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Armando Durán / Laberintos: Cisma en la cúpula de la oposición venezolana

 

Dos noticias han acaparado esta semana la atención de los venezolanos. La primera fue el “indulto” de Nicolás Maduro a decenas de activistas políticos presos o perseguidos. La segunda, que Henrique Capriles, dos veces candidato presidencial de la oposición, se sumaba a la tesis anti-abstencionista de la Conferencia Episcopal de Venezuela con una declaración explosiva: “No se trata de votar o no votar. El verdadero dilema es luchar o no luchar. Y yo he decidido luchar.” Es decir, que ha decidido promover las elecciones parlamentarias convocadas por el régimen para el próximo 6 de diciembre, hasta el extremo de haberse reunido con Mevilut Cavuseglu, canciller del dictador Tayyip Erdogan, de visita en Caracas, y solicitar su mediación con Maduro para hacer realidad la excarcelación de presos políticos a cambio de la participación activa suya y de otros dirigentes opositores, incluyendo en el lote a algunos excarcelados, en las controversiales elecciones parlamentarias de diciembre.

 

En la primera página de su edición de este viernes, el diario El Nacional, bajo el titular “Líderes políticos rechazan el llamado a participar en legislativas”, recoge algunas respuestas muy significativas a esta imprevista resurrección de Capriles en el escenario político venezolano. “La ola de críticas por parte de otros dirigentes no se hizo esperar”, comienza la nota. “Juan Guaidó consideró que no es una alternativa avalar el fraude que pretende llevar a cabo el régimen. Antonio Ledezma manifestó que participar en comicios es claudicar ante el tirano. Para María Corina Machado rendirse no es una opción. Andrés Velásquez afirmó que lamentablemente, Capriles opta por cohabitar con Maduro, mientras que Delsa Solórzano dijo que no hay argumento sólido para acabar con el único poder legítimo que es la Asamblea Nacional.”

 

Para completar este nuevo y perturbador capítulo de la crisis política venezolana, en su edición del 2 de septiembre, el diario Granma, órgano oficial del Partido Comunista de Cuba, principal aliado y sostén político de Maduro y del chavismo, publica un extenso y anónimo trabajo titulado “Táctica y estrategia: una lectura de los nuevos indultos presidenciales en Venezuela.” El texto de lo que parece ser un informe interno del PPC se refiere a lo que hay detrás de este episodio, pero también, y tengo la impresión de que ese es el propósito real de hacerlo público, es una larga reflexión para justificar la excarcelación de más de un centenar de “enemigos”, medida que algunos cubanos y chavistas venezolanos interpretan como una muestra inaceptable de debilidad por parte de Maduro.

 

Sea cual haya sido el motivo de su publicación, el contenido de este análisis reviste una gran importancia, no solo por venir de donde viene, sino porque revela que la finalidad del “indulto” no es una acción política y judicial del régimen venezolano en favor de la paz, sino una decisión estrictamente electoral que “nuevamente apunta a crear zonas de distensión con los opositores, bajo una consigna de reconciliación, con el objetivo de movilizar el mayor número de voluntades antichavistas posibles a las próximas elecciones del parlamento.” Exactamente el mismo argumento central del diálogo Capriles-Maduro.

 

La conclusión a la que llegan los autores del trabajo es que “desde 2017 consta que las distensiones han servido para ganar terreno, en ocasiones cediendo mucho, pero ganando mucho más. Esto nos hace suponer que pueden venir más anuncios, (es decir, signos adicionales de aparente lasitud de Maduro), algunos difíciles de tragar y hasta más difíciles de digerir. Pero todo ello es también parte del cuadro de excepcionalidad política que lidiamos. Los cálculos, los eventos, la táctica y la estrategia (¿no los principios?), son los que definen los saldos políticos, y estos están por verse.”

 

Más allá de los temores cubanos a una crisis interna del chavismo en un momento político tan incierto y excepcional como este, lo cierto es que esta suerte de alianza Maduro-Capriles le ha propinado un golpe mortal a la sociedad opositora de Venezuela. La súbita excarcelación de presos políticos sorprendió a tirios y troyanos, pero como bien nos advierten los poderosos asesores de Maduro, esta excarcelación no es lo que parece ser. Sencillamente se trata de una astuta estratagema que persigue un doble y decisivo objetivo. Por una parte, adornar la farsa electoral programada para el 6 de diciembre con una capa de barniz democrático, absolutamente falso pero suficiente para permitir que la comunidad internacional, sin duda todavía hostil pero deseosa de contar al menos con un atisbo de solución pronta y pacífica de la crisis venezolana, pueda brindarle apoyo a la iniciativa electoral de Maduro sin que se les caiga la cara de vergüenza. Por otra parte, profundizar al máximo la división existente en el seno de una oposición maltrecha y fragmentada, al añadirle a la creciente disputa interna de sus dirigentes el viejo y letal ingrediente de votar o abstenerse.

La maniobra no es nueva. Comenzó el pasado 5 de enero, fecha en que la Asamblea Nacional debía ratificar a Juan Guaidó como su presidente o designar a otro diputado para ocupar el cargo durante los siguientes 12 meses. Ese día, sin embargo, no ocurrió ni lo uno ni lo otro, sino todo lo contrario. Los diputados del oficialismo, que habían abandonado sus escaños parlamentarios a mediados del tumultuoso año 2017 para incorporarse a un poder legislativo paralelo, la llamada Asamblea Constituyente Nacional, encabezada por Diosdado Cabello, el número dos del régimen, ahora, de vuelta a la Asamblea Nacional gracias a las negociaciones del régimen con los representantes de Guaidó en Oslo y Barbados, asociados con unos cuantos diputados de la oposición más radicalmente colaboracionistas que otros, y con el apoyo de las fuerzas represivas del régimen, sencillamente le impidieron a Guaidó y a sus diputados ingresar al Capitolio Nacional, sede oficial del Poder Legislativo. Acto seguido, en ausencia de esa mayoría parlamentaria opositora, designaron por su cuenta y al margen de la legalidad una directiva abiertamente roja-rojita de la Asamblea Nacional.

 

Maduro había aguardado con paciencia franciscana ese momento, seguro de que las insuficiencias operativas de Guaidó y sus incoherencias dialécticas terminarían por agotar la fuerza inicial de su liderazgo. Luego de ese brutal zarpazo a los derechos de Guaidó, Maduro pudo emprender la siguiente etapa de su arrolladora contraofensiva, con la convocatoria para el próximo 6 de diciembre de unas elecciones parlamentarias que los partidos de la oposición se apresuraron a rechazar. Maduro reaccionó de inmediato por intermedio del obediente Tribunal Supremo de Justicia y con la colaboración de algunos de los dirigentes opositores más ambiciosos y oportunistas, para hacer lo que había hecho en enero con la Asamblea Nacional: destituir una por una a las directivas de los tres principales partidos de la oposición, Primero Justicia, Voluntad Popular y Acción Democrática, y designar nuevas y ahora sí completamente sumisas directivas amigas. Era el paso previo y necesario para adornar la recta final de su inminente farsa electoral con la participación de partidos “democráticos” y poder presentarle así un rostro más aceptable a una comunidad internacional, cada día más descontenta con los disparates de una oposición extraviada, sin rumbo y carente de liderazgo válido.

En ese punto la intervención de Capriles resultó invalorable. Sofocado Guaidó por sus propias errores, y amenazado por unas elecciones parlamentarias que obstaculizarían su futuro como presidente interino de Venezuela, acompañado de improviso por 27 partidos grandes y pequeños de la oposición, enarboló la bandera de la abstención, denunció el fraude por venir y anunció que ellos no participarían ni votarían en ese tramposo evento electoral. Hasta Josep Borrell, responsable de las siempre complacientes relaciones exteriores de la Unión Europea, abandonó el tradicional distanciamiento diplomático europeo y declaró que “en estos momentos no se reúnen en Venezuela las condiciones para realizar un proceso electoral transparente, libre y equitativo.”

 

Días después, los obispos venezolanos, reunidos en Conferencia Episcopal, desafiaron a los partidos de oposición y a Borrell con un documento en el que, si bien denuncian y condenan el fraudulento montaje electoral del régimen, advierten, con los argumentos que ahora emplea Capriles, que peor, mucho peor, sería abstenerse. Washington no tardó en saltar al ruedo y lo hizo presentado un documento respaldado por las democracias de las dos Américas y Europa, en apoyo de la rotunda posición adoptada por esos 27 partidos venezolanos de oposición.

 

En el marco de estas discrepancias, Guaidó invitó a los principales dirigentes de la oposición a una ronda de conversaciones para estudiar los posibles términos de lo que él calificó como Pacto Unitario, y de paso acordar con ellos la convocatoria de una consulta popular sobre lo que debería ser una nueva hoja de ruta para restaurar la democracia en Venezuela. No contaba, sin embargo, que a veces, un presunto remedio resulta peor que la enfermedad, pues a esas reuniones conciliadoras solo acudió María Corina Machado. Y lo hizo, no para respaldar a Guaidó, sino para reiterarle el sábado 29 de agosto por la mañana, su tesis de que Maduro “no saldrá con votos”, ni en elecciones parlamentarias ni en ninguna otra elección. Añadió Machado en ese encuentro lo primero que debía hacer Guaidó era desprenderse de algunos colaboradores impresentables y por último sostuvo que ni tenía el menor sentido consultar una vez más a los ciudadanos, quienes en el referéndum del 16 de julio de 2017 ya se habían expresado masivamente en favor de ponerle fin a la dictadura en el menor plazo posible. Una posición, le recordó Machado, a la que recurrió el propio Guaidó cuando en enero de 2019 propuso su impactante pero abandonada hoja de ruta del cese inmediato de la usurpación.

 

No contenta con decirle esto a Guaidó personalmente, Machado lo divulgó en una carta pública dirigida a Guaidó, suerte de ayuda memoria de lo que se dijeron en esa reunión, que provocó reacciones tan airadas en el entorno del presidente interino, que para evitar daños mayores este se sintió obligado a manifestarle a sus seguidores que las diferencias políticas naturales no son ni tienen por qué ser signos de desunión. De nada sirvieron estas palabras. James Story, embajador de Estados Unidos en Venezuela, declaró desde Washington que “nosotros apoyamos a Guaidó por completo”, para dejar bien en claro a quién apoyaba, ¿quién? ¿El Departamento de Estado, la Casa Blanca? Peor aun, Elliott Abrams, encargado por Mike Pompeo de ocuparse del caso Venezuela, con recurrente sonrisa de perdonavidas, intervino casi enseguida en el debate para afirmar que la posición de Machado en favor de una salida de la dictadura por vías no pacíficas más bien parecía ser parte de una novela típica del “realismo mágico latinoamericano.”

 

Para completar este marco de desencuentros y confusiones, Maduro seleccionó, y desde hace pocos días lo sabemos porque ellos mismos se encargaron de informarlo, que Capriles y Stalin González, segundo vicepresidente de Guaidó en la Asamblea Nacional, en negociaciones directas o indirectas con Maduro se acordó “indultar” a un grupo de presos y perseguidos políticos con la intención de crear un ambiente favorable a la celebración de elecciones parlamentarias el 6 de diciembre. A sabiendas, por supuesto, de que en estos casos no es aplicable el tal indulto, pues con alguna que otra rara excepción, ninguno de los excarcelados cumplía condena alguna y la mayoría de ellos ni siquiera estaba siendo procesado judicialmente. Vaya, que todos eran en realidad ciudadanos secuestrados y rehenes del régimen. En este sentido, y para que nadie sacara conclusiones precipitadas, Diodado Cabello defendió este martes por la tarde la decisión de Maduro con la amenaza de que la justicia actuará contra los “indultados” que se pongan a “inventar.” Es decir, que se me portan bien, caballeros, o regresan a prisión.

 

Ya veremos en qué termina este triste capítulo de lo que ya comienza a ser algo así como la gran telenovela venezolana. Por ahora basta insistir en el documento de Granma cuando destaca que “los indultos han sido bien recibidos por los europeos, quienes están en un claro deslinde de la agenda estadounidense para Venezuela. Ello implica la ruptura de los consensos entre ellos y Estados Unidos, y abre posibilidades superiores para un reconocimiento (eurpeo) de las próximas elecciones.” En cuanto a sus efectos inmediatos en el plano nacional, los asesores cubanos de Maduro señalan que “el chavismo tiene como objetivo, en lo táctico, que más sectores del antichavismo concurran a las elecciones, para darles legitimidad, para así maniobrar su denuncia y (facilitar) el desmantelamiento del bloqueo integral contra el país, para así reconstruir la institucionalidad y fortalecer el espacio parlamentario como componente de la gobernanza, que serían los objetivos estratégicos del chavismo.”

 

Mírese como se mire, eso es lo que hay. Y eso es, nos guste o no, lo que habrá si no se produce a muy corto plazo una recomposición profunda de la oposición, de sus tácticas y de su estrategia. Solo así escaparemos de la trampa.

 

 

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