Villasmil: Estados Unidos, el populismo, la izquierda y las democracias
Recordemos una imagen ejemplar: el único momento de unidad de la dirigencia política norteamericana cuando Donald Trump daba su informe anual al parlamento, en febrero de este año 2020, fue cuando presentó a Juan Guaidó, presidente (e) de Venezuela. En ese momento todos se pusieron de pie para aplaudir, incluyendo a la Speaker Demócrata de la Cámara de Representantes, Nancy Pelosi.
Un tema debatido al sur del Río Grande es cómo se comportará la nueva administración de Joe Biden con las tiranías de Cuba, Venezuela y Nicaragua. Un hecho que no depende de los gringos sino de nosotros es que, frente a un país tan importante e influyente como la nación norteamericana, lo que deben hacer primariamente las oposiciones de esos tres países es fomentar en el Capitolio y la Casa Blanca compromisos bipartidistas de apoyo a nuestro deseo de que la libertad regrese a nuestras naciones.
Por otra parte, están los enemigos a enfrentar: convengamos, en primer lugar, que toda estrategia arranca por saber identificar a los adversarios.
La campaña electoral gringa, con su oceánica profusión de fake news, de mentiras al voleo, no fue de mucha ayuda. Conocer al contrario debe arrancar por desmontar algunas mentiras, como que habría una “conspiración mundial” del mal donde estarían metidos Barack Obama, George Soros, Bill Gates, Hillary Clinton (quien también tendría tiempo para liderar una red de prostitución), Nicolás Maduro, Hugo Chávez –desde la tumba-, el Foro de Sao Paulo, el Grupo de Puebla, y quien usted quiera agregar (¿Angela Merkel? ¿Wonder Woman? ¿Pelé? ¿Lionel Messi?); o que el único líder mundial capaz de liderar una contraofensiva contra dicho mal era Donald Trump (supongo que con sus amigos López Obrador, Orban, Putin y Bolsonaro).
Conspiración claro que hay; sin duda hay una oportunidad abierta a los enemigos de la democracia liberal, pluralista y centrada en la economía de mercado, y que en esa –real- conspiración confluyen tanto fuerzas de ultraderecha como de izquierda (o, como se dice en estos tiempos, el nacionalismo-populista de Trump, Putin u Orban, con una izquierda que perdió definitivamente la brújula desde que se derrumbara el Muro de Berlín). Se ha dicho muchas veces: los extremos se tocan.
Sobre el nacionalismo-populista y ultraderechista del trumpismo se ha escrito y se sigue escribiendo mucho; vale la pena detenerse, con algún detalle clarificador, en ese cada vez más estrafalario adefesio llamado izquierda.
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¿Qué es la izquierda hoy?
Por un lado, está la añeja socialdemocracia, agrupada en la Internacional Socialista, con partidos miembros como el SPD (Alemania), Acción Democrática y Voluntad Popular (Venezuela), el partido Liberal (Colombia), PSOE (España), Partido Laborista (Reino Unido), PRI (México), etc. Una auténtica merienda de…diversas historias y culturas políticas. Pero ellos son socialistas y supongo se entienden.
En otro escenario se encuentran partidos y movimientos de “izquierda revolucionaria”, muy amigos y defensores de las tiranías cubana, venezolana y nicaragüense, y de la violencia como método de acción. Ellos están detrás de muchos de los actos de destrucción que se han presentado en diversos países.
La gran mayoría de estos grupos se vinculan con el Foro de Sao Paulo y el Grupo de Puebla. ¿Hay alguna relación entre los “revolucionarios” y los “socialdemócratas”? Sin duda. Por décadas, la socialdemocracia amparó y excusó la conducta de sus parientes radicales, desde la llegada de los bolcheviques en Rusia a la defensa de la revolución castrista, e incluso algunos hasta hace poco al chavismo.
Y algo que debe llamar la atención es que varios dirigentes de la socialdemocracia son miembros del Grupo de Puebla, como el expresidente español Zapatero, el ídem colombiano Ernesto Samper, y el ex-secretario de la OEA (donde sirvió diligentemente a Hugo Chávez), hoy senador socialista chileno, José Miguel Insulza.
Todos estos grupos y movimientos siguen desorientados por la derrota política (el derrumbe de la Unión Soviética) y económica (no les ha quedado más remedio que abrazar el capitalismo y el mercado); han asumido entonces una extravagante mezcla temática que va desde un igualitarismo desnortado, unido a un feminazismo –que no feminismo- donde las mujeres son objetivadas y manipuladas en defensa de un nuevo totalitarismo, un batiburrillo sectario y contradictorio centrado en las “políticas de género” así como en las “identitarias”.
Un hecho que es fundamental y central en la izquierda revolucionaria de hoy: luego de que hace décadas la dictadura castrista iniciara el proceso de vincularse al narcotráfico, hoy existe una alianza entre dicha izquierda, gobiernos afines, el narcotráfico transnacional y la guerrilla colombiana. La base de operaciones está hoy en la destruida Venezuela chavista-madurista.
Esas fuerzas reciben variado apoyo y solidaridad de gobiernos autoritarios como el iraní, el turco, el chino y la Rusia putinesca.
Un dato final: ¿qué otra cosa han tenido siempre en común, qué ha unido, a los diversos socialismos? Una tara histórica llamada “anti-norteamericanismo”. Todo socialista es antigringo por esencia y praxis. No se puede ser socialista y progringo -con la excepción, claro, de que no hay socialista de solera y abolengo (además de algún dinero, sin duda de origen público), que no le guste pasar vacaciones en DisneyWorld e ir de compras a la Quinta Avenida de Manhattan-.
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Señalado el campo rival, ¿cuál es el estado de los supuestamente buenos de la película, los países democráticos?
A diferencia de los socialismos revolucionarios, que se muestran diligentemente unidos –y que, como hemos dicho, conectan perfectamente en sus objetivos desestabilizadores con los nacionalistas-populistas de ultraderecha ya mencionados, y las autocracias china y rusa- las democracias no solo no están unidas, sino que exhiben alarmantes estados de desgaste, de corrupción (se ha calculado que Odebrecht –por sí sola- repartió más de $788 millones en sobornos a políticos y funcionarios oficiales latinoamericanos), de ineficacia, de debilitamiento institucional. Las excepciones se pueden contar por su escasez: Alemania, los países nórdicos, Nueva Zelanda, Uruguay, algunos pocos más.
Perú acaba de tener tres presidentes en una semana; Argentina y España enfrentan peligrosas derivas antidemocráticas; Centroamérica no tiene líderes que merezcan apoyo popular (en Guatemala acaban de quemar el congreso); los ciudadanos brasileños deben escoger entre Bolsonaro, la vieja derecha clientelar y las corruptelas de Lula; Chile tiene un Gobierno que aspira solamente –con mucha suerte- a concluir su periodo.
¿Qué le falta a las democracias? Primero liderazgos honestos, gobiernos eficientes y empáticos (sobre todo frente a la pandemia), luego unidad, tanto política como estratégica. Para enfrentar a los autoritarismos castrista, chavista y orteguista así como a las fuerzas del nacional-populismo. Unidad para enfrentar los socialismos revolucionarios, unidad para enfrentar a todos aquellos que desde la ultraizquierda y la ultraderecha desean derrumbar los valores esenciales de Occidente. Iniciativas como el Grupo de Lima, muy loable en sí misma, no bastan. Se requiere una presencia más unificada en diversos organismos multilaterales, como la ONU. Es un real escándalo que las democracias no se opusieran más activamente al inmoral ingreso de la Cuba castrista al Consejo de Derechos Humanos.
Esa unidad es la que debemos alentar y promover. Entendiendo obviamente que, en el caso de las luchas contra las tiranías izquierdistas latinoamericanas, solo podremos tener autoridad moral para exigir el apoyo de la institucionalidad norteamericana a nuestras causas si nosotros y nuestros partidos –los verdaderamente democráticos-, estamos unidos.
Es una auténtica paradoja que el establecimiento político gringo muestre a veces más claridad y unión frente a las tiranías latinoamericanas que las respectivas oposiciones nacionales.
Finalizo con las acertadas palabras de la experta en comunicación política Carmen Beatriz Fernández (y que si bien están dirigidas a los venezolanos pueden ser asumidas asimismo por cubanos y nicaragüenses): la verdadera postura de los venezolanos debería ser apostar por la causa de Venezuela, que es la causa de la democracia en Occidente, que sea “una causa bipartidista”, que sea abrazada igual por republicanos que por demócratas, y también por los socialcristianos y socialdemócratas de Europa. “Identificar la causa venezolana con los partidos de derecha, desde el punto de vista estratégico, sería una torpeza”.
Añado yo: y un gravísimo error en la clarificación de quiénes son nuestros amigos sinceros, y quiénes afirman serlo pero no lo son.