Democracia y PolíticaElecciones

José Antonio Viera-Gallo: No es tiempo de agoreros

Hay que reconocer la realidad tal cual es, dejar de soñar con lo que el viento se llevó, y contribuir positivamente a lo que viene.

El plebiscito ha abierto una nueva etapa política que se debe consolidar con una nueva Constitución Política y la renovación de todas las autoridades electas del Estado el próximo año, salvo la mitad del Senado.

El resultado fue categórico y el mensaje claro. Pese a la pandemia, la gente concurrió masivamente a votar. Entre ellos, muchos jóvenes, que lo hicieron por primera vez. No faltaron quienes se emocionaron al ver que no estaban solos en sus expectativas.

Según una encuesta de Espacio Público, el sentimiento predominante es de esperanza. Otra encuesta indica que los conceptos que predominan son: cambio, transformación e incertidumbre. Las aspiraciones no son desmedidas. Se refieren principalmente a pensiones, salud, educación y un mejor desempeño de las autoridades evitando la corrupción o el abuso de poder. Entre los ganadores de la jornada se menciona a los pueblos originarios, adultos mayores, movimiento feminista, clases medias, pymes y beneficiarios de Fonasa. La gente es más escéptica sobre el impacto de una nueva Constitución en un mejor trato entre las personas, y tienen razón, porque una cosa son las normas y otra diferente las pautas culturales y los comportamientos de los ciudadanos.

Curiosamente, 65% de los entrevistados considera que entre las 4 elecciones de abril próximo –Alcaldes, Concejales, Gobernadores y Convencionales- esta última es la más relevante. El porcentaje llega a 77% en el grupo ABC1. Al momento de elegir las personas se inclinan por candidatos independientes, del mundo social y que dominen los temas constitucionales. No quieren personas que hayan ocupado cargos públicos.

Un signo que destacar del plebiscito es la confianza que los ciudadanos demostraron tener –y con razón– en el sistema electoral. Es el principal elemento de legitimidad de nuestro régimen político en este momento, y no es poco. En otros países –pienso en EE.UU.– el propio Trump se ha encargado de sembrar la duda sobre los resultados electorales. En Chile el sistema funciona y es correcto.

El voto significa, además, una afirmación que los cambios se quieren llevar adelante respetando la ley. No por la violencia. El plebiscito es la antítesis del vandalismo y de la represión. Efectivamente, la violencia ha disminuido y ha perdido legitimidad, salvo en la Araucanía, donde tiene causas más complejas e históricas.

Ahora se trata de alcanzar una Constitución moderna que consagre un Estado social y democrático de derecho, que reconozca a los pueblos originarios y la paridad de género, donde se eliminen los altísimos quórums necesarios para cambiar ciertas leyes y rija el principio de mayoría, con mecanismos de participación ciudadana. En tal sentido se han pronunciado un grupo significativo y plural de profesores de derecho constitucional, los denominados independientes no neutrales, y con matices Evópoli y los partidos de la ex Concertación.

Los chilenos quieren iniciar una nueva etapa política, que tiene su eje principal en el proceso constituyente, pero que comprende también diversas e impostergables reformas legales que respondan a las demandas sociales perentorias, agudizadas por la pandemia y sus efectos económicos, que desde ya entregue señales claras que las autoridades han escuchado y entendido el mensaje de la gente en el plebiscito.

No se esperan resultados inmediatos, sino un camino de cambio que apunte en la dirección de una sociedad más solidaria y menos desigual.

Chile debe reencontrar el rumbo después de un año de fuertes tensiones y conflictos. Se espera un giro político. La principal responsabilidad la tiene el Gobierno. Pero también los parlamentarios, los partidos políticos, los líderes de opinión y, en general, todos los que tienen mayor poder en la sociedad.

Se trata de ir cerrando una doble brecha:

  • entre las elites que manejan el poder y la gente
  • entre los menores de 34 años y el resto

Esas rupturas han provocado una caída vertical de la confianza en las instituciones. Se han publicado muchos libros analizando el estallido y sus causas. El diagnóstico está relativamente claro. El desafío es actuar en consecuencia.

La principal tarea del Gobierno en lo que le resta de su mandato es impulsar, favorecer y conducir la nueva etapa política. Paradojas de la vida: el cambio no buscado del ministro del Interior puede conformar un equipo político más homogéneo y sensible a las nuevas circunstancias. La llegada de Rodrigo Delgado, que trabajó por el Apruebo, puede ser la señal que se estaba esperando.

Mucho dependerá que la oposición también dé señales de escuchar a la gente y superar su ensimismamiento.

Moros y cristianos deben aprender la lección, y no continuar actuando como si el plebiscito hubiera sido un accidente o una escaramuza más entre los actores políticos.

Por su parte, poco saca un sector de la elite -sobre todo empresarial y de comentaristas y analistas políticos- con lamentarse o adoptar una actitud pesimista o escéptica, subrayando y exagerando los elementos de incertidumbre que el proceso que se inicia tiene. Las dudas hamletianas no sirven en política. Hay que reconocer la realidad tal cual es, dejar de soñar con lo que el viento se llevó, y contribuir positivamente a lo que viene.

No es el tiempo de los agoreros, que predicen tragedias sin la convicción que puedan ser evitadas. Inducen al desánimo. Si llegan a tener razón, de nada sirvieron sus augurios, y si se equivocan, mejor que se hubieran callado.

La Convención Constitucional debe conjugar cuatro verbos: representar, reflexionar, concordar e innovar. Debe cuidar su legitimidad y mirar hacia el futuro donde hay nuevos desafíos a la democracia. Si tenemos éxito podemos dar una contribución a la región, en el sentido que es posible reiniciar un nuevo camino lejos del autoritarismo y del populismo.

 

 

Botón volver arriba