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La izquierda y el iPhone

Bajo la visión de sociedad que promueve la izquierda anticapitalista esos productos no existirían.

Se ha vuelto un lugar común en las redes sociales criticar a políticos y activistas de izquierda que usan productos considerados suntuarios. En especial el iPhone. Les pasó esta semana a los representantes María José Pizarro y David Racero. Durante la marcha del lunes, posaron sujetando sendos dispositivos de la marca de la manzana. No demoraron los reproches por la supuesta hipocresía de criticar el capitalismo y al mismo tiempo beneficiarse de uno de sus frutos más apetecidos.

Al mismo tiempo, se viralizó un video del diputado de izquierda español Íñigo Errejón, quien resumía la tesis de la economista Mariana Mazzucato según la cual el exitoso smartphone no habría sido posible sin intervención estatal, en particular las inversiones en investigación y desarrollo del Departamento de Defensa de Estados Unidos.

Yerran Errejón y Mazzucato. Ningún Estado ha inventado un iPhone o nada que se le parezca. El dinero para un desarrollo tecnológico puede provenir del sector público o del privado, pero el Estado jamás ha producido la chispa, la magia creativa, que toma un conjunto de elementos existentes, los combina de forma novedosa, hace de eso un producto atractivo y soluciona la dificultad de fabricarlo a escala masiva al menor costo. El señor Ford no inventó la rueda, ni el motor de combustión interna, ni el automóvil ni la producción en serie, pero supo combinar esas ideas de tal manera que transformó la sociedad.

No nos extrañemos, pues, de que la izquierda use iPhones. Preocupémonos de que la izquierda no haga imposible que cosas como el iPhone existan.

Esa chispa se produce cuando existen los incentivos apropiados: el lucro, la ambición, la demanda, la competencia. Sin ellos, los supuestos elementos ‘estatales’ que componen el iPhone no serían más que lo que eran antes: grises tecnologías al servicio de la guerra y la burocracia. En cambio, bajo el campo de fuerza de los incentivos adecuados, se convirtieron en otra cosa: un objeto de deseo a la vez que un aparato que cambiaría el rumbo de la historia.

Y que, con magnífica ironía, serviría como herramienta para potenciar el activismo anticapitalista que repudia el sistema que lo creó. Nadie sabe para quién trabaja.

La censura a la izquierda por servirse del iPhone, sin embargo, pega en el palo. ¿Quién ha dicho que a alguien de izquierda no pueden gustarle las cosas caras? Ahí están las carteras Hermes de Cristina Fernández, los mocasines Ferragamo del senador Petro o los dos Rolex de Fidel: dicen que uno daba la hora de Cuba y el otro, la de Moscú. Es bien conocida la figura del rebelde exquisito: la gauche caviar, dicen los franceses. En una sociedad libre, todos tienen derecho a desear artículos de lujo. Y más si tienen sueldo de congresista colombiano.

No, la verdadera contradicción está en que, bajo la visión de sociedad que promueve la izquierda anticapitalista (que no es toda la izquierda), esos productos no existirían. Habría, a lo sumo, sucedáneos de pésima calidad. Las sociedades anticapitalistas son grises, precarias e inferiores, porque no innovan. Y no innovan porque destruyen los incentivos que se necesitan para hacerlo.

Dirán algunos que podemos vivir perfectamente bien sin juguetes sobrevalorados como el iPhone. Pero no se trata solo de eso. Las transformaciones sociales más profundas de la historia se originan casi todas en algún invento o descubrimiento tecnológico: el fuego, la metalurgia, la rueda, la agricultura, la imprenta, la electricidad, la máquina de vapor, el telégrafo, el abono sintético, el microprocesador, el internet, etc. Y esas transformaciones le han servido a toda la humanidad. Sin ellas estaríamos peor todos, incluso quienes se oponen al sistema económico que mejor y en más cantidad las produce.

No nos extrañemos, pues, de que la izquierda use iPhones. Preocupémonos de que la izquierda no haga imposible que cosas como el iPhone existan.

Thierry Ways
@tways / tde@thierryw.net

 

 

 

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