Lo importante es un cambio hacia la democracia que no excluya a nadie
Yaxys Cires Dib, es abogado, con estudios en derecho internacional, acción política e inteligencia. Ha sido vicepresidente de la democracia cristiana en América, y actualmente se desempeña como asesor del Observatorio Cubano de Derecho Humanos y coordinador ejecutivo del Partido Demócrata Cristiano de Cuba. Ofrece sus opiniones acerca de las dificultades de la sociedad cubana, el encono político, y la necesaria democratización del Estado.
1) Cuba atraviesa una crisis, que se modifica por periodos, pero no cesa, sino más bien se ahonda. ¿Cuántas percepciones adviertes sobre la realidad cubana, sus crisis? ¿Cuáles son las diferencias sustancias entre estas? ¿Qué poseen en común? ¿Cuál es tu percepción propia del asunto?
El régimen sabe que es su propia crisis y que las causas son endógenas. Pero arreglarlo requiere cintura política y hacerse el harakiri -por así decirlo-, algo que pareciera no va con quienes detentan el poder. Mientras tanto, a los ciudadanos les hacen creer que es una crisis económica y coyuntural o que se debe a Estados Unidos.
Hay un grupo significativo de cubanos que no creen que sea exclusivamente económica, sino, ante todo, de valores. El problema es que a veces pierden de vista el ineludible peso de aquello que la Iglesia llama “las estructuras de pecado”. Hay un planteamiento simple: la señora del Comité de Defensa de la Revolución delata a su vecino que opina distinto exclusivamente porque le faltan valores o porque su vida ha quedado “atrapada” en una organización de control y represión social. Creo que hay de las dos cosas, de hecho, diría que una se retroalimenta de la otra.
También podríamos preguntarnos si el hecho de tener un sistema de educación ideologizado y que deja muy poco espacio, por ejemplo, para la familia, influye en la crisis de valores actual. Creo que estamos ante un sistema que no es compatible con la naturaleza humana y, por tanto, no puede estar en otro estado que no sea en crisis. El sistema es una gran y permanente fuente de crisis que se acumulan en todos los sentidos y ámbitos de la vida nacional. De ahí que los cubanos tengamos la sensación de que hemos pasado toda la vida de crisis en crisis.
La crisis es política, económica, social y de valores, y ante todo, del sistema socialista real. Pero si diagnosticamos el problema sin entrar en la esencia del mismo sistema y nos quedamos solamente en el ámbito de las causales humanas o coyunturales, nunca daremos con la solución real, que debe ser integral. Es muy difícil hacer otro diagnóstico cuando el fracaso es tan patente y el sufrimiento tan grande; sería engañarnos.
Lo importante es que el necesario cambio hacia una democracia no excluya a nadie, pero la perversión del sistema no debe ser ocultada.
2) Varias proyecciones sociopolíticas cubanas se expresan actualmente en la esfera pública. ¿Cuáles identificas como tales? ¿Qué aspiraciones comparten y cuáles las distinguen? ¿Cómo podrían adquirir mayor proyección política y avanzar en legitimidad social?
La sociedad cubana ha vivido 60 años de manipulación ideológica y adolece de una falta de cultura cívica. Por otra parte, aunque hay cubanos liberales, socialdemócratas y democristianos, la imposibilidad de constituir partidos les ha hecho invisibles para las mayorías.
En el mundo académico se observa la presencia principalmente de socialdemócratas, mientras que, a nivel social, diría que hay cierta sensibilidad o puntos de contacto con valores del humanismo cristiano. Esto es importante porque ahí podría estar parte de la génesis de tendencias más consolidadas.
Hoy también vemos que una parte importante de la esfera pública, en especial las redes sociales, está copada por tendencias o quizás modos populistas. Está de moda el discurso efectista acompañado de supuestas soluciones simples para problemas complejos. Hay mucho ruido.
Igualmente creo que en el caso de las proyecciones sociopolíticas cubanas siempre han tenido mucho peso temas como: el método para el cambio y las relaciones con Estados Unidos. Son dos elementos que quizás han tenido más peso en el debate público que los contenidos y propuestas de determinadas tendencias.
Es un reto que las tendencias o familias políticas aumenten su calado en la sociedad. Ello aportaría cierto nivel de previsibilidad a la propia oposición. Para tener mayor proyección social hay que aprovechar cada espacio que se abra, pero hacerlo sin perder la identidad.
En cuanto a la legitimidad social creo que lo primero es romper la mentalidad de una oposición en función de la propia oposición y pasar a una en función de la población. Hay que estudiar cómo la democracia cristiana pasó en Italia de ser un partido de cuadros a un partido de masas.
3) Evidentemente, la situación actual de Cuba demanda una ruta, “diversa y tensa, pero conjunta”, que incluya a toda la pluralidad de cubanos, con el propósito de aportar efectivamente a la estabilidad, al desarrollo y a la democratización del país. ¿Cómo facilitarlo? Además, ¿sería factible el empeño si el poder excluye a todos “los otros” de la posibilidad real de participar. ¿Algo podría modificar esto?
La presión internacional es clave y si es coordinada entre Estados Unidos y la Unión Europea, mejor.
Los códigos mentales de quienes detentan el poder en Cuba no dan espacio para el cambio real si no se ven presionados. Siempre juegan a ganar beneficios y tiempo sin pagar un costo político. Es una mentalidad poco patriótica si uno mira el costo que tiene su inmovilismo.
La traición fácil al envite de Barack Obama o a las posiciones moderadas de la Unión Europea son claros ejemplos de actuaciones que nos han hecho daño como país.
Ello no excluye ni deslegitima que la agenda o ruta de muchos demócratas sea la del cambio pacífico, incluso de la ley a la ley. Pero quienes tienen el poder, y hoy están gozando de sus prebendas económicas y psicológicas, no se sentarán a hablar con otros cubanos si no existe presión o necesidad.
Obviamente, los actores internacionales también tienen que comenzar a dar visibilidad a los demócratas cubanos, ya no solamente como víctimas, sino como posibles sujetos del cambio. Lo cual trae aparejado un mayor esfuerzo para crecer en madurez y legitimidad social por parte de quienes tenemos responsabilidades políticas.
4) Pesa mucho en la realidad cubana el estado de las relaciones con Estados Unidos. ¿Cómo deberían ser estas? ¿Cómo procurarlo? ¿Cuánto éxito se podría tener en el empeño?
Estados Unidos tiene mucho peso en el presente y, previsiblemente, lo tendrá en el futuro de Cuba. Incluso quienes acusan a otros cubanos de “plattistas” miran con frecuencia al Norte.
En un contexto como el actual, Estados Unidos es quien está en condiciones, junto a la Unión Europea, de establecer una estrategia más o menos efectiva hacia Cuba, ya sea de presión al Gobierno o de otro tipo. Esa presión nunca debe recaer directamente en las familias cubanas que ya sufren bastante por culpa del Partido Comunista.
El problema es que los políticos norteamericanos no han definido una política consensuada y estable en relación con el Gobierno cubano, y creo que eso es necesario. Determinados círculos norteamericanos quieren lo mejor para Cuba -aunque tampoco creamos que es una prioridad nacional-, pero no apoyarían una fórmula de cambio improvisada o de la cual salga algo que no controle el país. Hay cubanos a los que les cuesta entender eso.
Un Tratado de París, aunque esta vez con la presencia del Gobierno cubano, pero sin los demócratas cubanos sería lamentable.
5) Es posible cualquier senda comunitaria, si se quiere nacional, si sujetos ciudadanos se ponen marcha y comparten sus rutas hacia el bienestar. ¿Cuál sería la “hoja de ruta” que tu ofrecerías?
Creo que hay una mayor conciencia de la necesidad de cambio, aunque no haya claridad de hacia dónde, eso reflejan estudios que el Observatorio Cubano de Derechos Humanos ha realizado en Cuba.
Según una encuesta que hizo el Observatorio Cubano de Derechos Humanos en 2019, la mayoría de los cubanos quiere un cambio; sin embargo, hay matices interesantes sobre el cómo debe ser ese cambio.
De aquellos que quieren cambio, el 42,8 por ciento desea que se produzca debido a “una decisión tomada desde las altas esferas del gobierno”, el 31% debido a una “explosión social” y sólo el 13,1% a «un golpe de estado” y el 5,3% a «una invasión extranjera”.
Es importante señalar que estos datos son anteriores a la agudización del malestar social y la imagen de inmovilismo que transmite el gobierno. Aquí hay que advertir, que en los últimos meses se observa un mayor resentimiento contra el sistema y sus representantes, por las crecientes desigualdades y el ensañamiento con determinados sectores, algo que sin duda hará que se desconfíe aún más de una solución que provenga del régimen.
Hasta hace poco, con algo muy simple que decidiera el gobierno, lograba que mucha gente confiara.
Hoy también hay mucho “ruido”. No habría problema si ese ruido fuera solamente el de la urgencia social, pero el ruido además está en el lado que ya tendría que entenderse, presentarse y ser percibido como una alternativa. Cualquier tema, incluso cosas que ocurren en otros países, generan unas pasiones y simplificaciones tremendas.
Pero volviendo a la hoja de ruta, creo que el cambio será por el deterioro creciente del propio régimen, salvo que ocurra algún imponderable. Pero el cambio debe ser total, hacia un estado democrático de derecho y en el menor tiempo posible.
Conjuntamente con Elena Larrinaga, estoy impulsando un borrador de hoja de ruta que hemos llamado “Bases para una reforma política consensuada”; obvio que para llegar a un sistema democrático. La vía que proponemos para ello es la reforma política con un amplio consenso social en el que participen todos los sectores, en especial, el gobierno, la oposición interna y el exilio y la sociedad civil en Cuba. La reforma tiene que reconocer al conjunto de los ciudadanos como depositario de la soberanía. Tiene que existir pluralismo político. No cabe pacto alguno sin el reconocimiento de todas las sensibilidades políticas como posibles actores democráticos, incluidos los comunistas. Y finalmente, en un corto plazo, se debe convocar a un proceso de elección de una asamblea constituyente plural y democrática que dé al país una nueva constitución, texto que deberá ser ratificado por una mayoría de cubanos mediante referéndum.
Para que exista una clara identificación de los ciudadanos con este proceso, este tiene que buscar el bien común. La democracia que queremos no puede dejar abandonada a nadie. Es evidente que esta es una propuesta reformista. Apostar por la reforma política no es legitimar al régimen, como algunos dicen. A nadie se le ocurriría decir que la Transición Española, que fue una reforma de la ley a la ley y que inició en las propias instituciones franquistas, se hizo para mantener al franquismo.