de la vida,” nos enseñó José Martí. Descansa en paz, Víctor Batista Falla. Como al mar, Cuba y nosotros siempre te sentiremos cerca.

 

Panteón de la famiia Falla Bonet en el Cementerio de Colón en La Habana

 

 

 

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