Venezuela, el futuro que le espera a América Latina
Que la democracia venezolana había muerto, se convirtió en lugar común propagado en los medios internacionales hace ya algunos años, cuando, tras el fallecimiento de su personaje más representativo y emblemático – así les duela aceptarlo a quienes jamás vieron en él otra cosa que un militar traidor, cobarde y demagogo – , vieron imponerse una dictadura de mala muerte, sostenida por los cubanos, los rusos, los chinos y el islamismo talibán. Por ninguna otra razón que no fuera asaltar sus riquezas y apropiárselas sin encontrar a quienes las defendieran.
Lo que esos medios no podían imaginar era que la desaparición de la democracia venezolana, vale decir, la extinción de su sistema respiratorio, anticipaba la desaparición de la república misma. Decir que ha desaparecido la democracia venezolana, a estas alturas ya significa simplemente afirmar que ha desaparecido Venezuela. No hay ciudadanía que la reclame, clase política que la represente, gobierno que la comande, oposición que la defienda y academias y universidades que investiguen y divulguen su historia. Venezuela ha muerto.
No existe otro precedente en la región que el de Cuba, que dejó de existir como república el 1 de enero de 1959, cuando decidió dejar de ser una simple dictadura militar para convertirse en la peor tiranía de América Latina – marxista y soviética – en sus quinientos años de historia. Fue el comienzo de la desnaturalización de la América española para convertirse en pasto de las apetencias de cubanos, chinos y rusos. Y resulta asombroso constatar que ese precedente, en lugar de ser combatido y extirpado de las opciones políticas latinoamericanas, insiste en encontrar réplica a través de los mecanismos improvisados por el analfabetismo golpista militar venezolano. Es el caso de Chile, que “avanza a paso de vencedores” – Chavez dixit – hacia una constituyente y una nueva constitución que ponga la conversión de la democracia chilena en una dictadura a la orden del día, con el respaldo casi unánime de un pueblo que perdió su compostura, su sensatez y su brújula política.
El desvarío venezolano y la destrucción sistemática e irracional de sus fuentes de riquezas – las más poderosas del subcontinente – no han servido de alarma ante una región sumida en las taras y complejos de siempre. El oportunismo político de sus élites ha arrastrado a los chilenos a lanzarse a sus abismos. Hoy, la extinción de Venezuela anticipa una crisis regional de trágicas y devastadoras consecuencias. Es hora de comprenderlo y reaccionar con honorabilidad y valentía. O entraremos en el peor período de nuestra historia.