CulturaEconomíaÉtica y MoralGente y SociedadMarcos VillasmilOtros temasPolítica

Villasmil: Péter Nádas y la confianza

 

Otra palabra de moda en estos días, al auscultar la conducta de los liderazgos políticos frente al virus chino, es “confianza”. Entra entonces en escena un señor húngaro, Péter Nádas.

A comienzos del 2009, en plena tormenta financiera mundial, el Banco Nacional de Hungría tomó una decisión poco usual: le pidieron al novelista, ensayista y dramaturgo Péter Nádas (autor que ha estado entre los candidatos europeos mencionados como aspirante al Nobel de Literatura) que les diera una conferencia. Los señores banqueros querían que Nádas les ofreciera su visión de qué es la confianza. Deseaban que los sacara de su zona de comodidad, de los análisis de curvas, estadísticas y gráficas, del terreno aparentemente seguro de “lo normal”. ¿Banqueros oyendo de temas no económicos? Querían formar parte, por lo visto, de un capítulo húngaro de la “Dimensión Desconocida”.

No se necesita ser un gran escritor, o un banquero experto, para saber que la confianza es una parte esencial del hecho humano, y específicamente de las variadas relaciones económicas. Ello está demostrado por miles de años de intercambios y de negociaciones. No obstante, es una de las variables menos comprendidas y más difíciles de medir. Y es que la confianza, la fe, las expectativas, son todas muy frágiles y, luego de perdidas, su recuperación es muy difícil.

Contrario a lo que piensan y practican muchos de los sargentos y capitanes de industria y de gobierno de algunos de nuestros países, más acostumbrados a la trampa, a la zancadilla y a la burla de la palabra empeñada, no hay relación -financiera o de cualquier otro tipo- seria que no se base en la confianza. Gracias a ella, se pueden concretar acciones en el presente y hacer promesas sobre el futuro.

Un billete norteamericano dice “In God We Trust” (En Dios confiamos). Debería decir, más bien, “In Government We Trust”, afirma Andy Haldane, Director Ejecutivo para la Estabilidad Financiera, del Banco de Inglaterra. Porque cuando se pierde la confianza en la moneda, lo que puede venir, por ejemplo, es hiperinflación y crisis económica general. Y ello ha ocurrido muchas veces, a tal punto que podría afirmarse también que la historia de las finanzas es la historia de las sucesivas pérdidas de confianza en las instituciones económicas, en sus actores, en sus reglas, en sus resultados.

Si no sabremos de eso los venezolanos, luego de veinte años de chavismo: en enero de 1999, al comienzo del régimen que todavía padecemos, un $ norteamericano equivalía a 573,9 Bs.; al momento de publicar estas líneas 1$ norteamericano equivale luego de años de eliminación de ceros en la moneda y de devaluaciones, a Bs. S 1.850.000.000.000.000.000; la “S” es por algo que ni por asomo es, “soberano”. Pero volvamos a nuestra historia magiar.

¿Qué les dijo Nádas a los banqueros húngaros? Entre otras cosas, que la confianza es algo muy especial, por ello la importancia que le dan las parejas enamoradas, los gobiernos o los socios de negocios. La confianza es imprescindible para la supervivencia o la reproducción, tanto de los seres humanos como de los animales. Es primordial, antigua y típica de todos los mamíferos, y muy probablemente vinculada a la maternidad y al cuidado maternal. Sus palabras concluyeron con una afirmación en el área de experticia de los señores banqueros que quizá no les causó mucha gracia: el capitalismo sin control, tiene tintes premodernos e implica una regresión cultural de consecuencias inciertas.

El capitalismo, después de la segunda guerra mundial, hizo un esfuerzo, sobre todo en los países del Norte, por crear instituciones de seguridad social, obteniendo con ello la confianza ciudadana. En los últimos veinte años, recordaba el escritor húngaro, el déficit de confianza en el capitalismo y en la democracia ha crecido en paralelo. Y ello es así aunque las causas de las diversas crisis financieras y el desencanto con la política no son idénticas en las viejas y nuevas democracias. Lo que se reclama y protesta en Paris o Londres no es necesariamente lo mismo que se exige en Buenos Aires, México, Bogotá, Calcuta o Budapest. Y es que las historias locales, con sus desarrollos culturales, también deben tomarse muy en cuenta.

Quienes no confían ni buscan crear confianza se transforman en simuladores. En política, simulan hablar a favor del pueblo; simulan creer en el bien común; simulan ser honestos y respetuosos de la ley. Incluso, como está sucediendo con el virus chino, algunos gobernantes incluso fingen estar interesados en proteger la vida humana.

Un hecho a resaltar: sin confianza previa no hay traición. Y la literatura ha sido un campo fértil para mostrarnos las diversas maneras que tiene el ser humano para desviar su conducta y dar puñaladas traperas a diestra y siniestra. Bastaría con revisar ese exuberante catálogo de la condición humana representado por las obras de William Shakespeare para conseguir, entre sus villanos, a todos los arquetipos posibles de la conducta traidora de la confianza: Ricardo III, Lady Macbeth, Yago, son tres ejemplos notables. Y para peor, como dice el autor inglés: “La traición y el asesinato van siempre juntos” (Enrique V).

Conviene asimismo tener claro que, como destaca el filósofo inglés David Hume, la confianza puede entenderse al menos en dos sentidos: como una expectativa sobre el carácter del otro, y como una expectativa sobre sus acciones. Buscando traicionar, el engaño y la simulación tienen por desgracia diversas vías de expresión, y se empieza por el lenguaje.

Nádas nos recuerda que “en el uso simulador del lenguaje los términos permanecen indefinidos, con el fin de permitir a los interlocutores cultivar, con desenfreno, sus sistemas de falacias y de fantasmagorías, que les sirven para encubrir sus actividades ilegales.” Para todo simulador la carencia de claridad discursiva no es un obstáculo para la expresión, sino más bien su precondición.

Lo que no saben estos simuladores es que sin capacidad para crear confianza el hombre no puede sobrevivir. Porque la confianza conduce al ser humano a balancear convicción y responsabilidad, demandas y obligaciones. Lo contrario, la simulación, el engaño, llevan a la inevitable procura de la astucia como técnica de uso constante.

No es con mensajes demagógicos o con decisiones populistas que se logra mantener la elusiva confianza de los ciudadanos.

Es que, como recuerdan Los Beatles, hay cosas que el dinero o la palabrería vacía no pueden comprar para siempre. Una de ellas es la confianza.

 

 

 

 

 

Botón volver arriba