CulturaLiteratura y Lengua

Ricardo Bada: Los nefelibatas y la internetina

En la vigésima primera edición del Diccionario de la Real Academia Española de la Lengua, de 1992, no se registran nada más que siete acepciones de la palabra “nube”. Entretanto ha llovido bastante desde entonces, hasta el punto de que los académicos sacaron sus paraguas e introdujeron una octava acepción referente a la nube informática, que la docta casa la define así: “Espacio de almacenamiento y procesamiento de datos y archivos ubicado en internet, al que puede acceder el usuario desde cualquier dispositivo”.

Pero la misma RAE no ha sido consecuente al bajar el puente levadizo y franquearle a la nube la puerta de su fortaleza: en la palabra “nefelibata” tan solo figura desde 1984 una única acepción, a la cual califica como adjetivo, aunque reconoce que también se puede usar como sustantivo. Según su Diccionario en la nube, “nefelibata” es, dicho de una persona: “soñadora, que no se apercibe de la realidad”.

(Al parecer se trata de un neologismo culto inventado por Rubén Darío, pero lo aprendí en mi primera y exhaustiva lectura de los Mamotretos completos, de León de Greiff, hazaña que cumplí en Berlín, 1965, gracias a un amigo paisa en cuya maleta tan solo había un par de mudas de ropa interior, otro par de calcetines y el volumen con la obra completa de Leo Legrís, de quien devine devoto para siempre jamás… a pesar de las ironías que le dedicó a mi paisano, el gran Juan Ramón Jiménez).

A mi juicio, la Academia debería extender motu proprio el campo semántico de la palabra “nefelibata” y añadir una segunda acepción como sustantivo autónomo, para referirse a los frecuentadores de la nube informática, que entretanto somos legión, o también una nube en el sentido de la tercera de las acepciones académicas: “Cantidad grande de personas o cosas juntas”.

Y esa segunda acepción de nefelibata podría ser la siguiente: “Subespecie del homo sapiens que se pasa horas y horas en la nube informática, como consecuencia de una intoxicación aguda de internetina”. Va de suyo que ello implicaría la creación de otro neologismo no tan culto como nefelibata, pero casi. Según eso, la internetina sería un “alcaloide estupefaciente e invisible, generador de una adicción superlativa y una dependencia prácticamente indesarraigable”.

Pero no le pidamos peras lógicas al olmo académico. ¿Cómo van a perder su tiempo los venerables académicos con nuevas acepciones y creación de neologismos si aún tienen pendientes algunas asignaturas como registrar la acepción latinoamericana de “coro” por “estribillo”? Recuerden “Pedro Navaja”: “El coro que aquí les traje y es el mensaje de mi canción: la vida te da sorpresas, sorpresas te da la vida, ay Dios”.

 

 

Botón volver arriba