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Cuba tendrá su museo del terror

 

En la mayoría de los antiguos países comunistas de la Europa del Este existen museos en los que se muestra al público la manera en que sus organismos de seguridad espiaban, encarcelaban y torturaban a sus opositores.

Y es bueno que existan. Es bueno que los pueblos puedan, a través de ellos, no solo denunciar los abusos y crímenes a los que fueron sometidos sino también recordar a sus víctimas.

Uno de los primeros que abrió sus puertas fue el Museo de la Stasi, instalado donde se encontraba la sede de la temida policía política de la extinta República Democrática de Alemania, un hermético y oscuro edificio de siete plantas que se alza en el barrio de Lichtenberg en las afueras de Berlín.

En este museo pueden verse no solo las suntuosas oficinas desde las cuales el siniestro ministro de la Seguridad del Estado, Erich Mielke, dirigía a sus casi 100,000 agentes y a sus más 200,000 informantes, sino también los numerosos instrumentos utilizados para espiar a los ciudadanos, tales como cámaras ocultas en nidos artificiales de pájaros y en llaveros, así como sistemas de grabación ocultos en carteras.

Pero el Museo de la Stasi no es el único. Hay otros, como el llamado Museo del Terror de Hungría, al que también pude visitar y que se encuentra instalado en un edificio de la céntrica Avenida Andrássy, en el corazón de Budapest, donde radicó el antiguo cuartel de la despiadada Autoridad de Protección del Estado, uno de los organismos de inteligencia más crueles del bloque del Este.

Este Museo del Terror fue abierto al público en febrero de 2002 con varias exposiciones permanentes relacionadas con el fascismo y el comunismo. El recorrido por sus instalaciones incluye una visita a las celdas —ocultas en el sótano del edificio— en las que los detenidos eran sometidos a torturas para que confesaran sus supuestos crímenes.

Son varios los museos de ese tipo que existen en Europa del Este. En Praga, capital de la República Checa, también hay uno. Nunca lo he visitado, pero sé que su nombre es Museo del Comunismo y en sus instalaciones se narran, a través de fotografías y documentos, los años de régimen comunista que imperaron allí desde la implantación de su represivo modelo político en 1948 hasta su caída en 1989, en la Revolución del Terciopelo.

No en todos los antiguos países comunistas hay un Museo del Terror. Pero donde los ha habido, he tratado de visitarlos. Y cada vez que lo he hecho no he podido dejar de preguntarme: ¿cuando habrá uno en Cuba? La respuesta es siempre la misma: el día que esa desdichada isla sea libre. No puede haber justicia mientras los culpables todavía detenten el poder.

Y me pregunto, además: ¿dónde debería instalarse? Y siempre me contesto lo mismo: en el Departamento de Seguridad del Estado.

Pero no en la tristemente célebre mansión de Quinta y Catorce, en el reparto de Miramar, donde primero estuvo, sino en la antigua Casa Provincial de los Hermanos Maristas, en la Avenida Camagüey, donde ha estado durante más de medio siglo.

Al igual que en la sede de la Stasi, en el edificio principal de la Seguridad del Estado cubana, una sólida construcción de mampostería de dos plantas, están también las oficinas de su temible jefe.

Y como en las dependencias de la antigua Autoridad de Protección del Estado de Hungría, están también los calabozos. Solo que los del G-2 cubano no están en el sótano, sino en la segunda planta, donde una vez estuvo el seminario de la orden.

Estoy seguro que Cuba tendrá en el futuro su Museo del Terror. Y será más grande que los de Berlín y Budapest. Y cómo no va a serlo, si tendrá que incluir también —como una extensión del horror— el Foso de los Laureles de la Fortaleza de la Cabaña, donde tantos detenidos cubanos, después de haber estado encerrados durante meses en las “tapiadas” de Villa Marista, terminaron siendo fusilados mientras gritaban Viva Cristo Rey.

Sí, Cuba tendrá su Museo del Terror. Y en su entrada principal habrá una tarja que diga: Prohibido olvidar.

Escritor cubano. Correo: manuelcdiaz@comcast.net.

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