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Atrapados entre Facebook y YouTube: oposición y activismo en Cuba

A pesar de que hoy en Cuba el régimen se enfrenta a los momentos más críticos y, por primera vez en mucho tiempo, reconoce abiertamente que pudiera haber un estallido social, ciertos opositores parecen distraídos.

LA HABANA, Cuba. – Si en cuestiones de oposición y activismo en Cuba algunas cosas continuaran tal como están en este momento, es decir, atrapadas en el “brete” allí en ese rincón tenebroso de “directas” e “indirectas” entre YouTube y Facebook, muy pronto la Policía política no tendrá que acudir a las “Brigadas de Respuesta Rápida” ni a los interrogatorios.

Con dedicarse a revisar las redes sociales y hacer acopio de ese “chuchuchú” y esa “tiradera” que hoy pudieran describir para mal una parte de las “dinámicas opositoras” en Cuba, el Ministerio del Interior se ahorraría el tener que mentir y fabricarles trampas a los opositores para armar una campaña de descrédito. A fin de cuentas ese banquete en buena parte está siendo servido por los mismos que comerán el pastel envenenado.

A pesar de que hoy en Cuba el régimen se enfrenta a los momentos más críticos y, por primera vez en mucho tiempo, reconoce abiertamente que pudiera haber un estallido social, ciertos opositores parecieran distraídos en intentar asimilar sus “carreras” a la de reguetoneros con sus frívolas competencias por los rating, más que en detenerse a identificar puntos en común dentro de la saludable diversidad y crear alianzas que los haga crecer positivamente y ganar las influencias necesarias como elementos de fuerza.

De lo contrario, terminará sucediendo con todos, sin excepción, lo que con los “cantantes de moda” cuya fama no va más allá del próximo verano, con la diferencia de que una canción un poco más arriba o más abajo en el hit parade no influirá jamás en el destino de una nación pero, en cambio, un opositor que “desafina”, en un escenario tan plagado de adversidades para la disidencia como lo es el cubano, pudiera pagar el error con su vida y con las de muchos más allá de los límites de su partido u organización.

A numerosos amigos, que poco o nada tienen que ver con facciones políticas pero que comenzaban a identificarse con determinadas tendencias, por estos días los he visto decepcionados y hasta sumidos en el espanto por lo que ha estado sucediendo “en Internet” con varios grupos opositores, influencers, líderes de opinión, personajes de relieve, disidentes y periodistas independientes de loable trayectoria, una parte significativa de ellos enredados en una batalla campal de “sacadera” de “trapos sucios” y demás ruindades que, bajo el disfraz de “auténtico ejercicio” de “transparencia” y “democracia”, no aportan en este instante nada positivo a lo que debiera ser la primerísima gran prioridad de cualquier fuerza que pretenda mover la balanza a su favor, es decir, romper con más de medio siglo de dictadura en Cuba y ofrecer a los habitantes de la Isla y el exilio la posibilidad de reconstruir entre todos un país en ruinas.

Después ya veremos quién hizo mal o bien esto o aquello pero jamás con el propósito vil de transformar en una competencia “repartera” de mero “rapeo” lo que pudiera y debiera ser un balance saludable para una nación que ante todo debemos hacer resurgir renovada.

El de la oposición no debiera ser ese espacio plagado de exhibicionismo, vanidades, envidias, rencores, ajustes de cuentas, de personas ávidas por conseguir likes, patrocinadores y seguidores virtuales a costa de lo que sea porque se trata del mismo terreno, sagrado y consagrado, que nos fuera desbrozado y aplanado por otros —todos pioneros en tiempos muy duros en que no había “subsidios”, “calles virtuales” ni “medidas cautelares”— con mucha sangre, sudor y lágrimas.

Cuando la crisis agudizada por la pandemia debería ser el momento de rediseñar y poner en práctica nuevas estrategias, lo que ha sucedido en las últimas semanas, me hace comparar la situación con con la de un batallón de guerreros que, a punto de asestar el golpe que les daría la victoria, detienen el combate para ponerse a debatir cuál entre ellos fue quien se tiró un pedo, como si ese acto de “extrema transparencia” los proyectara a la vista del enemigo como ejemplos de “rectitud” y no como paradigmas de la estupidez.

Que si este empleó dinero en esto o aquello, que si yo fui el primero y tú el último, que si eso no se hace así, que si vive fuera o dentro, que si Miami o La Habana, que si tiene faltas de ortografía, que si la cara o el cuerpo no me gustan, que si fue oficialista y ahora está arrepentido, que si Obama dijo o maldijo, que si este y aquel son agentes secretos, que yo sí soy el tipo y tú eres un chivato, que si los grants deben ir a Mengano y no a Fulano, todo un chismorreo ridículo y maloliente cuando en realidad —si de lo que se trata es de “canalizar energías”— la Internet está rebosante de material documental, directo o de rebote, para investigar y comprender aquellas otras cosas más urgentes y necesarias que, tan solo con ser inyectadas en los debates como evidencias tangibles, equilibrarían la balanza a favor del cambio en aquellos escenarios políticos internacionales donde la oposición cubana aún no es tenida en cuenta como sujeto de diálogo.

Precisamente porque han descubierto, como en el mito de Edipo, que para poder traspasar cualquier umbral y evitar la muerte primero se debe descifrar el enigma de la esfinge, es que inteligentemente numerosos opositores han apostado al ejercicio periodístico no tanto como un medio de denuncia sino como una herramienta que permite desentrañar para todos las verdaderas dimensiones de una densa y terrible realidad que para nada será posible cambiar y mejorar solo a base de consignas.

Pero el periodismo no puede y no debe suplir el papel que le corresponde al activismo y este último, por su parte, debiera usar los recursos que hoy brindan las nuevas tecnologías no solo para “marcar territorio” y sacarse “selfis de campaña” sino para actualizarse positivamente tal como lo hizo aquel viejo periodismo independiente “de barricada” que hoy, rejuvenecido con nuevas voces y proyectos, va muchísimo más allá de la protesta.

¿Cuántas cosas aún ignoramos de ese enemigo al que decimos combatir y cuánto tiempo vamos perdiendo al enfocar nuestros esfuerzos en ese proceso de “autofagia” que ya no es solo consecuencia de una estrategia ajena a la propia oposición sino una vulgar cuestión de egos sobredimensionados?

No es saludable para una nación combatir una dictadura con otra o con actitudes que la emulen. Ya hemos visto y sufrido en carne propia las consecuencias. Se trata de intentar la cura definitiva de una multitud que padece un trauma colectivo provocado por décadas de miedo y eso es un proceso que requiere de mucha inteligencia reunida y bien canalizada y, con eso, entre otras cosas, de construir proyectos corpóreos, tangibles que al mismo tiempo transmitan seguridad y no caos, que otorguen garantías y no que amenacen con el castigo severo y ajustes de cuentas porque eso causa pánico y resistencia al cambio y, en buena medida, en Cuba cualquiera tiene un pasado o un presente que quisiera barrer bajo la alfombra. Y no son tiempos de terror, son momentos de unión, comprensión, alianzas.

Bajo un régimen donde las calles, escuelas, universidades, buenos empleos estatales, derecho a tener voz y ser escuchado han sido abiertamente declarados privilegio exclusivo de los “revolucionarios” —palabra que en el glosario del Partido Comunista de Cuba apenas significa “obedientes”—, Internet llegó para gritarnos a la cara eso que pregona el comerciante astuto cuando baja los precios y pone la mercancía al alcance de nuestros bolsillos en oportunidad única: “Se acabó el abuso”.

Internet cambió las reglas del juego y, en lo que respecta a las dinámicas sociales dentro de Cuba, lo hizo para bien, aunque algunos aún no saquen todas las ventajas que pudiera proveernos el “estar conectados” y, como fuerzas que coinciden en reclamar un cambio político hacia la democracia, a la vez enfocados en un objetivo común, sin otras distracciones que lo ralenticen, distorsionen, frustren o sirvan de argumento al régimen para “demostrar” a los que aún dudan o temen al cambio que otra dictadura es necesaria para que el país quede “en buenas manos”.

 

 

 

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