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Angela Merkel: La «chica de Kohl» cumple 15 años de liderazgo europeo

La canciller alemana mantuvo con firmeza el timón de la austeridad en la crisis del euro y ha servido de plomada también en la crisis del Brexit y en la legislatura Trump

La imagen de sus dos manos, con las palmas hacia dentro y las yemas de los dedos apoyadas en las de la mano espejo, el denominado «rombo de Merkel», se ha ido anclando en el tiempo como símbolo de poder en equilibrio. La canciller alemana admite que se trata de una simetría deliberada que además le ayuda a mantener la espalda recta y los especialistas en lenguaje corporal sugieren que transmite el deseo de generar puentes. Pero para el común de los europeos es la imagen del liderazgo de continuidad en Europa y de una Alemania centrada que, durante ya 15 años, ha apuntalado las bases de la UE en la sucesión de crisis tras crisis, a lo largo de seis legislaturas.

«El día que la conocí, organizando sobre la marcha una rueda de prensa, en marzo de 1990, ella era portavoz de un grupo juvenil y no me pareció que llevase semejante bastón de mariscal en la mochila», recuerda ahora Thomas de Maizière, que después sería ministro de Merkel en varias carteras, «porque su liderazgo no se basa en el carisma, sino en el su pasión y su capacidad de trabajo». Max Weber delimitó a tres las características de una destacada personalidad: pasión, sentido de responsabilidad y sentido de la proporción. «Merkel tiene las tres, aunque a menudo esconda su pasión tras una correcta moderación en las formas», dice de Maizière, tratando de precisar la clave de su éxito, repasando un balance, sin duda con luces y sombras pero también sin duda de éxito.

Merkel se presentó a las elecciones tras el escándalo de las cuentas secretas de la CDU y cuando su partido no contaba con ganar. Por eso los barones lanzaron a «la chica de Kohl», a la que a todas luces habían infravalorado. Se hizo discretamente con la herencia política de Kohl, que en ese momento nadie deseaba, y con la doctrina de la economía social de mercado de Konrad Adenauer, cuyo retrato lleva 15 años colgado en su despacho. Y con esos mimbres se lanzó a sanear la economía pública alemana, con una década de déficit cero en los presupuestos. Ha hecho falta una pandemia global para que prescinda de ese dogma. El paro alemán rozaba el 15%, su nivel más alto desde la II Guerra Mundial, el PIB estaba estancado y Alemania llevaba tres años incumpliendo el Pacto de Estabilidad, con un déficit por encima del 3%. Se fijó esos tres objetivos y, una vez cumplidos, el resto de toda su política, tanto económica como social, ha perseguido objetivos a cumplir en 2030.

Errores y aciertos

Desde el momento en que llegó al poder, tal día como hoy hace 15 años, ha lidiado a base de pragmatismo con las familias del partido, en las que nunca despertó gran afecto y entre las que mantuvo equidistancia. De Maizière cree que es su empatía, lo que le permite ponerse en el lugar de todos esos machos alfa, entender lo que necesitan y, pacientemente, apaciguarlos. Y cuando se han vuelto especialmente molestos, nunca ha dudado en dar patadas hacia arriba, en dirección a Bruselas o incluso hacia la presidencia alemana. Es perseverante en la búsqueda de acuerdos, pero también sabe cuándo sacar el colmillo y nunca le tembló la mano ante las grandes decisiones.

Legisló un abandono de la energía nuclear, tras Fukushima, que adelantó por la izquierda y a toda velocidad las reivindicaciones de Los Verdes. Mantuvo con firmeza el timón de la austeridad en la crisis del euro y ha servido de plomada también en la crisis del Brexit y en la legislatura Trump, que Alemania y Europa han vivido como otra auténtica crisis. Defendió contra todos la prioridad humanitaria, en la crisis de los refugiados y hoy sigue empeñada en una política europea común de inmigración, en la que sigue trabajando. Pero hasta hace un año confesaba que su crisis más difícil había sido la de Ucrania, de nuevo una guerra en suelo europeo. Sus temblores la hicieron parecer agotada, seguramente en el momento más duro de su vida personal, que llevó con absoluta discreción, pero fue entonces cuando llegó la pandemia para volver a elevarla a la categoría de líder solvente europeo. «Como física, piensa siempre en términos de causa y efecto, qué pasará si hago esto, qué pasará si no lo hago…», explica de Maizière, que garantiza, además, que siempre decide por el bien de Alemania y de Europa.

Pero en estos 15 años también ha habido fracasos. Su intento de organizar una sucesión ordenada al frente del partido terminó en un fiasco cuyas consecuencias solo serán mensurables con el paso de los años. Y el ascenso de un partido antieuropeo y antiextranjeros, que ha llegado incluso a ocupar escaños en el Bundestag, será sin duda parte de su legado. Si se presentó a una cuarta legislatura, por aclamación general de su partido, fue en parte para tratar de enmendar esos asuntos pendientes, pero sus más estrechos colaboradores creen que está deseando que lleguen las elecciones. En una ocasión confesó que le apetecería conducir durante meses por Estados Unidos, con su marido y sin que nadie los reconozca.

 

 

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