La coleta por el tiro (¿Tiene salida Podemos?)
Eran las 16,59 del domingo. Habían transcurrido ya veinticuatro horas de la publicación de mi Carta El tiro por la coleta en La Edición de EL ESPAÑOL y más de catorce desde su aparición en nuestra página web. Mi tesis de que la zapatiesta montada por Iglesias contra las “cloacas”, mientras era él quien retenía la tarjeta del móvil de Dina, tiene un efecto bumerán, letal para su credibilidad, estaba siendo profusamente leída y comentada. Pero, hasta ese momento, nadie me había hecho llegar objeción alguna sobre la viñeta satírica que la ilustraba.
Entonces, a esa hora tardía, el equipo de agit-prop de Podemos, publicó un tuit, a través de la cuenta de su portavoz Pablo Echenique, a quien, por cierto, defendía en mi Carta frente a las vejaciones de otros medios, a costa del episodio de la ‘Jota de la Dominga’. El texto del tuit que servía de premisa era deliberadamente engañoso –“Hoy Pedro J. publica en su digital un dibujo de un tiro en la boca a Pablo Iglesias…”- pues omitía que era el propio líder de Podemos quien, en la metáfora gráfica que implica toda caricatura, se disparaba a sí mismo, y que la pistola era el propio móvil de Dina Bousselham, de cuya carcasa rosa brotaban el cañón y el gatillo.
Los creativos de Podemos del turno de tarde se recreaban en la suerte, añadiendo: “¿Imagináis qué ocurriría en España si un dirigente de Podemos publicara en redes un dibujo de un tiro en la boca a Pedro J?”, cuando la equivalencia exacta hubiera sido: ¿Imagináis qué ocurriría en España si Pedro J. hubiera denunciado la sustracción del móvil de uno de sus colaboradores, se hubiera descubierto que era él quien tenía escondida la tarjeta, estuviera siendo investigado por presunta denuncia falsa y un dirigente de Podemos publicara un dibujo disparándose a sí mismo con ese móvil? Pues nada, no ocurriría nada por la esencial armonía entre los hechos y su representación.
Pero los creativos de Podemos del turno de tarde no pretendían librar ninguna batalla dialéctica, sino despertar a la horda. Y vaya si lo consiguieron. En cuestión de minutos, cayó sobre mí el consiguiente alud de improperios. Eran mensajes de odio con el denominador común de que ninguno versaba sobre ningún aspecto del contenido del artículo, desvinculando el artefacto dibujado en la ilustración del móvil de Dina que le había dado vida.
Muchos de esos mensajes aludían, significativamente, en términos soeces y cavernarios, al montaje, hace ya 23 años, por el que estrechos colaboradores de Felipe González fueron condenados a penas de cárcel por el Tribunal Supremo, por intentar alterar mi posición editorial contra los GAL, por medios infames.
Puesto que, como decía Voltaire, no hay mejor regalo que la estupidez de tus antagonistas, debo confesar mi regocijo al comprobar cómo los debeladores de la cal viva, recurren a los mismos eructos que hace apenas un mes desplegaban los fanáticos embozados de Vox, cuando Abascal me tildó de “violador en serie”, por haber divulgado el fiasco en que acabó su única tentativa de ganarse la vida sin cobrar de la política.
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El auto de fe no terminó, naturalmente, ahí. Al día siguiente, el órgano de la Prensa del Movimiento podemita, en cuya dirección Pablo Iglesias ha aparcado a la tal Dina, de igual modo que los jerarcas del franquismo colocaban en el Arriba a sus turiferarios predilectos, reavivó el cañoneo con andanadas del mismo porte, destinadas a sepultar el rábano del debate, bajo la catarata de epítetos lanzada sobre sus hojas.
Pero, como eso quedaba en familia, hacía falta una nueva vuelta de tuerca, para tratar de llevar la falsa polémica al gran público y esa la aportó el ideólogo Juan Carlos Monedero, una y otra vez bajo sospecha de ejercer de comisionista de la revolución. Al término de la sesión de uno de los cursos de verano de El Escorial, retuvo la atención de alumnos y medios informativos, con un dramático llamamiento ad hoc: “Dejadme deciros antes de que os vayáis, y os lo digo desde una sede universitaria, que no entiendo la portada de EL ESPAÑOL, con una pistola en la boca disparando contra el vicepresidente del Gobierno”.
No contento con seguir omitiendo toda referencia a la viñeta como género, al teléfono de Dina como ‘arma’ y al daño autoinfligido como tesis, Monedero dio el triple salto hacia el foso de la vileza. Lo hizo equiparando, primero, la publicación de esa ilustración con el señalamiento de objetivos en la colaboración con ETA; presuponiendo, luego, su concordancia con los que han escracheado la casa de Iglesias, de forma tan abominable como la que él predicaba contra los demás; y proponiendo, finalmente, la censura activa de “los trabajadores de EL ESPAÑOL” -como si aquí tuviera que constituirse un soviet- contra lo que definió como “una incitación al asesinato en un país de la Unión Europea”. Acabáramos.
Al día siguiente, el órgano de la Prensa del Movimiento podemita reavivó el cañoneo con andanadas del mismo porte, destinadas a sepultar el debate
Pues no, al pastel todavía le faltaba una guinda colorada. La señora madre de Pablo Iglesias, doña Luisa Turrión, cumplió ese rol, con una interpelación pública: “¿No se le retuerce el alma, al imaginar en esa viñeta el rostro de alguno de sus hijos?”.
Empezando por el final, debo contestar a doña Luisa: pues, mire usted, francamente no, de ninguna manera. En primer lugar, porque no puedo imaginar a ninguno de mis hijos -habida cuenta de la rectitud moral que creo haber contribuido a inculcarles- poniendo una denuncia sobre el robo de algo que tuvieran subrepticiamente en su poder. Y en segundo lugar, porque, lamentando, como ella dice, en el “alma”, la tristeza o preocupación que esa viñeta hayan podido producirle, conozco lo suficiente los códigos del humor político para que lo único que se me pueda “retorcer” sean los frunces de la sátira, cuando el ingenio alcanza grados de excelencia, como, domingo tras domingo, ocurre con las extraordinarias ilustraciones de Javier Muñoz.
Admito que en nuestro mundo existe un debate sobre los límites de esa sátira. Tal vez porque nada irrita tanto como el humor ajeno, a costa de uno. No han faltado incluso quienes, saltándose toda alegoría, han matado literalmente a las moscas zumbonas a cañonazos, como ocurrió en la redacción de Charlie Hebdo.
Respeto todas las opiniones adversas a la mía, siempre que se expresen con educación, género al parecer fuera del alcance de los sicofantes tuiteros de la formación morada. Pero no puedo decirle a doña Luisa nada distinto de lo que le hubiera dicho a un pariente de Rajoy, si me hubiera hecho la misma interpelación, respecto a la viñeta que ilustraba la Carta del 21 de diciembre de 2015, Para Amarga Victoria, la de Rajoy, en la que se le representaba rezando bajo su propia efigie colgada (políticamente) de una soga.
Nada distinto de lo que le hubiera dicho a un amigo de Soraya Saénz de Santamaría, respecto a la viñeta que ilustraba mi Carta del 11 de septiembre de 2016, Bajo el cuchillo de Sor Aya, en la que se representaba a la entonces vicepresidenta, cual sicaria de una casa de pique colombiana, tras liquidar (políticamente) a sus rivales en el Gobierno.
Nada distinto de lo que le hubiera dicho a un simpatizante de Cristina Cifuentes, respecto a la viñeta que ilustraba mi Carta del 15 de abril de 2018, La negrita rubia, en la que se representaba el cuerpo magullado de la aún presidenta de la Comunidad de Madrid, enterrada (políticamente) en vida por las paletadas de tierra de Rajoy, bajo su propio árbol del ahorcado.
Nada distinto de lo que le hubiera dicho a un seguidor de Pedro Sánchez, respecto a la viñeta que ilustraba mi Carta del 1 de diciembre de 2019, Pablo Casado y el suplicio de Mecenzio, en la que se representaba el cadáver (políticamente) putrefacto del presidente del Gobierno, tal y como lo imaginaba el líder del PP en las pesadillas que le provocaba nuestra insistencia en pro de la gran coalición.
Y, por supuesto, nada distinto de lo que le hubiera dicho, a cualquier íntimo del propio Juan Carlos Monedero, respecto a la viñeta que ilustraba mi Carta del 20 de marzo de 2016, Pablo Iglesias, entre el terror y la virtud, en la que se representaba la cabeza cortada (políticamente) del destituido como alto cargo de Podemos, tras las embarazosas revelaciones que le convertían en un lastre, en la punta de una pica, bajo la divertida mirada de su verdugo, Pablo Iglesias.
Admito que en nuestro mundo existe un debate sobre los límites de esa sátira. Tal vez porque nada irrita tanto como el humor ajeno, a costa de uno
Si lo de ahora ha sido “incitación al asesinato”, lo de entonces debió ser profanación de cadáver. Será que el Monedero (políticamente) zombi me la tenía jurada desde hace cuatro años.
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No pienso tomarme en serio, ya lo ven, las disparatadas acusaciones con las que los líderes podemitas intentan mantener cohesionada a la caterva de pazguatos frenéticos que constituye su feligresía más activa en las redes sociales. Esa misma banda de ignorantes que, bajo el escudo del anonimato, como denunciaba hace poco Lorena G. Maldonado, es capaz de etiquetar de “facha” al mismísimo Noam Chomsky.
Por eso no escribiré una sola línea basada en el “y tú más” o en el “doble rasero” de una formación que tiene a sus espaldas una larguísima retahíla de actos de apología de la violencia, o de acciones de violencia misma, y se contradice por igual en el ámbito del machismo que en el de la ética o la estética. Sería sencillísimo hacerlo, pero entrar en esa casuística supondría aceptar su marco de referencia y defender nuestra viñeta como si se tratara de algo del mismo rango.
Y no hay nada de lo que defenderse. La palabra clave que acabo de reiterar es “representación”. Como en una obra de teatro, los humoristas gráficos, viñetistas e ilustradores satíricos vuelcan la materia líquida de la actualidad en los moldes de nuestros códigos simbólicos, distorsionándola mediante el estereotipo o la exageración de los espejos del Callejón del Gato.
Nadie se confunde, nadie piensa que un dibujo de tales características refleje o proponga un devenir fáctico. Y menos si, como es el caso, esa representación va acompañada cada domingo de un extenso ‘programa de mano’, en el que se dedican dos mil palabras o más a explicar, entre otras cosas, la intencionalidad del artista gráfico.
Mejor dicho, sólo se confunden el ciego y el cínico que no quiere ver. “¿Son formas? ¿Son sombras? El ciego no distingue unas de otras”, dice uno de los personajes de El Anticristo de Joseph Roth. “Nosotros, los ciegos, no las diferenciamos. Damos nombres falsos a cosas verdaderas”. Sólo así puede denominarse “incitación al asesinato” al pronóstico de que el intento fallido de Iglesias de manipular a la Justicia contribuirá a acabar (políticamente) con él. La tarjeta del móvil de Dina es la “forma”, la carcasa rosa con gatillo, sólo la “sombra”.
Si alguien no puede ignorar que el medio es el mensaje, son los líderes de Podemos, con su bagaje universitario a cuentas. Ay de aquella sociedad democrática en la que hasta los ilustradores y humoristas deban dar cuenta de sus transgresiones e irreverencias al cuerpo de zelotes de la divinidad, prestigio u honor de cualquier figura pública. A eso se le llama censura.
Nadie se confunde ni piensa que un dibujo de tales características refleje o proponga un devenir fáctico
Siempre he mantenido que la mejor manera de detener la propagación de ese virus que corroe la libertad es ejercer un autocontrol responsable, en el seno de cada redacción. El hecho de que utilicemos códigos universales y de que la prensa internacional abunde en representaciones de suicidios políticos célebres, más descarnadas que la nuestra, con Theresa May introduciendo en su boca o apoyando sobre su sien la pistola del brexit o Boris Johnson, Bush, Obama o Trump activando sendos cinturones explosivos, ceñidos a su cintura, con detonadores tan diversos como la propia salida de la UE, Guantánamo, el desdén por la América profunda o la adicción tuitera, no nos exime de nuestra constante búsqueda del inteligente equilibrio entre elocuencia y sutileza.
Por eso, si tuviera que poner un ejemplo de virtuosismo dentro del género de la descripción de la muerte (política) autoinfligida, seguiría eligiendo la famosa viñeta publicada por Demócrito en 1882 en El Motín, bajo el expresivo título Castelar, guardia civil, fraile, artillero y conservador, fusilando a Castelar tribuno y demócrata, por orden de Castelar ministro. El teléfono de Dina tenía su antecedente aquí en el pelotón de fusilamiento, mediante el que el dirigente republicano se ejecutaba a sí mismo.
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Pero que nadie se lleve a engaño. Ni a Iglesias, ni a Echenique, ni a Monedero les importa una higa el estímulo del humor inteligente, ni menos aún el perfeccionamiento del periodismo. Todo lo contrario. El único propósito de esta falsa polémica, fruto de su sobrerreacción impostada, es alejar la atención del fondo del asunto concreto, percutido por el gatillo del ‘caso Dina’, que es la autodestrucción de la credibilidad de Iglesias. Y, más genéricamente, huir hacia delante por la senda del eterno victimismo, para tratar de ocultar a sus bases menguantes la situación límite en la que ha colocado a Podemos el histórico acuerdo europeo del lunes, de cara a su continuidad en el Gobierno.
No utilizaré la palabra “rescate” para no alentar nuevas polvaredas. Pero España irá recibiendo los 140.000 millones del salvavidas de la UE, durante los tres años que quedan de legislatura, a cambio de acompasar su política económica, como mínimo a las directrices de la Comisión Europea -o sea, a las de Merkel y Macron– y ya veremos si también a las de Rutte y sus frugales, para evitar que accionen el ‘freno de emergencia’. Muy poco va a tener ya que ver lo que se haga con el programa de Podemos. Por el contrario cada día asistiremos a nuevos actos de realismo político, incompatibles con su identidad.
Lo lógico sería que Podemos abandonara en estas circunstancias el Gobierno y recuperara margen de maniobra para ejercer de oposición antisistema contra la dictadura de los mercados, la Europa de los capitales, el imperio del Ibex, las cloacas del Estado y la prensa pesebrista. Esa y no otra fue la peana que les encaramó al paraíso. El problema de Pablo, Irene, Garzón y los demás, es que tienen a ciento y pico altos cargos, colocados en la hipertrofiada administración, pagando la hipoteca a cuenta del contribuyente. Y no han asaltado los cielos para conformarse con tan pocas mensualidades.
Sánchez va a hacer cuanto esté en su mano para cumplir con Europa porque sólo de esa manera podrá salvar a España de la quiebra. Mientras Casado no mueva ficha, el PSOE seguirá necesitando los votos de Podemos. Pero Iglesias ha dejado de ser un socio de gobierno, en torno a un proyecto común, para convertirse en capitán de una partida de mercenarios. Ya lo dice el Diccionario de Autoridades, mediante una cita de Cristóbal de Fonseca: “Si fueres siervo, teme el azote; si mercenario, procura no perder el jornal”.
Siervos de su jornal, a los dirigentes de Podemos ya sólo les queda el postureo y por eso vigilan el ciberespacio veinticuatro horas al día, siete días por semana, que la policía del pensamiento no es tonta y trabaja los domingos, escrutando con sus devotos e incansables radares humanos, cualquier movimiento mediático hostil, cualquier tiro virtual al que aferrarse, aunque sea el de una viñeta humorística, contextualizado por dos mil palabras.
Iglesias tira a la papelera las dos mil palabras y se queda con el tiro imaginario. Vuelve a sacar el móvil de Dina del cajón de su mesa vicepresidencial y se lo pone como peineta de adorno con su cañón rosa incorporado. Ya que va a morir (políticamente) joven, al menos que, después del estampido, lo que quede en el coche oficial sea un cadáver hermoso, con un bonito alivio de luto “Mi reino por un caballo”, clama Ricardo III durante la batalla de Bosworth. Mi coleta por un tiro imaginario, remeda el líder de Podemos, prisionero de la misma necesidad de escape.