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Un país dividido

A la espera de que acabe el recuento electoral en Estados Unidos, lo único seguro es que la fractura social tenderá a agravarse

Al proclamar su triunfo la madrugada del miércoles sin esperar a contabilizar los millones de votos anticipados que sabía que le iban a perjudicar, Donald Trump puso a Estados Unidos en el disparadero de una crisis institucional de dimensiones desconocidas y de consecuencias imprevisibles.

El presidente rompió uno de los consensos democráticos básicos, el de que nadie se adjudique una victoria sin que los números la acrediten, y enfangó los próximos días, sea cual sea el resultado final, al acusar sin prueba alguna al Partido Demócrata de haber participado en la adulteración del voto por correo. Una forma irresponsable de calentar los ánimos en las filas del trumpismo más exaltado y de ahondar en la fractura del país, dividido por la mitad en dos bandos.

Aunque este miércoles encaraba el recuento como favorito por un estrecho margen, lo cierto es que las encuestas se equivocaron de nuevo y Joe Biden confirmó las flaquezas que se le suponían para atraer el voto latino y el de los trabajadores industriales y devolver al campo demócrata a electores que en el 2016 votaron por Trump, seducidos por la promesa de que acudiría a su rescate. Mientras el ‘establishment’ demócrata se revela carente de una estrategia que module su tendencia cada vez mayor a ofrecer una imagen elitista del partido, el sometimiento republicano a la habilidad de Trump para atraer voluntades aleja al partido de su perfil tradicional, pero le permite consolidar un núcleo sólido de electores en la llamada América profunda.

El populismo ultraconservador encarnado por el presidente ha venido para quedarse, y ese es un dato esencial para aventurar que si el paso siguiente de un Trump derrotado es una batalla judicial sin cuartel, los riesgos serán mucho mayores que los de una simple disputa legal habida cuenta la demostrada capacidad de Trump de excitar a sus bases. No valen como precedente los 33 días de espera del año 2000, cuando George W. Bush ganó la presidencia merced a su triunfo en Florida al final de un largo litigio con Al Gore. La atmósfera política por aquel entonces no estuvo exenta de tensiones, pero no tenía la densidad irrespirable de hoy.

Lo único del todo seguro es que la división del cuerpo social tenderá a agravarse y la desafiante oferta populista de Trump se mantendrá como una referencia para la extrema derecha emergente en todo el mundo, porque ha demostrado una capacidad de resistencia y de falseamiento de la realidad que nadie había previsto; un poder de convocatoria que ni siquiera decayó con la desastrosa gestión de la pandemia.

 

 

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