Vanessa Kaiser: Humanos sin derechos
¿Qué es lo que, producto de sus anteojeras ideológicas, no pueden entender quienes han criticado a Micco?
Acusado de proteger a los agentes estatales, de servilismo al poder y de tergiversar la doctrina al punto que la defensa de los derechos humanos dependería del actuar responsable del individuo, Sergio Micco, director del INDH, ha pasado estos días en el centro de la discusión pública. La intolerancia y virulencia que hemos observado en quienes lo critican por su planteamiento respecto a la existencia de “responsabilidades” que serían condición de posibilidad para el ejercicio de los derechos es consustancial a aquellos colectivos donde la voz del individuo que piensa por sí mismo desaparece para unirse al coro del grupo que repite hasta la saciedad dogmas inculcados sin ningún nivel de reflexión. ¿Qué es lo que, producto de sus anteojeras ideológicas, no pueden entender quienes han criticado a Micco?
Empecemos por despejar una lectura amable, pero equivocada, de su posición. El director del INDH no puede ser entendido desde la perspectiva de un conservadurismo que ve en el reconocimiento de responsabilidades asociadas a los derechos un guiño hacia su sector o un avance contra cierto liberalismo que, enquistado en las contradicciones de una izquierda colectiva, terminaría por exacerbar un individualismo hobbesiano. Y es que la tensión entre el individuo y su comunidad es una falacia que Hannah Arendt, a quien Micco cita, ha dejado en evidencia. Sobre la destrucción de derechos humanos, Arendt afirma que se manifiesta en la privación de un lugar en el mundo “que haga significativas las opiniones y efectivas las acciones” (de los ciudadanos). O sea que sin un mundo de referencia en que los individuos experimenten la realización de sus derechos, su defensa se reduce al buenismo típico de la moralina política. De ahí que el pensamiento liberal reconozca esta realidad al hablarnos de un mundo común tejido por relaciones colaborativas, voluntarias y respetuosas de los credos y preferencias de cada persona. Basta leer a John Locke, para quien ni siquiera en el estado de naturaleza el ser humano vive sin responsabilidades de defender la vida, libertad y bienes no sólo propios, sino también de los demás miembros de su comunidad.
Hacerse cargo de las críticas a Micco nos lleva a Los Orígenes del Totalitarismo, donde Arendt, pensadora judía que vivió bajo el régimen nazi, nos explica que tras la Primera Guerra Mundial los gobiernos democráticos abrazaron el discurso de los derechos humanos al tiempo que el “mismo término de <<derechos humanos>> se convirtió para todos los implicados, víctimas, perseguidores y observadores, en prueba de un idealismo sin esperanza o hipocresía endeble y estúpida.” Algo similar parece estar pasando en nuestro país y es muy probable que Micco, bien enterado del pensamiento arendtiano, esté reaccionando ante una pérdida de su legitimidad producto de la privación de derechos que muchos ciudadanos experimentan en el marco de una convivencia común capturada por la violencia, las funas y la intolerancia. Y ello es preocupante. En este contexto cabe recordar a sus críticos que la legitimidad del monopolio de la violencia estatal se funda en que nos despojamos del derecho a defendernos y entregamos al Estado dicha función con el fin de vivir en el marco de una igualdad política, fundamento de la doctrina de los derechos humanos. Donde dicha igualdad sea vulnerada debido a que el Estado no cumple con la función de asegurar ese espacio de igual libertad a los ciudadanos, la desvalorización y consecuente violación de los derechos provocan una crisis moral que luego suele ser aprovechada por los tiranos más despiadados.
Micco lo sabe muy bien; donde la ciudadanía no entienda que el ejercicio de los derechos depende de que asumamos nuestras responsabilidades, su reconocimiento teórico será una quimera. De ahí la responsabilidad que cabe al Estado no sólo en el respeto a los derechos humanos por parte de sus funcionarios sino, además, en el resguardo de ese espacio de igual libertad donde los individuos en tanto sujetos morales aportan al mundo común. En contraste, donde los valores morales en que se sostiene la legitimidad de los derechos humanos se extinga, nos encontraremos ante las ruinas de un mundo cuyo habitante es un humano sin derechos.