Los hallazgos sin precedentes del Antiguo Egipto que reescriben el arte de la momificación
Una misión germano-egipcia documenta una funeraria subterránea intacta y el primer enterramiento de una momia con seis vasos canopos.
Los embalsamadores del Antiguo Egipto tardaban unos setenta días en transformar un cadáver en una momia. Su civilización creía en la vida eterna, en que el alma de un difunto no se extinguiría si contaba con un cuerpo donde poder encarnarse. Pero uno de los grandes enigmas que quedaban por resolver residía en descubrir y estudiar el lugar en el que se llevaba a cabo este ritual, los talleres de momificación. Y eso es lo que ha hallado una misión arqueológica germano-egipcia en la necrópolis de Saqqara, situada a una hora al sur de El Cairo: la primera funeraria completamente intacta.
El yacimiento, que está siendo excavado desde 2018 por el equipo del egiptólogo Ramadan Hussein, de la Universidad Eberhard Karls de Tubinga, en colaboración con el Ministerio de Antigüedades, está arrojando hallazgos que reescriben el conocimiento actual sobre el arte de la momificación —por ejemplo, que se llevaba a cabo bajo tierra, en un complejo fúnebre con distintas zonas dedicadas a la extracción de órganos, al embalsamamiento y a la sepultura—, y que también ponen de manifiesto que en el Antiguo Egipto existía un negocio alrededor de la muerte.
«La necrópolis contiene momias de personas ricas y pobres, así como pruebas de la existencia de catálogos de servicios funerarios y la calidad de los productos que ofrecían. Descubrimos que los embalsamadores tenían un gran sentido comercial. Reutilizaban las cámaras y revendían los sarcófagos para maximizar la capacidad del complejo”, explica el Hussein, cuyos descubrimientos y el proceso de análisis de los restos centran un revelador documental de National Geographic, El reino de las momias egipcias, que se estrena el 7 de junio en España.
El taller, un espacio rectangular hecho con ladrillos de barro y bloques de piedra caliza, situado a unos doce metros bajo tierra, constituye la primera evidencia de momificación subterránea del Antiguo Egipto, un descubrimiento sin precedentes. Estaba dotado de pozos de ventilación para librarse de los insectos, un gran quemador de incienso que actuaba como un sistema rudimentario de aire acondicionado y fumigación, así como canales de drenaje horadados en la roca para canalizar la sangre y otros líquidos corporales del difunto. En la superficie se han documentado otras instalaciones poco comunes que formaban parte del complejo funerario, en el que se han desenterrado un total de 54 momias.
Pero la gran sorpresa de la excavación estaba mucho al más al fondo. En la base del pozo, a unos treinta metros de profundidad, los arqueólogos han documentado seis cámaras funerarias intactas de hace 2.600 años, de la Dinastía XXVI. Además de encontrar una espectacular máscara de momia de plata, con una pureza del 99%, la tercera de este tipo encontrada en Egipto —la última se descubrió en 1939—, en la tumba más escondida, separada del resto por un muro falso, ha salido a la luz la momia de Didibaset, la primera enterrada con seis vasos canopos.
Estos eran unos recipientes en los que se guardaban los órganos internos del difunto, previamente embalsamados. La tradición —así se ha registrado, por ejemplo, en la tumba de Tutankamón— indicaba que eran cuatro, cada uno de los cuales representaba a los hijos de Horus: Duamutef, con cabeza de chacal, protegía el estómago; Amset, con cabeza humana, el hígado; Hapy, con cabeza de babuino, los pulmones, y Kebeshenuef, con cabeza de halcón, los intestinos —el corazón se mantenía dentro del cuerpo—. Pero el enterramiento de Didibaset, que podría haber sido sepultada con su hijo al aparecer su nombre en otro sarcófago, abre un inaudito y sorprendente misterio.
«Esto es algo nuevo, nunca se ha visto nada así», destaca el Ramadan Hussein, el director de la misión arqueológica. Los dos vasos canopos extra, localizados a cada lado del ataúd de madera de la mujer que debió alcanzar un alto estatus en vida, han sido analizados con la última tecnología en el Museo Egipcio de El Cairo. Los análisis han indicado que ahí dentro sobrevive material blando, casi con total seguridad restos de tejido humano. El interrogante reside en averiguar por qué y qué órganos de Didibaset —el cerebro, tal vez, que tradicionalmente se desechaba— fueron también embalsamados para su tránsito al más allá.
Packs económicos
El complejo funerario de Saqqara ha empujado a los expertos a asegurar que la momificación no solo estaba al alcance de los faraones y los integrantes de las altas esferas. Había en el Antiguo Egipto un auténtico negocio en el que los embalsamadores —primero retiraban las vísceras, luego secaban los cuerpos con sal de natrón y los trataban con distintos aceites— ofrecían distintos packs más elaborados o más simples en función de los recursos económicos del difunto.
Otra de las seis cámaras mortuorias del complejo llamó la atención de los investigadores por tratarse de un enterramiento individual. Dentro había un gran ataúd de piedra que en su interior contenía otro de madera, todavía con restos visibles de las inscripciones y jeroglíficos. Escondía la momia de otra mujer, de nombre Tadihor y de unos 45-50 años, también de alto rango social, que fue enterrada siguiendo un servicio premium con ricos amuletos como el Ojo de Horus. Tres de las otras momias han sido identificadas como sacerdotes de Niut-Shaes, una misteriosa y desconocida diosa con aspecto de serpiente.
Hussein y su equipo, además, han podido descubrir otro tesoro que les llevará más tiempo estudiar, pero que puede arrojar muchísima luz sobre los rituales de embalsamiento: numerosas vasijas y cuencos con restos de resinas de cedro y de pistacho, grasa animal o aceite de oliva. «Por primera vez, podemos hablar de arqueología de la momificación», cierra rotundo el experto.