Justo tres años después de que el Parlamento debatiera sobre los «lineamientos», el presidente de la República ha convocado al Gobierno a «un profundo ejercicio de pensamiento innovador» para enfrentar la crisis creada por la pandemia y «llevar a una implementación más firme, más segura y más rápida de todo lo que está previsto en la Conceptualización del Modelo Económico y Social».
Que ambas noticias se hayan publicado un primero de junio en el órgano oficial del partido, con 36 meses de diferencia, califica como una casualidad. Lo que no parece casual, sino más bien contradictorio, es que todo lo previsto que no había podido avanzar con firmeza, seguridad y rapidez pueda implementarse ahora gracias a la crisis.
Aclaró Miguel Díaz-Canel, como advertencia a los pesimistas, que el ejercicio de pensamiento al que estaba convocando no era «más de lo mismo» y que había que «cuestionarlo y revisarlo todo» porque solo de ese cuestionamiento saldría a relucir lo que se ha venido haciendo bien, lo que se debe mantener y lo que hay que mejorar.
La pretensión declarada como objetivo de esta convocatoria al pensamiento es llegar a la transformación productiva que necesita el país
La pretensión declarada como objetivo de esta convocatoria al pensamiento es llegar a la transformación productiva que necesita el país, según se anuncia. Algo que debe garantizar «procesos con más eficiencia, productividad, utilidad e ingresos, la satisfacción de las demandas internas, las posibilidades de exportación” y que, además, debe propiciar bienestar, desarrollo y prosperidad.
Evocando, sin citarlos directamente, los más afilados argumentos expuestos por Fidel Castro para introducir las medidas del Periodo Especial, Díaz-Canel indicó que los resultados económicos que se obtengan respaldarán «las conquistas de la Revolución y la obra de justicia social que ella ha desarrollado»
Por enésima vez el presidente repitió que había que «eliminar trabas» y concretar cuestiones ya planteadas, pero sin sugerir que haya que sustituir el sistema socialista por otro que funcione sino «cambiando un grupo de maneras de operar, de actuar y de dirigir, sobre todo la economía».
Quizás sea esta la forma de pensar que deba sufrir una modificación más profunda, pues si fuera cierto que todo será cuestionado, habrá que llegar a lo esencial y no quedarse en lo periférico. Tras 60 años de constantes rectificaciones en las maneras de operar, de actuar y de dirigir, para construir el socialismo ya va siendo hora que se reconozca que hay que cambiar el rumbo de forma radical.
Si se quiere que los actores económicos tengan éxito en la producción de alimentos, entonces es necesaria una profunda autocrítica de parte del Estado que ha creado prohibiciones y regulaciones absurdas. De nada vale reconocer que «tenemos instituciones que no pueden seguir funcionando como hasta ahora» sin mencionarlas por su nombre y sin describir sus insuficiencias.
Si todo se queda en volver a suprimir esa inútil entidad llamada Acopio y dejar que los campesinos comercialicen su producción sin restricciones, se habrá avanzado, pero no lo suficiente.
Si se decide que las entidades militares que monopolizan sectores de la economía rindan cuentas de su desempeño, se habrá dado un paso
Si se decide que las entidades militares que monopolizan sectores de la economía rindan cuentas de su desempeño, se habrá dado un paso, pero solo un paso.
Si finalmente se acepta la existencia de pequeñas y medianas empresas, las ansiadas pymes, con derecho a exportar e importar bajo las reglas del mercado y sin que terminen vampirizadas por impuestos abusivos, se abrirán posibilidades de desarrollo a la economía interna, pero creando enormes desequilibrios inaceptables para los preceptos políticos institucionalizados.
Si se borra de un plumazo lo legislado sobre inversiones extranjeras y se abre un espacio legal para que todo aquel que pueda y le convenga invertir en un sector lo haga, se le estará dando una oportunidad al país de recuperar su base material para tener nuevos empleos y nichos de mercado, pero tampoco será bastante.
Habría que hacer al unísono todo lo antes mencionado pero, antes que todo, habría que dar el paso más importante: propiciar que en esa convocatoria al pensamiento que ha propuesto el presidente puedan participar todos los que tengan algo que decir y hacerlo sin miedo a las consecuencias.
Con ese único paso, dado con firmeza y garantías políticas, podríamos empezar con optimismo la colosal tarea de reconstruir la nación.