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La ‘primavera’ guatemalteca

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GUATEMALA HA HABLADO. 

¿PERO qué ha dicho? El coro es unánime: el pueblo guatemalteco, harto del mal gobierno, la corrupción y la mamadera de gallo a la que secularmente lo tienen sometido sus gobernantes se ha movilizado para conseguir algo inédito y sin duda histórico: la renuncia del presidente Otto Pérez Molina, hoy desaforado por el Congreso, vigilado como un posible delincuente, y en puertas de ser juzgado como cualquier ciudadano, acusado de ser el jefe de una red en el poder que se lucraba con los ingresos aduaneros del país.

¿Estamos ante una ‘primavera guatemalteca’ que, en cualquier caso, saliera mejor que parecido movimiento de masas en el mundo árabe? El exguerrillero salvadoreño y hoy profesor universitario Joaquín Villalobos pone los puntos de interrogación necesarios en un artículo en El País (de España): “…cientos de aeropistas clandestinas y la segunda mayor flota de aviones privados de Latinoamérica son algunas de las muchas historias de la transformación provocada por el crimen organizado en Guatemala, en menos de 20 años”. Y la indignación popular destruye pero no necesariamente construye.

Hoy, domingo, seis de septiembre, se celebran en el país unas elecciones presidenciales que en modo alguno reflejan el terremoto acaecido. Hay tres grandes candidatos que juegan su pase a segunda vuelta el 25 de octubre: Manuel Baldizón, evangelista profesional, Sandra Torres, esposa de presidente, que, como representantes del establecimiento, no expresan en lo más mínimo la protesta callejera, y un tercero en discordia, el popular artista Jimmy Morales, casi el voto contra los que votan, un Cinque Stelle o Beppo Grillo a la centroamericana, que , como primero que aparece en las encuestas, refleja la desafección general de la opinión hacia la política.

La conmoción se ha acelerado estos últimos días, pero llevaba meses cargándose las pilas. Desde abril está presa la vicepresidenta Roxanna Baldetti, y en las últimas semanas ha renunciado una tropilla de ministros y altos funcionarios, todos ellos en relación a la mega-estafa perpetrada por un ‘gang’ llamado la Línea, del que Pérez Molina era el supuesto jefe. Y de 158 parlamentarios presentes, 132 votaron por el desaforamiento presidencial; los 26 que se ausentaron son del partido de Baldizón que, sin embargo, les había exhortado a que votaran contra el mandatario. Y como esa clase política no ha podido experimentar ninguna transubstanciación eucarístico-política en solo unas jornadas, lo que la clase política ha hecho es soltar lastre. El clamor ciudadano era de tal magnitud que, aún más en vísperas electorales, había que sacrificar incluso al rey en una partida de ajedrez que hoy no hace sino comenzar. Algo relativamente parecido a Colombia en el otoño de 2012, cuando se abría el proceso de La Habana con todo por hacer. Y en Guatemala la política recuerda el tejer y destejer de Penélope, un principio sin fin del forcejeo de partidos: en medio siglo han desaparecido 59 formaciones políticas, que hoy son 28, y, sobre todo, la creación de un líder, como quien se hace un traje a la medida para que le llenen los bolsillos de votos.

El éxito popular necesitaba, sin embargo, una mano maestra que echara a rodar la bola de tan graves acusaciones y ha sido la de un magistrado colombiano, Iván Velásquez, insuficientemente apreciado en su país, por decir poco.

En 2006 se creó a instancias de la ONU una oficina de impagable e impronunciable denominación latinoamericana , la CICIG (Comisión Internacional Contra la Impunidad en Guatemala), que ha batallado para llevar a los grandes culpables ante la Justicia, pero sin éxitos de nota hasta la defenestración del presidente. Entre 2008 y 2010 desempeñó la dirección del organismo el destacado jurista español Carlos Castresana, que abandonó ante la imposibilidad de operar con un mínimo de eficacia, y con un poder, pendiente sobre la cabeza, que era un maestro en el arte de la zancadilla.

Y Velásquez (Medellín, 1955), que tomó posesión en octubre de 2013, no lo ha tenido precisamente fácil, como prueba la intención de Pérez Molina de poner fin cuanto antes a la experiencia.

Lo más significativo del remezón que ha sufrido el país puede ser que la dimisión de Pérez Molina haya dejado a la intemperie a la clase política. Mientras el presidente siguiera en activo era un fusible que defendía con su persona la estabilidad de un sistema que, tanto si se le encuentra culpable o inocente, se basa en el engaño, el saqueo, y su corolario inevitable: la ineficacia.

‘Primavera’ o no, Guatemala puede hablar hoy de un antes y un después. El ‘antes’ significaría que todo empieza a cambiar, así que lleve un tiempo conseguirlo, de nuevo como en el caso colombiano, mientras que el ‘después’ encarnaría el riesgo de que todo haya sido una fecha más que un hito, una oportunidad perdida para impedir que las cosas sigan siempre igual.

 

* Columnista de El País de España.

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