CorrupciónDictadura

Las brujas malas aman a las dictaduras

Mientras el planeta delira investigando a las mujeres gobernantes que han logrado gerenciar la pandemia mejor que ningún hombre, alguien se debería ocupar de estudiar por qué algunas mujeres apoyan y se deslumbran ante el autoritarismo y comulgan con el abuso de poder.

La imagen de Tibisay Lucena sonriente, saludando a nadie cuando finalmente abandonaba la sede del Consejo Nacional Electoral no debe haber sido casual. Era un gesto final de su habitual sarcasmo, la señora que se despedía contenta de cumplir con la oscura misión ordenada desde Miraflores mientras un humilde joven la seguía -como en la época de la esclavitud-, cargando la réplica de la espada de Bolívar que le regaló Nicolás Maduro por los servicios recibidos.

“Ahí les dejo eso”, parecía decir Lucena, dejando bien amarrada y en manos amigas su temible experiencia al maquillar cifras, quitar y poner Presidentes -¿Maduro en lugar de Capriles?-, ignorar auditorias, retener los resultados cuando ya estaban contabilizados y no cerrar los centros electorales cuando lo exigía la Ley. Algo que hizo muy a gusto en esa magnífica chamba que le regaló el destino, el futuro inimaginable para quien fuera una mediocre estudiante de Sociología, como me reveló su profesor Tomás Páez, “de las que sacaba trece”; una joven tímida e insignificante que, como muchas, se transformó dócilmente en lo que quisieron sus manipuladores, moldeando su ego de plastilina al gusto de su empleador.

Junto a todas las otras altas funcionarias chavistaseficientes al momento de ponerse ‘rodilla en tierra’ frente al poder masculino, el papel de Tibisay y todas ellas debería ser objeto de una investigación en estos días de renacimiento del feminismo. Porque si bien ha resultado fácil estudiar lo que ha sido el éxito frente al coronavirus de las mujeres que gobiernan NoruegaAlemaniaNueva ZelandaFinlandiaDinamarcaIslandia y Taiwán, ¿no sería también necesario explicar en términos sociológicos o psiquiátricos qué ocurre en el comportamiento de aquellas mujeres que se dedican a hacer el mal?, ¿esas mujeres, como Tibisay, abundan en los gobiernos autoritarios? Chicas incondicionales que parecieran puestas en determinados cargos con el propósito específico de hacer daño sin mayor disimulo, suerte de brujas de cuentos infantiles a quienes tanto temíamos porque hacían el mal sin despeinarsesin culpa ni conmiseración ninguna, algo difícil de integrar en el estereotipo femenino.

Porque como esas brujas, las amigas de las dictaduras se entregan al poder masculino ofreciendo sus propias inseguridades como carne de cañón y se transforman en muros de contención con faldas para que hasta allí llegue la ley, cualquier ápice de justicia o la más mínima noción de bondad. Sonando sus joyas, exhibiendo sus Chanel, se desfilan su desvergüenza con su cara muy lavada, como el caso de la “coronela” Eugenia Sader, quien se largó a vivir frente al mar en República Dominicana mientras los pacientes venezolanos padecen hoy por la falta de hospitales que nunca construyó, porque se robó todo ese dinero. O la tesorera nacional, Claudia Díaz, que saltó de enfermera de Hugo Chávez a la página de sucesos cuando esquilmó millones al erario nacional, al extremo de que la compra de una vivienda en Madrid por 1 millón 800 mil euros, fue lo que permitió a la justicia española seguirle el rastro al dinero de ella y su esposo. O Jacqueline Faría que le encantó ser electa por el “dedo bonito” de Chávez, pero nunca explicó qué hizo con el dinero destinado a limpiar el río Guaire. O la vicealmirante Carmen Meléndez, que cambia de cargo como de uniforme, pero en ninguno logra la “gestión perfecta” que usa de slogan.

Así hasta el infinito se podría extender la larga lista de féminas amantes de las dictaduras -Cilia Flores, Iris Varela, Delcy Rodríguez, las rectoras del CNE antes y ahora, las “diputadas” de la ANC, etc.-, lista más larga que la de las que desfilaron por Yare para regalarle una visita a Hugo Chávez, porque dijo “por ahora” en cadena nacional, algo que algún buen sexólogo debería también poder explicar. Que en aquellas paredes de la cárcel se nombraron ministrasembajadorasfuncionarias de todo tipo, según algún entendido se dio a la tarea de recordar.

Y, valga el mal chiste, de ‘aquellos polvos salieron estos lodos’. Este pichaque de gobierno, este barro que ya se cuela hasta en el agua servida, este fango donde se confunden bodegones con bolsas CLAP, presos comunes con escoltas y epidemias con escasez de gasolina, mientras las mujeres que admiran a sus opresores les da por perfumar semejante suciedad.

 

 

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