Villasmil: Esa exuberante estupidez humana
“Nadie piensa que es estúpido, es parte de su estupidez”.
(Dicho por un detective, interrogando a un detenido, en la serie policial “The Wire”)
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Revisando mi biblioteca en estos días de estadía casera obligada me encuentro con un viejo y querido amigo, el economista italiano Carlo Cipolla (Pavía, Italia, 1922 – Pavía, 2000), y su muy sabia obra «Allegro ma non troppo.»
Cipolla fue un académico serio, catedrático de historia de la economía en la Universidad de Berkeley (California, EEUU); pero la mayor prueba de su inteligencia y sabiduría es un refinado sentido del humor. En “Allegro ma non troppo” nos ofrece dos cortos ensayos acerca de la economía y la sociedad. El primer ensayo, titulado «El papel de las especias (y de la pimienta en particular) en el desarrollo económico de la Edad Media«, es una parodia de estudios tradicionales de historia económica en el cual muestra el rol determinante que tuvo la pimienta en los hechos ocurridos en la Europa medieval, inventando relaciones causa-efecto mediante fórmulas absurdas, y atribuyendo la responsabilidad del gran aumento poblacional acontecido en el continente al supuesto efecto afrodisíaco de la pimienta.
El segundo ensayo, «Las leyes fundamentales de la estupidez humana» (al final de esta nota se resumen las mismas), estudia el comportamiento, abundancia y peligro que representan los individuos estúpidos. Afirma que este grupo de personas, distribuido homogéneamente en la sociedad, es más dañino que cualquier otro y, además, causante principal de las desdichas pasadas y presentes de los seres humanos.
Ambos ensayos fueron publicados en edición limitada, reservada únicamente para los amigos, familiares y colegas cercanos del autor. Sin embargo, el éxito que tuvo entre estos hizo que algunas personas comenzaran a intentar reproducirlos y circularlos de forma clandestina. El autor se dio cuenta, se puso las pilas, y decidió publicar los dos ensayos en 1988. Nace entonces “Allegro ma non troppo”.
Es relevante destacar que en épocas de crisis como la presente la presencia cuantitativa y cualitativa de personajes estúpidos –sobre todo en puestos de responsabilidad, como jefes de Gobierno o ministros, además de supuestos expertos, comunicadores sociales y celebridades de todo tipo-, aumenta exponencialmente; parecieran reproducirse como hormigas. Estoy seguro que cada lector tendrá en mente a algún notorio estúpido que en estos tiempos recientes, con sus actos, ha esforzadamente cumplido con la “Ley Fundamental” (de Oro) que según Cipolla define a estos personajes: «Una persona estúpida es alguien que causa un daño a otra persona o grupo de personas sin obtener, al mismo tiempo, un provecho para sí, o incluso obteniendo un perjuicio.»
En su opinión, la “internacional de los estúpidos” es más poderosa que la mafia, o que las diversas organizaciones internacionales comunistas; porque no necesita reglamentos, líderes o manifiestos. Su capacidad de coordinación es digna de una investigación de la NASA.
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Para colmo, se puede ser estúpido de nacimiento, y también a través de un gran esfuerzo personal, por juntarse mucho con estúpidos, o por adherencia, por contagio (¡al igual que los virus!). Además, como nos recuerda Paul Tabori, en la historia de la humanidad la estupidez siempre ha aparecido en dosis abundantes, “una ligera dosis de estupidez es tan improbable como un ligero embarazo”.
Y el asunto no se aplica solo a nivel individual. Hay tantas sociedades estúpidas como culturas fracasadas. ¿Alguien recuerda, desempolvando los viejos textos de la desaparecida URSS, al “materialismo histórico”, o a la “economía central planificada”?
Tabori, en su libro “Historia de la estupidez humana” nos señala varios ejemplos, como la autocastración de la secta religiosa rusa de los skoptsy; o el miembro de la Academia Francesa de Ciencias que obstinadamente insistió en que el invento de Édison, el fonógrafo, era burdo truco de ventrílocuo, sin olvidar la técnica de Claudio Hermippus, que aseguraba la prolongación de la vida mediante la inhalación del aliento de jóvenes doncellas, hasta el bibliófilo italiano que consagró veinticinco años a la creación de una biblioteca de los libros más aburridos del mundo.
Una decisión estúpida, increíblemente estúpida, es la que acaba de tomar el canal de cable HBO: retira a «Lo que el viento se llevó» de su catálogo porque «ofrece una visión idealizada de la esclavitud y ayuda a perpetuar estereotipos racistas«. ¿Una consecuencia inmediata? en Amazon, el mercado ha dado sentencia: este jueves 11 de junio «Lo que el viento se llevó» ocupa el primero, segundo y tercer lugar en ventas de videos de cine (versión en DVD, en Blu Ray, y la edición 70 aniversario).
Desde hace ya cierto tiempo se reproduce, y va cogiendo creciente impulso, una forma monumental de estupidez englobada en tres palabras que esconden una mezcla tóxica de ignorancia con hipocresía: «la corrección política», esa novísima expresión de Inquisición. ¿Cuánto falta para que se intente condenar a la hoguera la obra de Shakespeare?
Tengámoslo claro: hemos sido advertidos. Muchos pensadores e intelectuales han mencionado el asunto, pero parece que nadie escarmienta en cabeza ajena, y menos contra un enemigo tan tenaz; como decía Albert Camus: “la estupidez tiene una gran habilidad para salirse con la suya”.
Para Harlan Ellison, escritor estadounidense de literatura fantástica y de ciencia ficción, “la estupidez es el elemento más común del universo, junto con el hidrógeno”.
Como corresponde a su genio, Albert Einstein, en esos mismos territorios, fue incluso más contundente: “solo dos cosas son infinitas: el universo y la estupidez humana, pero de la primera no estoy tan seguro”.
El siempre ingenioso William Shakespeare ofrece un consejo lleno de prudencia, oportuno en estos tiempos coronavíricos: “la estupidez y la sensatez son tan fácilmente atrapables como las enfermedades infecciosas; por ello, escoja cuidadosamente a sus amigos”.
El poeta, dramaturgo y filósofo alemán Friedrich Schiller (1759-1805) ha debido de sufrir mucho la estupidez; su sentencia es terminantemente pesimista: “contra la estupidez incluso los propios dioses luchan en vano”.
Napoleón Bonaparte –quien al parecer en el transcurso de los años, entre tantas campañas, batallas, guerras, alianzas, traiciones, deserciones y decepciones, se rodeó de demasiados estúpidos y llegó a contagiarse (al menos desde 1812 y aquella nefasta campaña rusa)- afirmó pedagógicamente que “en política ser estúpido no es una desventaja”. Algo de eso hay, porque Michel de Montaigne remata de esta manera: “la terquedad, y un ardiente aferrarse a la opinión propia, son las mejores pruebas de estupidez”.
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Según Cipolla, a raíz de este bochinche causado por la nefasta presencia de la estupidez en la humanidad, se pueden obtener cuatro grupos de individuos:
(1)-INTELIGENTES: benefician a los demás y a sí mismos.
(2)-INCAUTOS: benefician a los demás y se perjudican a sí mismos.
(3)-ESTÚPIDOS: perjudican a los demás y a sí mismos.
(4)-MALVADOS o bandidos: perjudican a los demás y se benefician a sí mismos.
RESUMEN DE LAS LEYES FUNDAMENTALES DE LA ESTUPIDEZ HUMANA:
-PRIMERA LEY FUNDAMENTAL: «Siempre e inevitablemente cada uno de nosotros subestima el número de individuos estúpidos que circulan por el mundo.»
-SEGUNDA LEY FUNDAMENTAL: «La probabilidad de que una persona determinada sea estúpida es independiente de cualquier otra característica de dicha persona.»
-TERCERA LEY FUNDAMENTAL (LEY DE ORO): «Una persona estúpida es una persona que causa un daño a otra persona o grupo de personas sin obtener, al mismo tiempo, un provecho para sí, o incluso obteniendo un perjuicio.»
-CUARTA LEY FUNDAMENTAL: «Las personas no estúpidas subestiman siempre el potencial nocivo de las personas estúpidas. Los no estúpidos, en especial, olvidan constantemente que en cualquier momento y lugar, y en cualquier circunstancia, tratar y/o asociarse con individuos estúpidos se manifiesta infaliblemente como un costosísimo error.»
UN COROLARIO FUNDAMENTAL: «EL ESTÚPIDO ES MÁS PELIGROSO QUE EL MALVADO.» (Con una persona malvada se puede a veces negociar; con un estúpido nunca; es demasiado…¡estúpido!)
¿Hay acaso algún remedio para la estupidez? La verdad es que tener muchas esperanzas sería, lamentablemente, otra prueba convincente de la misma.