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Karina Sainz Borgo: Un bloc y un bolígrafo

Este julio se cumplieron seis meses de su muerte. Todos los días nueve de cada mes, lo recuerdo con una mezcla de rabia y dolor. Por eso me emocionó que, al recibir el Mariano de Cavia, Arturo Pérez-Reverte dedicara la primera línea de su discurso a él. “Al agradecer este premio debo decir que quien debería estar aquí para recibirlo es David Gistau. David ha muerto, pero si hubiera estado vivo tengo la certeza de que el premio Mariano de Cavia se lo habrían dado a él. O deseo tener esa certeza”.

Arturo Pérez-Reverte entró con contundencia a la galería de los reconocidos con este premio y en la que destacan cuatro de los once Nobel iberoamericanos desde que el diario ABC instituyera esta distinción, en 1920. El escritor, periodista y académico se convirtió en el Cavia número cien, el Cavia centenario. Lo hizo con verdad y a favor de la verdad. Habló con la lucidez de quienes han sabido defenderla y son conscientes de lo difícil que puede llegar a ser resguardarla de aquellos a quienes incomoda, que no son pocos.

«Acaso porque experimenté en carne propia cómo un régimen persigue, asedia y mata periodistas, vivo las amenazas a la libertad de información con ánimo funesto y amargo».

«Con apenas 16 años, y aún en el colegio, ya quería ser reportero», contó Pérez-Reverte. Todas las tardes, al acabar sus clases, acudía a la redacción del diario La Verdad, dirigido entonces por Pepe Monerri. “Empezó a encargarme cosas menudas, y un día me ordenó que entrevistase al alcalde de la ciudad. Abrumado por la responsabilidad, respondí que entrevistar a un alcalde era demasiado para mí, y tenía miedo de hacerlo mal”.

Monerri le respondió con una frase que él dice no haber olvidado y que a mí jamás se me borrará de la cabeza: “¿Miedo?… Mira, chaval. Cuando lleves un bloc y un bolígrafo en la mano, quien debe tenerte miedo es el alcalde a ti”. Han pasado décadas y la frase permanece intacta. Porque, tal y como aseguró en su discurso, “el único freno que conocen el político, el financiero o el notable, cuando alcanzan cotas perversas de poder, es el miedo a la prensa libre”.

«Un viento enrarecido y familiar, al menos para mí, ronda España en estos días. Más que una brisa es un tufo. Más que un aire es una advertencia»

 

Acaso porque experimenté en carne propia cómo un régimen persigue, asedia y mata periodistas, vivo las amenazas a la libertad de información con ánimo funesto y amargo. Viene a mi mente el verso de Borges: “Me legaron valor, no fui valiente”. Y no sé si fue la demolición de la que fue objeto la prensa libre en mi país de origen, pero al pensar en ella sufro la culpa del que siente no haber hecho suficiente para resguardar la verdad que le fue legada.

Por eso las palabras de Pérez-Reverte en la ceremonia de entrega del Mariano de Cavia me emocionaron. Iluminaron en un mismo folio dos muertes que aún me remueven: la de Gistau, un inmenso periodista cuyos textos me hicieron entender la esencia de la columna en España —que a mí me resultaba lejana y desconocida cuando llegué aquí hace quince años— y la de la verdad, o al menos la dimensión de ella que desapareció en mi país a fuerza de desmanes y embestidas contra las que siento no haber resistido lo suficiente.

Un viento enrarecido y familiar, al menos para mí, ronda España en estos días. Más que una brisa es un tufo. Más que un aire es una advertencia. Vuelven a mi mente las palabras que Monerri le dijo a Arturo en la redacción del diario La Verdad: “¿Miedo?… Mira, chaval. Cuando lleves un bloc y un bolígrafo en la mano, quien debe tenerte miedo es el alcalde a ti”.

 

 

 

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