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Ojalá tuviéramos aquí algún debate electoral

La prensa oficialista cubana la emprendió en duros términos contra el primer debate electoral entre los dos candidatos que se disputarán próximamente la presidencia de Estados Unidos. En especial los dardos fueron centrados hacia la figura del actual mandatario Donald Trump.

En su edición del pasado jueves 1ro de octubre, el periódico Granma apuntaba que “Cuando se observan estos bochornosos mecanismos para captar votos, nos damos cuenta de cómo esa sociedad y su gobierno padecen de una enfermedad grave”.

Con independencia de las irregularidades que pudieron presentarse en el referido debate, es plausible contemplar una sociedad donde un candidato opositor tenga la posibilidad de contender contra el presidente de la nación, y expresar libremente sus puntos de vista. Se trata de un logro que desconocen las sociedades totalitarias, como la que lamentablemente impera en nuestra isla.

Porque aquí no hay margen para que llegue a los electores un mensaje diferente al que porta la maquinaria del poder. Lo mismo ante una elección, un referendo o un plebiscito, la propaganda oficialista ocupa todos los espacios en aras de manipular la voluntad de los electores.

El último plebiscito desarrollado en el país, con vistas a la aprobación de la Constitución de la República, constituye un ejemplo de lo anterior. La prensa escrita, radial y televisiva saturó a la población para que votaran por el sí a la Constitución. En cambio, la más mínima alusión al voto negativo era considerada por el oficialismo como un boicot al plebiscito. Incluso, uno de los “delitos” imputados a los que vertieron pintura sobre los bustos de Martí era que habían instado a los electores a que votaran por el no a la Constitución.

Entonces, y como quiera que una elección no se circunscribe al momento de depositar las boletas en las urnas, sino que incluye también los mensajes que previamente las distintas opciones en pugna hayan podido hacer llegar a los electores, es posible etiquetar la invalidez de todas las elecciones efectuadas en Cuba a partir de 1959. En ese sentido es espuria la afirmación de que los cubanos aprobaron por mayoría el mantenimiento del actual sistema socialista en la Constitución de la República.

Pero nadie piense que la actuación de los gobernantes cubanos, en materia electoral, se limita a impedir que circulen ideas opuestas a los intereses del oficialismo. Las elecciones a delegados a las asambleas municipales del Poder Popular en el año 2015, cuando más de un opositor fue nominado por sus vecinos para tomar parte en esa lid, constituye una muestra de la pérfida actuación de las autoridades.

Al candidato Hildebrando Chaviano, por ejemplo, le endilgaron todo tipo de ofensas en la biografía que colocaron a la vista de los votantes. Había que convencer a todos los ciudadanos de que ese candidato era un “contrarrevolucionario” que obedecía a los intereses de los enemigos de la nación.

Pero ahí no terminó todo, pues el día de la votación se apareció una brigada de respuesta rápida que lanzó una andanada de insultos e improperios hacia el candidato. ¡Y esas son las elecciones que la maquinaria del poder califica como las más democráticas del mundo!

Existe un sentimiento humano que se llama pudor, que entre otras cosas nos insta a callarnos ante un gesto que no seamos capaces de emular. Porque el debate electoral en Estados Unidos podría ser cuestionado por sociedades donde rigen normas democráticas de comportamiento, pero nunca por regímenes que solo destinan la cárcel o el exilio para sus opositores.

 

 

 

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