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Ciudadano Zapatero

Si no fuera por la Unión Europea, la actitud del PSOE, el partido que hoy manda en España, sería la de la eterna conciliación y búsqueda de diálogo con el gobierno de Maduro, aun después de la pantomima del 6D. Los personajes de la política clave en España hoy, frente a los últimos sucesos en Venezuela, o tienen un caucho pinchado o se parecen bastante a un billete de 75 euros.

 

Las últimas declaraciones de Josep Borrell marcan un deslinde definitivo frente al régimen chavista. Borrell no hace sino adaptarse, en su condición de Alto Representante de la Unión Europea para Asuntos Exteriores y Política de Seguridad -y, también, como miembro del Parlamento Europeo-, a lo que la mayoría en Bruselas piensa sobre lo que sucede en Venezuela. Se ha convencido, abandona aquellas posiciones melifluas de sus principios en el alto cargo europeo. Ahora parece tener las cosas más claras. Declaró que las elecciones del domingo no cumplieron con las condiciones mínimas de una democracia. Se une a la declaratoria continental y probablemente universal (con las excepciones por todos conocidas, desde luego): No es posible reconocer la farsa.

Por su parte, la ministra de Exteriores de España, Arantxa González Laya, le dio también la razón a la Unión Europea. Declaró que no se puede reconocer el resultado del 6D porque los comicios carecieron de garantías. «Es lo que he venido manteniendo desde hace meses. En todo caso, España mantiene su disposición a apoyar un proceso de transición para buscar una solución pacífica a la crisis». De paso, puso distancia con la declaración del ex presidente José Luis Rodríguez Zapatero. Bien lejos con ese señor.

Eso está muy bien. Pero España va atrasada al encuentro de la reluciente verdad. Ha debido ser España, por sus vínculos con Venezuela, el primer país europeo en adelantar gestiones contra el gobierno madurista. No lo hizo. No cumplió su rol. Ha debido ser la primera nación en hablar claro, liderando una política conjunta que abarcara varios escenarios, incluyendo el castigo a los bolichicos que han traído capitales producto de la corrupción a Madrid y aquí están, acomodados. Ya se ha dado suficiente información sobre estos antiguos altos cargos chavistas o empresarios surgidos al amparo de PDVSA o Miraflores. Algunos anunciándose a los cuatro vientos, como la cadena de gafas o anteojos Hawkers, edificada con dinero estafado al pueblo venezolano. ¿Ha habido sanciones ante el arribo de esos capitales, o al menos una averiguación que conduzca a alguna parte? Al parecer, no.

Hay un problema en España, en la política española, en la sociedad española: La doble moral. Mientras escribo estas líneas hablan en RNE del rey emérito. Que la Corona está en entredicho, que la institución no debe ser mancillada por el comportamiento de un individuo, que los jóvenes en España no tienen arraigo por la democracia y eso tiene que ver con este tipo de asuntos ventilados así. En fin. La cleptocracia de Don Juan Carlos hace que se renueven los apetitos por una Confederación de Repúblicas Ibéricas, un vente tú «plurinacional», palabreja que le encanta a Pablo Iglesias, uno que ha estado calladito después del 6D.

Hubo una primera república federal en 1870 que no llegó a tener siquiera Constitución; otra en 1933 que desembocó en el golpe militar de Francisco Franco y su consecuencia inmediata, la espantosa Guerra Civil que todavía pesa ominosamente sobre la conciencia nacional. En España hay un modelo autonómico en entredicho. No parece ser un escenario muy confiable como apoyo a la democratización de Venezuela. Venezuela se ve muy sola desde España.

Hay interés mediático, la gente suele hacerse preguntas sobre lo que está padeciendo el pueblo venezolano. Pero hay casos sintomáticos como el de la escritora Almudena Grandes, una rabiosa feminista que no hace mucho decía que no tenía suficientes elementos para juzgar al régimen de Maduro; que algo le faltaba, a ella, quien tiene todos los recursos para informarse si tiene oídos y ojos para hacerlo. O es cínica o es bruta. Sus libros son un fardo memorioso con sesgo buenista por los perdedores de la Guerra Civil. Esta izquierda progre que ella representa se halla enquistada en instituciones académicas y culturales. Es rosquera y mayormente afecta a Unidas Podemos.

“En España hay un modelo autonómico en entredicho. No parece ser un escenario muy confiable como apoyo a la democratización de Venezuela. Venezuela se ve muy sola desde España”

En general, el interés de los políticos por Venezuela parece estar bastante contaminado en España. ¿Qué hace José Luis Rodríguez Zapatero, ex presidente del gobierno, rompiendo lanzas a estas alturas del partido a favor de un régimen narco, militarista y autócrata, la cosa más parecida a un gorilato que ha habido en Latinoamérica desde los años setenta? Quizá es un encargo del mismo PSOE, partido que necesita jugar a dos bandas, ser políticamente correcto y, a la vez, mantener sus alianzas. Quizás haya encargado el trabajito sucio a Zapatero: Te quedas ahí, de ese lado, sosteniendo el hilo conductor. Acuérdate de Repsol; acuérdate de Telefónica. Acuérdate del BBVA.

El rector de la Universidad Católica Andrés Bello (UCAB), Francisco José Virtuoso, dice que el problema no es que Zapatero haya expresado sus opiniones favorables al gobierno de Nicolás Maduro, sino que trate sistemáticamente de venderse como un observador imparcial, el supuesto puente entre la comunidad internacional, especialmente con la UE y el gobierno español, aun cuando a todas luces es un aliado del madurismo. Virtuoso dice que, desde luego, «ha participado en los esfuerzos de negociación en los que también ha participado la oposición, pero siempre jugando un papel muy ambiguo. Eso no ayuda a la verdadera solución del conflicto. Lo suyo es un papel de facilitador del gobierno de Maduro. Es un vocero de Maduro».

Humberto García Larralde, quien actualmente vive en Barcelona, es profesor jubilado de la Universidad Central de Venezuela (UCV) e Individuo de Número de la Academia de Ciencias Económicas. Acaba de publicar en España un libro titulado La devastación de Venezuela: Razones y tragedias de un populismo redentor (Editorial Kalathos2020), valioso porque es un minucioso seguimiento del desastre bolivariano. Se le pregunta su opinión sobre Rodríguez Zapatero, dice que su respuesta no puede ser equilibrada, en absoluto. Reconoce que durante su gobierno se sacó la Ley sobre la memoria histórica, la que dio derechos a los emigrados por la Guerra Civil. «Pero lo que él está haciendo ahora me lleva a pensar si estará en la nómina de Maduro. Algunos podrán decir que es una conclusión extrema pero, ¿por qué lo digo? Porque él no es ningún recién llegado a un partido de extrema izquierda, alguien que puede dejarse llevar por supuestas filiaciones ideológicas…, no; tiene suficiente experiencia. Es una persona madura. No puedo creer que sea socio de Maduro por aquello del socialismo compartido. La única explicación que le encuentro para que insista en defender ese régimen, a pesar de evidencias como el informe de Naciones Unidas, es que ahí hay algo más; no afinidad ideológica ni amistad personal».

 

En España hay un inmenso cariño por Venezuela. En el programa mañanero «Espejo Público» (Antena 3) acaba de aparecer un vídeo de Nicolás Maduro mostrando una molécula a la que atribuye la sanación del coronavirus cien por ciento. Podrían haberse burlado de él, los que animan el programa, pero solo un tertuliano alude, irónicamente, a Rodríguez Zapatero, preguntándose si el ex presidente avalará esa molécula. Susanna Griso, la presentadora, se limita a reconocer que en Venezuela hay muy buenos científicos y pasa a otro tema, de inmediato. Ella tiene familiares cercanos que vivieron, o viven, en Venezuela.

Desde luego, en España hay afinidades e intereses, la mayoría de los españoles comparte una inquietud común, una historia de querencias y costumbres. Lástima que la palabra de Felipe González haya caído casi en desuso. Lástima que los aliados principales de Leopoldo López, sus anfitriones por vocación en España, sean los del Partido Popular. Merecerían un artículo aparte. Por cierto, Margarita López Maya alude, en artículo dentro de este mismo portal, a la caída del apoyo de Juan Guaidó, según encuesta de Datanálisis. Que merodea tal apoyo, hoy, 25% después de haber tenido hacia marzo de 2019 sobre 70%. Agrega que el respaldo de la comunidad internacional a la causa opositora no puede, aunque siga siendo sólido, revertir esta realidad.

Por una parte, cabrían varias reflexiones sobre un pueblo tan dependiente de la dádiva estatal, y tan proclive a equivocarse en las elecciones. Un pueblo que no escarmienta, a pesar de haber pagado con sangre sus inclinaciones a elegir de la peor manera posible. Por otro lado, es cierto que hay una debilidad en el liderazgoLeopoldo López, sin ir más lejos, debería explicar dos o tres cosas para hacerse creíble: ¿Qué hace su padre, Leopoldo López Gil, quien obtuvo una curul en el Parlamento Europeo a nombre del PP, por Venezuela?, ¿se está ganando sus siete mil euros mensuales allá sentado bien cómodo, o está llevando a cabo alguna iniciativa que uno desconoce?

Otra pregunta. No es acerca de cómo salió de la residencia del embajador hace un par de meses, escabulléndose subrepticiamente y todo eso. No. La pregunta es ¿cómo entró en su condición de presidiario?, ¿qué demonios tenía que conversar con Diosdado Cabello antes de su entrega en Caracas en 2014? Eso ha quedado en la más completa sombra hasta ahora. Debería practicar más la transparencia y dejar el doble juego.

 

 

 

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