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Socorro: Vida y muerte de Alirio Ugarte Pelayo

 

 

 

Esta imagen se lee diferente si se admite una de estas dos posibilidades: 1) este hombre fue asesinado; o 2) este hombre se suicidó. Y es probable que hasta el último día mostrara esta faz serena y esta sonrisa seductora, de manera que su rostro no nos dará una pista definitiva. Muchos de sus contemporáneos, incluidos los periodistas que estaban en su casa en espera de la rueda de prensa en la que anunciaría la creación de un nuevo movimiento político, que encabezaría, aseguraron que el fin había llegado por propia iniciativa, pero su familia reunió pruebas nada desdeñables para sostener lo contrario, que se la había causado una mano criminal.

Habrá, pues, que empezar por el principio, para encontrar en esta vida las claves que le llevaron a una prematura muerte, cuando apenas sumaba 43 años.

Cuatro apellidos, todos legítimos

Alirio Ugarte Pelayo nació donde no debía. Lo natural, y cónsono con la categoría de su madre, es que hubiera venido al mundo en la mejor clínica de Barquisimeto. En vez de eso, fue alumbrado en la Hacienda Palmira, estado Lara, el 21 de enero de 1923.

Cabe imaginar que hasta allí fue llevado un médico para que atendiera a Romelia Tamayo Anzola, quien iba a parir el hijo del general José Rafael Gabaldón, entonces de 41 años, casado con María Teresa Márquez Carrasquero (nieta de Victorino Márquez Bustillos, presidente “provisional” de Venezuela entre 1914-1922, mientras Gómez tenía el rango de “presidente electo”). Romelia, por su parte, era viuda de un señor de Boconó e iba a casarse con otro, de apellido Calderón. Habrá entrado en pánico. Se habrá sentido incapaz de hacerle frente a aquel enredo (ojo, en 1923). El caso es que el bebé quedó en la hacienda y, cuando tenía seis meses, el general Gabaldón entendió que era el momento de buscarle un hogar adoptivo. Cuentan que en julio de 1924 se vio entrar a Acarigua un hombre a caballo, con un bulto inquieto en los brazos. Al llegar al pueblo, el jinete amarró la montura frente a una farmacia. Al ser inquirido por la pareja de farmaceutas acerca de aquella situación, que tenía a un caudillo y a un bebé en las inclemencias del camino, el general Gabaldón dijo que estaba buscando quien le criara al muchacho. Los dueños de aquella botica, que no habían tenido hijos, eran Luis Horacio Ugarte Macías y Ercilia Pelayo Gil.

Cuando el general Gabaldón volvió a subir a su caballo solo le quedaba en el brazo la huella tibia del montoncito que había dejado atrás. Podría pensarse que era un problema menos. No. En realidad, nunca se desentendió de su responsabilidad ni le negó al hijo su cariño y apoyo. Pero entre 1929 y 1935, Alirio va a crecer solo con sus padres adoptivos, quienes le dieron su nombre y el amor de unos padres buenos, porque, en 1928, el general Gabaldón trató de convencer al general Gómez de que liberara a los estudiantes detenidos (los de la llamada Generación del 28), pero, además de presentarse a Maracay a tener esta conversación, se atrevió a conminarlo en carta pública a abandonar el poder.

¿Gómez, vete ya? Qué va, mijo. El interpelado le envió su jauría al atrevido, quien optó por entregarse. Fue enviado al castillo Libertador de Puerto Cabello, donde permaneció hasta la muerte de su verdugo, en diciembre de 1935. En algún momento, en esos años, Romelia Tamayo, madre biológica de Alirio, fue a Acarigua a conocer a Alirio y contó para ello con la ayuda de la madre adoptiva. Cuentan que una de las primeras diligencias del general Gabaldón, a la salida de la cárcel, fue ir a visitar a su hijo Alirio, quien ya tenía 12 años.

“Bastardo”

Aunque Alirio tenía padre y madre, cuyos apellidos llevaba, todo el pueblo conocía su origen. El general Gabaldón era una celebridad en la época y, al parecer, le faltó sigilo al entregar al muchachito. Lo cierto es que, aunque Alirio dio muestras muy precoces de tener una inteligencia excepcional, sus compañeros de colegio se burlaban de él por su origen. Lo llamaban “bastardo”, en una época en que esa injuria, sobre todo en ciertas clases, era un ultraje muy hiriente. Cuentan que algún maestro llegó al extremo de hacerle atender las clases de pie, por un año escolar entero, porque el niño tenía “sangre de bandido en las venas”. Esto sería difícil de creer, si no fuera por el hecho, bien comprobado por el pueblo venezolano, de que en épocas de dictaduras todo abuso es posible y toda adulación, probable. Quizá aquel “maestro” quería ganar puntos con el gomecismo humillando a un escolar.

Alirio completaría el bachillerato entre Acarigua, Barquisimeto y Guanare. Y, aunque no se crió con su padre biológico, replicaría de este la pasión política, que ya en la adolescencia era manifiesta. A los 14 años lo designan delegado a un evento nacional en San Cristóbal; y en 1935 representa a Guanare en el Congreso Nacional Estudiantil, en Caracas. Pero, incluso antes de descollar como dirigente en el aula, Alirio Ugarte Pelayo era escritor. Escribió su primera novela a los 8 años (original extraviado). Y en 1942, cuando tenía 19 años, y ya estudiaba Derecho en la UCV, Caracas, publicó su poema Historia; ese año fue presidente del Consejo Supremo de la Federación de Estudiantes de Venezuela.

Un año después, en 1943, ya era miembro directivo del PDV (Partido Democrático Venezolano) fundado por Isaías Medina Angarita. En 1944 impulsa su carrera como periodista de Últimas Noticias y luego, jefe de redacción de El Heraldo y colaborador de El Nacional. Al graduarse de abogado (1947), se desempeña como profesor de Filosofía del Derecho en la UCV.

En 1945, con la llamada revolución de octubre (el golpe a Medina), Ugarte Pelayo va a la cárcel con otros dirigentes pedevistas. En esa época, surgen otros partidos de oposición, como COPEI y URD (Unión Republicana Democrática).

Aquellos años con la Junta

En 1948, cuando el gobierno de Rómulo Gallegos es derrocado, Alirio colabora en la redacción del Acta Constitutiva de la Junta Militar, luego acepta el cargo de director de Política del Ministerio de Relaciones Interiores y en 1949, lo nombran gobernador del estado Monagas (1949). El 31 de julio de 1948 se casa con Caridad Sperandío Rodríguez, con quien va a tener a sus hijos: Alirio, Luis, Alejandro, Dudali, Luis Horacio [nótese que es el nombre de su padre adoptivo] y Claudia Ugarte Sperandío.

En 1952, sus diferencias con el régimen son demasiadas y se va al exilio. Estaría entre Europa y los Estados Unidos hasta 1956, cuando regresa a Venezuela con contrato de la Creole Petroleum Corporation como asesor legal. Dos años permanece alejado de la política y el mismo día que cae el tirano vuelve a ella.

Unos días después del 23 de enero de 1958, la Junta de Gobierno Provisional, presidida por el contralmirante Wolfgang Larrazábal lo nombra secretario general, con rango de ministro, cargo en el que durará poco. Renuncia. No está cómodo con algunos de los miembros de la Junta. En 1958 se suma a las filas de URD y asume la dirección nacional de doctrina del partido. Su vida toma una nueva dirección. Va directo a las grandes ligas.

Entre 1959 y 1961 se va a México como embajador y en las elecciones de 1963 sale electo diputado por el estado Lara. En 1964 es subsecretario general de URD, organización miembro de la Ancha Base, pacto político para abonar a la gobernabilidad de la administración Raúl Leoni. Instalado el nuevo periodo, Alirio es elegido presidente de la Cámara de Diputados y en 1965 es secretario general de URD.

En mayo de 1965, en el Consejo Nacional de URD, Alirio encarna la tendencia opositora a Acción Democrática y, por tanto, disidente de la Ancha Base, apoyada por Jóvito Villalba, cabeza de URD y determinado a no tolerar discrepancias. Ahora Alirio es uno de los políticos más visibles del país. Muchas fuerzas antagónicas a AD ven en él un adalid que interpreta su rechazo a aquella potencia que era el partido de Betancourt. Pero, en vez de capitalizar semejante liderazgo, el Directorio Nacional de URD lo suspende de toda actividad militante. A lo que él responde con una renuncia formal. Era 1966.

1966

Sonó como una puerta que se cierra de golpe. De hecho, como el contexto de aquella rueda de prensa era de tanta tirantez, uno de los reporteros comentó que aquel encuentro se haría a tiros. Una noticia fija sería, calculaban, la respuesta que Ugarte Pelayo daría a las acusaciones que tres días antes le había hecho Jóvito Villalba, quien lo había señalado de «estar en combinación con lo más podrido del perezjimenismo», y por ahí se había ido, hablando de la colaboración de Ugarte con el depuesto régimen.

El periodista Abraham Veitía, del vespertino El Mundo, quería entregar una nota para la edición de ese mismo día. De manera que, a eso de las 11 de la mañana, y antes de que empezara la rueda de prensa, se acercó a Ugarte Pelayo y le pidió un adelanto de lo que iba a anunciar. Pero este se negó. Le dijo a Veitía que solo hablaría cuando hubieran llegado todos los reporteros. Cabe imaginar que Veitía trató de hacer valer el hecho de que Alirio era del oficio, que entendía que un vespertino, bueno, tiene otro metabolismo. Pero solo logró que Ugarte Pelayo le dijera estas palabras, que luego cobrarían un significado de portentosa solemnidad: «Este es un país urgido del sacrificio de sus mejores hombres, para poder realizar ese gran cambio que todos los venezolanos desde los más poderosos hasta los más humildes esperan».

Después de decir esto, y de posar para una foto, la última, Alirio se disculpó para ausentarse. Dijo que iría por un momento a su biblioteca a atender una llamada telefónica. Había convocado la conferencia en su casa, la quinta Claudalí, calle Los Cedros, urbanización Los Chorros, Caracas, para dar a conocer su decisión de crear un nuevo partido, Movimiento Democrático Independiente, y muy probablemente, también para anunciar su intención de ser abanderado de este en las elecciones de 1968.

El jardín de la residencia estaba lleno de reporteros y de simpatizantes de la nueva organización. En medio del vocerío vino uno de los hijos de Alirio a preguntar por su padre. Alguien le indicó que se había ido a su despacho. El niño trató de entrar, pero la puerta estaba cerrada con llave, entonces salió de la casa y se asomó a la ventana, desde donde vio a un hombre tendido en el suelo.

Ugarte Pelayo nunca dejó de escribir. Llegó a publicar cinco libros de poesía: Coplas del amor ausente, Espacio de mi tiempo, Poemas, La cueva del guácharo y Taxco.

En febrero de 1965, el periodista yaracuyano Juan Ángel Mogollón le hizo una entrevista para el vespertino El Mundo. Una nota muy interesante, porque en ella solo se habló de literatura y de arte.

—El duro ejercicio de la vida, —le dijo Ugarte al periodista Mogollón— el anecdotario político dentro del cual me he desenvuelto, mi profundo respeto por el arte en todas sus manifestaciones, la conciencia de las dificultades estéticas, la evidencia de que a nadie se le ha ocurrido la idea de considerarme poeta, todo esto me ha mantenido al margen de la pretensión de actuar como tal. Evidentemente, soy un poeta en la clandestinidad, pese a la circulación familiar de varios libros. Me sentí tomado por la emoción urgida de palabras, desde los propios bancos de la escuela, allá en Guanare. Y nunca he dejado sentir la necesidad de expresarme en versos, me encierro a escribir por días, por semanas. Siendo gobernador de Monagas, escribí, por angustia, Espacio de mi tiempo. Este libro puede no valer nada estéticamente, pero es un testimonio humano de responsabilidad moral y de sensibilidad. Desde niño hasta ahora siempre ha ocurrido lo mismo: escribo cuando necesito hacerlo y entonces nada me parece más importante que escribir. La política no me ha cambiado esa constante espiritual.

Llama la atención que siendo una figura tan conocida, se sintiera clandestino como poeta.

Cuando lograron abrir la puerta lo encontraron. Se agitaba suavemente en un manto de sangre, como cuando era un bebé se removía en su pañal, camino a Acarigua. En el escritorio se enfriaba una taza de café, bajo la cual se medio escondía el recorte con el artículo donde un dirigente juvenil de URD lo acusaba de estar a sueldo del perezjimenismo.

Movía los labios como para hablar, pero no llegaría a hacerlo, aunque lo llevaron muy rápidamente a la Clínica Ávila, en Altamira, donde recibió las mejores atenciones.

Era el 19 de mayo de 1966. Al día siguiente, la prensa nacional abrió con la noticia de su suicidio. Meses después, cuando considerando que ya tenía pruebas en contrario, la viuda recibió otra vez a los periodistas en su casa, esta vez para suministrar indicios de que su marido había sido asesinado.

Llamen al general Gabaldón 

Cuando Alirio tenía trece años, fue llamado a una especie de consejo de familia en la casa de los Gabaldón-Márquez, donde tenía entrada franca, puesto que la madre de sus hermanos había procurado este ingreso, con mucho tacto y dulzura; y había hecho lo posible para que Alirio tuviera un trato fraternal con los hijos del matrimonio, entre quienes se contaba el guerrillero Argimiro Gabaldón.

—Hemos decidido darte el apellido -le dijeron-. Queremos que te firmes Alirio Gabaldón.

Sin titubear, el aludido, agradeció esa prueba “de afecto y aprecio”, que no podía aceptar. «Mis padres adoptivos no tienen más hijo que yo y quitarme los apellidos que tan generosamente me han dado, sería ocasionarles un mortal disgusto. Yo sabré corresponer al afecto de ustedes, pero no puedo complacerles en algo que representaría un gran sacrificio sentimental para mí».

Al divulgarse la muerte de Alirio, el general Gabaldón recibió la noticia en su residencia en Macuto. Eran las dos de la tarde cuando llegó al lecho de su hijo muerto, ahogado en llanto. Dos horas después se les reunió una anciana que venía sostenida por familiares. Era doña Romelia Tamayo.

Al día siguiente, el viernes 20 de mayo, mientras un grupo armado ametrallaba la casa nacional de URD en protesta por la muerte del doctor Ugarte, el gobierno del presidente Leoni decretaba tres días de duelo y el Congreso Nacional anunciaba que en su sede sería el velatorio. «Ugarte Pelayo era -escribiría años después Diego Bautista Urbaneja- una de las figuras más atrayentes del panorama político del país, pues a una imagen muy cautivadora se añadía el que hacía planteamientos que aparecían como modernos y renovadores. […] el día en que había convocado una rueda de prensa en la que se esperaban grandes anuncios, mientras los periodistas aguardaban en el jardín de su casa, Alirio puso fin a su vida».

—Lo que importa -había escrito el propio Alirio- es conservar el hilo de la propia trayectoria, pues quien se da a cambiar, termina por confundir sus distintas posiciones y de pronto se equivoca al querer tomar la máscara oportuna.

Quién sabe si el hilo que se dio a bordar la vida de Alirio Ugarte Pelayo, desde que viera la luz en la hacienda de su nacimiento entre murmullos, era el del silencio, el que lo apartaría de tantos relatos torcidos, de tantas puntadas imperfectas.

 

 

 

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