DictaduraGente y SociedadOtros temasSalud

Yoani Sánchez – Días 42 al 44: Sin pan no hay país

Los productos que antaño se convirtieron en los más deseados y escasos hoy vuelven a serlo

Recuerdo que una de las primeras señales del Período Especial fue la dificultad para comprar pan. En aquellos años 90 vivía en la barriada habanera de San Leopoldo y cerca de mi casa había una panadería que vendía de manera liberada hasta que, poco a poco, solo quedó una oferta en sus estanterías y ésta pasó a estar racionada.

Un día me desperté en una larga cola para comprar pan. Después de eso, durante los próximos años, pasé horas y horas en aquella espera, aunque rara vez llegaba a mi casa con la bolsa llena. En una oportunidad, mi familia estaba tan hambrienta que en la misma esquina devoraron lo poco que había comprado por la libreta de racionamiento.

Hoy, estamos cerca de escenas similares. En el barrio donde vivo muchos llevaban años sin ir a buscar el pan del racionamiento porque las remesas y los vendedores informales permitían evadir la aglomeración en el local estatal de las calles Hidalgo y Lombillo. Pero eso terminó. Tirios y troyanos están ahora ahí desde temprano en una larga fila.

En el barrio donde vivo muchos llevaban años sin ir a buscar el pan del racionamiento porque las remesas y los vendedores informales permitían evadir la aglomeración en el local estatal de las calles Hidalgo y Lombillo

Los productos que antaño se convirtieron en los más deseados y escasos hoy vuelven a serlo, como si el reloj de la necesidad moviera sus manecillas sobre las mismas demandas. Arroz, pollo, cerdo, leche, aceite vegetal, pan y viandas protagonizan las angustias. Todo aquello que se derive de materias primas compradas en el extranjero -como el trigo- está en la lista roja de lo más vulnerable, dada la crisis internacional a lo que se suma la falta de liquidez que padece el país.

Así que en casa hemos renunciado al pan en el desayuno. No pasa nada. A esa hora, yo siempre he preferido tomarme un buen té porque nada más elaborado me pasa por la garganta. Pero soy consciente de que este país no puede funcionar sin pan, incluso la nación podría dar algunos pasos sin azúcar o sin café pero no sin esa masa blanca que se mezcla lo mismo con miel que con ajo.

Somos una nación amarrada a la rebanada, esclava de la miga, hija ilegítima de la levadura. «Sin pan no hay país», creo que debió decirse, porque en fin de cuenta muchos no le echamos azúcar al café ni nos gustan los dulces almibarados pero disfrutamos todos de una buen hogaza. Al trigo lo que es del trigo y a la caña de azúcar lo que es de la caña.

La vida transcurre, no obstante, más allá del plato.

Este lunes nuestras perras ladraron a las cuatro de la madrugada y tuve un mal presentimiento. Poco después supimos que un vecino del piso de abajo había muerto por un fallo respiratorio. Los detalles del fallecimiento faltan aún por aclarar pero se trata de alguien que había trabajado en la construcción del edificio, hace 40 años, por lo que deja un vacío importante.

El problema es que la gente que muere en medio de la pandemia se va apenas sin homenaje alguno. Con la crisis del covid-19, que en Cuba -según las cifras oficiales- se ha cobrado 69 vidas, los funerales son breves y temerosos. Pocos se atreven a llegar hasta el cementerio a acompañar unos restos que no saben si cargan con el temido coronavirus. Decir adiós en estos días es hacerlo más en solitario que nunca.

A media tarde han venido a pedirle a Reinaldo que destrabe el ascensor del edificio que se ha quedado detenido cerca de la planta baja. El problema es que para ese entonces, el cuerpo de nuestro vecino fallecido seguía en su casa sin que las autoridades sanitarias hubieran venido a buscarlo ni confirmaran o negaran si murió por covid-19.

El problema es que para ese entonces, el cuerpo de nuestro vecino fallecido seguía en su casa sin que las autoridades sanitarias hubieran venido a buscarlo ni confirmaran o negaran si murió por covid-19

Cuando a Reinaldo lo expulsaron del periodismo, en el lejano diciembre de 1988, se tuvo que ganar la vida malamente como mecánico de ascensor. Pensado que lo hundía, lo empujaron a la más popular de las ocupaciones para alguien que vive en un edificio de 14 pisos. ¿Quién va a ponerse en mala con el tipo que te saca cuando te trabas en una caja de metal a varios metros del suelo?

Así que comparto mi vida con el periodista y con el mecánico. Si él no destraba el ascensor, la empresa oficial puede tardar horas y días en hacerlo porque la burocracia es larga y tediosa por estos lares. Pero, hay que agregar a eso que vivimos tiempos diferentes. Ahora mismo, no sabemos si el covid-19 ha llegado a nuestro barrio, a nuestro bloque de concreto y a un piso cercano al nuestro.

Por eso, este lunes, cuando sonó el timbre del teléfono en busca de ayuda para sacar a alguien del atascado elevador, una operación siempre riesgosa y sin respaldo oficial, aunque ampliamente deseada por la comunidad, hemos preferido pasar la pelota y preguntar: ¿Y ustedes qué harían?

 

 

 

Botón volver arriba