Psicología

Ana Cristina Vélez: La disonancia cognitiva que sufrimos

Aunque la expresión disonancia cognitiva se conoce desde 1957 (fue acuñada por el sicólogo gringo Leon Festinger), muchos no la conocen y mucho menos se dan cuenta de que caen en ella. Todos, en distinta medida, somos víctima de la disonancia cognitiva. La padecemos cuando justificamos actos e ideas injustificables, y lo hacemos porque no aceptamos que percibimos una incongruencia de cualquier tipo, sea moral o ideológica, entre lo que estamos haciendo o aceptando y lo que deberíamos hacer o aceptar. Muchas veces, detrás de una clara disonancia se esconde la conveniencia personal; otras veces, la lealtad a un líder, lo que llamo obediencia ciega; en ocasiones, la fuerza de los hábitos o lo que nos ha sido inculcado. Lo que no ocurre a veces, sino siempre, es que ponemos trabas mentales para aceptar las ideas que no nos gustan, aunque sospechemos que son ciertas.

 

▷ Biografía de FESTINGER, LEON (11919-1989)【PsicoActiva】

Leon Festinger

 

Muchas personas no ven las evidencias porque no las quieren ver. Cuando uno dice que el amor es ciego, quiere decir que el enamorado no quiere ver los defectos en el otro, evidentes para todos menos para él, que los ve sin verlos, o que si los ve piensa que en el caso de su amado no son importantes o los superará.

Veamos casos que expliquen cómo funciona la disonancia. Suponga el lector que tiene sobrepeso, que el colesterol y los triglicéridos resultaron altos en su último examen de sangre. Llega la hora del algo, y la persona se sirve torta y helado, además de café con leche. Alguien le recuerda que no debería comer tanto dulce. La persona responde que “de algo se tiene uno que morir”, o responde que “una vez al año no hace daño”. La persona sabe qué tiene que hacer, pero no está dispuesta a hacerlo y se miente así misma.

En el mundo de la ciencia se da muchas veces el hecho de que el experimento niega la hipótesis, o que no la confirma claramente. Al científico, más acostumbrado a lidiar con evidencias, estadísticas y de probabilidades, tiene que lidiar con sus emociones, con la más imperante: el deseo de confirmar sus ideas o el disgusto de ver que no tienen asiento en la realidad experimental. El genial Richard Feynman dijo alguna vez: “No importa que tan bella sea tu teoría, no importa que tan inteligente seas. Si la teoría no se demuestra con el experimento está equivocada”. No aceptamos fácilmente ideas que choquen con convicciones preexistentes o que vayan en contra de nuestros líderes. Es necesario reconocer que unos pocos son honestos consigo mismos y lo hacen.

Se han hecho cientos de experimentos para conocer las diversas formas de la disonancia cognitiva. Los resultados de esos experimentos muestran que nos gusta pensar que somos buenos, inteligentes y bellos, y que nos engañamos cuando la evidencia nos dice que no lo somos. Así que buscamos explicaciones falsas -o racionalizaciones- para reconciliar esa “verdad” con la que deseamos. Por eso, cuando pagamos mucho dinero por un paseo, un auto o por un hotel que no resultó tan maravilloso, nos decimos que sí estaba bastante bien. Le sacamos a relucir las pocas virtudes que tenía y las crecemos. En un famoso experimento, la mitad de un conjunto de personas tenía que pasar por un proceso desagradable y vergonzoso para ser admitidos en un grupo de discusión. El grupo, en últimas, era un fiasco (de eso se trataba). Las personas informaron que el grupo era interesante. La otra mitad, que no tuvieron que hacer ningún esfuerzo para entrar al grupo, pronto se quejaron de que este era tedioso y sus integrantes eran presumidos.

Así que cuando pagamos un alto precio por algo, así sea por una persona que nos cuesta mucho conquistar, tendemos a creer que vale lo que nos costó. No soportamos pensar que somos bobos, y que perdimos nuestra inversión, sea del tipo que sea.

Uribe, en su primer tweet después de la sentencia de la Corte Suprema, dijo textualmente: “La privación de mi libertad me causa una profunda tristeza por mi señora, por mi familia y por los colombianos que todavía creen que algo bueno he hecho por la Patria.” Y un coro de seguidores repite que esa es una razón para no juzgarlo y nos recuerdan las cosas buenas, como poder volver a las fincas, como tener menos secuestros y un poco más de seguridad en las carreteras. La debilidad de este argumento se ve más clara en un ejemplo que no compromete las ideologías ni alianzas políticas: supongamos que una persona, XX, fue un excelente marido, un padre amoroso y un vecino ejemplar, pero que un día asesinó a dos primos suyos porque estaban disputándole una herencia con la que contaba para terminar sus días en compañía de su esposa, hijos y nietos. Desafortunadamente, tienen muchas pruebas de que él fue. ¿Debería ser juzgado por el conjunto o, en lugar de eso, deberían considerar las cosas buenas que hizo antes de matar a esos dos primos suyos y dejarlo suelto?

En el caso de Uribe, muchas personas dicen mentalmente: él no puede ser culpable, porque llevo años creyendo en él y no tolero haber sido ciego, no tolero ser tonto, no tolero equivocarme. Es mi ídolo o lo ha sido hasta ahora, y yo no puedo ser tan bruto de no ver la realidad que los otros aseguran que está allí mismo al frente de mis ojos. Todo lo que se le imputa es falso, porque yo quiero que sea falso y porque me siento personalmente agradecido; o es persecución política, porque tengo que encontrar algo que explique lo que está pasando, no importa la evidencia, parte de la cual es pública; no importan las personas implicadas, ni importa que la misma Corte juzgó a favor de Andrés Felipe Arias, su soñado sucesor. Una persona sin disonancia cognitiva y admiradora de Uribe podría pensar: lo que Uribe hizo es malo, pero la finalidad es buena, o me parece buena porque, lo reconozco, me conviene a mí. La persona acepta que para ella el fin justifica los medios y que le parece bien y necesario el hacer cosas que en general son moralmente malas, con tal de que la finalidad le parezca buena o conveniente.

En esta época del Covid-2, muchos colombianos hemos usado la mascarilla sin chistar; no hemos convertido el asunto de cómo debemos cuidarnos en un tema político. En USA, Trump ha actuado con su machismo y narcisismo acostumbrados y con la disonancia cognitiva de negar lo que está pasando y encontrar racionalizaciones para explicarlo, o quitarle importancia; sus seguidores acérrimos alegan que no es necesario usar la mascarilla, ni guardar los dos metros de distanciamiento social, ni abstenerse de ir a eventos sociales, bares y marchas. Incluso, otros personajes políticos republicanos han mostrado su disonancia cognitiva al seguir a su líder político, mostrando sordera ante la evidencia científica y los datos estadísticos.

En esencia, la disonancia cognitiva se puede resumir diciendo que es el esfuerzo que hacemos por dar sentido a las ideas contradictorias a las que nos enfrentamos y a las acciones que nos llevan a desviarnos de la vida que en realidad nos parece que deberíamos vivir. La finalidad de esta característica de nuestra mente es juzgar lo que hacemos como consistente con lo que somos y, además, valioso.

 

 

 

Botón volver arriba