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Villasmil – Bolivia, Venezuela, América Latina: Sin unidad morimos

 

En el título me refiero al fallecimiento del modelo democrático, centrado en libertades, en un Estado de derecho, en la división de poderes. Está en grave peligro y los que menos se están dando cuenta son los primeros que deberían asumirlo, vale decir, las dirigencias políticas democráticas nacionales.

Las elecciones bolivianas del domingo 18 son solo el más reciente ejemplo de un estado de cosas que debería causar alarma general. La pandémica división entre los demócratas es un hecho que destaca, y que por ello mencionaremos de primero. ¿Cómo es posible que nadie, absolutamente nadie, pudiera convencer a los candidatos opositores a seleccionar una fórmula unitaria para enfrentar al candidato de Evo Morales? ¿En qué estaban pensando? Y más allá de lo electoral: ¿Qué tipo de política de masas, de acercamiento al pueblo, siguen esos partidos bolivianos?

El caso venezolano es más dramático. Solo en Venezuela – con sus redes sociales desde hace años contaminadas de sectarismo, de teorías conspirativas, de rabia, de ignorancia y de soberbia- se podía producir ese trabajo diario –por años- de destrucción de una institución que hizo tanto por avanzar en la unidad de la oposición, la MUD. Como dice un amigo: “la MUD fue un gran logro que los mismos opositores venezolanos nos encargamos de convertir en yogurt”.

¿Cuántos mensajes, cuántos tweets, se han enviado intentando enlodar, con afirmaciones no demostradas, con fake news, con estupideces de todo tipo, la honorabilidad de dirigentes de la MUD que dieron años y años de esfuerzo a favor de la unión?

Cómo se extraña hoy a la unidad opositora que condujo a la gran victoria en las elecciones de 2015. Mientras, muchos egos de dirigentes opositores siguen su marcha triunfal a nuevas derrotas, y al inevitable y merecido olvido. 

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Si hiciéramos análisis similares, país por país, y contrastáramos con las fuerzas rivales, las totalitarias, las comunistas y populistas, vemos casos diferentes. En veinte años, en Venezuela solo han estado Chávez y Maduro. En Cuba, por sesenta años, los hermanos Castro. En Colombia, Gustavo Petro, quien observa, paciente, como los otrora liberales y conservadores, con dirigentes fundadores de partidos nuevos y caudillistas, se destrozan elección tras elección. En Perú, donde al parecer llegar a la presidencia es solo un paso previo a la acusación por corrupción, corre sola por la izquierda Verónika Mendoza (o algún otro dirigente amigo del castro-chavismo). En Brasil, el par acusado de corrupción, Lula da Silva y Dilma Rousseff, amenaza con regresar. En Argentina, desde hace más de medio siglo, ha mandado casi siempre el muy mimético peronismo, representado en los últimos veinte años por la parejita corrupta de los Kirchner (a pesar del cafecito que se tomó Mauricio Macri en la presidencia). En México el terreno de la política es hoy un inmenso desierto lleno de cadáveres de expresidentes –también acusados de corrupción- y sus partidos, y donde Andrés Manuel López Obrador pretende reinar cual Moctezuma moderno (antes de que llegara Hernán Cortés y le arruinara la fiesta). En Centroamérica, además del desastre nicaragüense – protagonizado por Daniel Ortega y la bruja de su esposa, que tienen enfrente a una oposición cada vez más dividida-, no hay muchas razones para el optimismo.

Mencionemos aparte a Chile, quien tiene un año de protestas sociales, las cuales ya parece imposible de separar de una violencia sin sentido y extrema –la más reciente el ataque e incendio a iglesias-. Allí, la derecha está más desnortada que nunca y la izquierda es una sopa de letras.

Dejamos de último, obviamente, al caso boliviano: en los últimos catorce años, tuvo un único presidente, el golpista Evo Morales.

La izquierda, además, tiene sus grupos de coordinación estratégica, como el Foro de Sao Paulo y el Grupo de Puebla. Se jacta de sus agentes internacionales en plena actividad, como José Luis Rodríguez Zapatero. ¿Los demócratas, qué tenemos? ¿Cómo es posible que Cuba ingrese el Consejo de Derechos Humanos de la ONU y no hubiera una estrategia concertada de los demócratas para oponerse a semejante despropósito?

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A la división como norma de vida política, otro mal añadido es el del atornillamiento de los líderes supremos partidistas cuando llegan a la presidencia. Para ello, se han hecho reformas constitucionales en los países para permitir de alguna manera u otra la reelección. En Colombia, desde 2002 solo han gobernado Uribe, Santos y el actual –impuesto por Uribe-, Iván Duque.

Volviendo a Chile: en los últimos catorce años –desde 2006- y esperemos que hasta 2022, solo ha habido dos presidentes: Michelle Bachelet y Sebastián Piñera; en la mucho más tranquila y seria Uruguay, entre marzo de 2005 y marzo de 2020 (quince años), los presidentes han sido dos: Tabaré Vásquez y Pepe Mujica. En Argentina, Alberto Fernández hizo carrera política ¿con quién más? con los Kirchner.

¿Y en el caso venezolano? Más allá de las dificultades y persecuciones por el régimen, pasan los años y las figuras opositoras son las mismas, la mayoría ha echado canas oponiéndose a la dictadura.

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Lo cierto es que sin unidad, las democracias seguirán corriendo grave peligro. Unidad en la diversidad y en el pluralismo, al contrario del adversario, que representa la unidad de los cementerios.

El “nosotros, los políticos”, en tono elitesco y exclusivista, debe quedar desterrado del estilo, del mensaje y de la estrategia democrática.

Los demócratas latinoamericanos necesitamos conductores elocuentes y valerosos, “un orador de discursos y un hacedor de hazañas.” (Fénix a Aquiles, “La Ilíada”). Dirigentes con oratoria persuasiva y convincente. No meros lectores desangelados de recetas administrativas y burocráticas.

Al final, de lo que trata el asunto es: ni un nuevo mesías, ni un simple gerente: los latinoamericanos que creemos en los valores democráticos necesitamos Estadistas. Así, con mayúscula.

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Retornando a Bolivia, dicen que Luis Arce tiene un perfil muy distinto al de Evo Morales. ¿Será él acaso un Lenin Moreno del altiplano? Crucemos los dedos.

 

 

 

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