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La derrota de Morales en Bolivia

El líder que se creía imprescindible ve nacer en el MAS una nueva figura con legitimidad propia y mayor moderación

De las varias lecturas que pueden hacerse del resultado de las elecciones celebradas en Bolivia una habla de la derrota de Evo Morales. La victoria de su candidato, Luis Arce, con un resultado próximo al 50%, por encima de lo que Morales proclamó haber conseguido hace un año en las elecciones luego suspendidas por sospecha de fraude, pone en evidencia que el líder que se creía imprescindible, hasta el punto convertir en papel mojado lo que dispone la Constitución boliviana sobre la reelección para un único segundo mandato (gobernó 14 años), era plenamente sustituible. Otra cosa es el liderazgo del partido, el Movimiento al Socialismo (MAS), que Morales sigue detentando ciertamente, pero como candidato, Arce ha demostrado que su imagen de moderación alcanza una base social más amplia que la de Morales.

Esto último tiene que ver con otro aspecto: la animadversión que Morales levanta en una parte notable de la sociedad boliviana. Hace un año, las elecciones fueron un plebiscito sobre el largo tiempo presidente; ahora, en cambio, tras meses con Morales residiendo fuera del país, el electorado opositor ya no ha contado con la motivación de expulsarle del poder.

Un tercer punto que permite hablar de derrota es que, para un dirigente con ese cierto sentido patrimonialista del cargo, el amplio aval electoral logrado por Arce supone un riesgo de contrapoder. Arce debía a Morales su nominación como candidato, pero ahora ser presidente se lo debe a los votantes: eso es algo que el ejercicio del poder aclara muy pronto.

No tiene por qué ocurrir un divorcio como el visto en Ecuador, poco después de que Lenín Moreno sustituyera en la presidencia a su mentor Rafael Correa, pero tampoco tiene por qué discurrir todo de un modo públicamente suave, como la relación en Colombia entre Iván Duque y el expresidente Álvaro Uribe. Las tranquilas declaraciones de Arce en la noche del recuento electoral y su llamada a la unidad nacional contrastan con el tono más combativo y con sombra de revanchismo dejado escapar por Morales.

Efectos del coronavirus

La pandemia muy probablemente ha tenido su efecto en el voto. Por un lado, obligó a posponer una y otra vez unas elecciones que, de haberse celebrado de modo casi inmediato después de las anuladas, quizás hubieran reflejado más el cansancio respecto a la perpetuación de Morales. Por otro lado, los meses de zozobra vividos por el coronavirus y las dificultades económicas que especialmente afronta Latinoamérica en general y Bolivia en concreto (el FMI prevé una caída del PIB boliviano del 7,9% en 2020), han dado relevancia a Arce, que fue ministro de Economía y Finanzas durante la «década de oro» vivida recientemente por la región.

Los meses en espera de las nuevas elecciones no fueron buenos estratégicamente para la aposición, pues dejó en evidencia las insalvables diferencias de esta, aireó las estridencias manifestadas en ocasiones por la presidencia interina de Jeanine Áñez y la asoció a la casi irremediable incompetencia de hacer frente a la pandemia. También ha sido, pues, una clara derrota de la oposición.

Oportunidad de renovación para el MAS

Todo lo dicho hasta aquí –el carácter más abierto y el prestigio de Arce; la lejanía física de un Morales, cuya nueva reelección suscitaba especial rechazo en parte de la población, y la distorsión introducida por la pandemia– sirve para entender que haya vuelto a ganar el MAS cuando hace un año hubo sospechas fundadas de fraude electoral. El resultado de ahora no desmiente «per se», como muchos están diciendo, aquellas acusaciones, las cuales motivaron la salida del poder de Morales.

Si cabe hablar de una derrota de este, como se expone en este artículo, también hay que hablar de la victoria del MAS. Bolivia tiene la gran oportunidad de gestionar los próximos difíciles años con un gobierno fuerte, con respaldo en la Cámara de Diputados y de Senadores, que también se elegían ahora. La renovación en la presidencia puede tener un efecto positivo en el movimiento político, si sirve para abrirlo y escapar del frentismo al que se había llegado con Morales.

 

 

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