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Villasmil: Liberación

 

Más allá de recuperar democracia y justicia, la de Venezuela es una lucha por la liberación”. Con esas palabras concluye el buen amigo Ramón Peña su último artículo (“Al cierre del año”) del infausto 2020. Y cuánta razón tiene.

¿Liberación de qué? ¿De simplemente un mal gobierno? ¿De un autoritarismo más, con problemas externos e internos que resolver, como tantos que por desgracia han asolado estas regiones? Eso es lo menos que quisieran vender los agentes del régimen, como el español Zapatero, para que se pueda lograr el objetivo de “normalizar” las relaciones entre Maduro y el mundo –como se hizo con la tiranía de los Castro en Cuba-. Pero la realidad es otra, y Ramón nos la explica sucintamente: “este desastre no es explicable como resultado de un enfrentamiento entre coterráneos. Somos víctimas de un poder criminal ajeno a nuestro gentilicio, manipulado por los ya viejos hilos castrocubanos, a los que se sumó este año la injerencia, y por supuesto el aprovechamiento, de las peores satrapías asiáticas”.

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El tema de la liberación tiene tiempo siendo tratado en los análisis geopolíticos. Es visto, esencialmente, como la ruptura con un círculo vicioso, como la superación de un estado negativo y de larga duración, en el cual pocos se benefician a costa de la mayoría. Puede ser una oligarquía disfrazada de democracia, una presencia colonial inaceptable, o una dictadura que se pretende “popular y nacionalista”. Esto último recurrente, por desgracia, en nuestra historia latinoamericana.

Es habitual que la lucha no sea necesariamente contra una tiranía local, sino contra una ocupación extranjera. En dicha confrontación, se cuenta frecuentemente con el apoyo de organizaciones internacionales, que reconocen no solo su derecho a la rebelión, sino que asimismo le otorgan alguna personería jurídica.

La palabra “liberación” ha sido usada tanto por organizaciones denominadas de izquierda como de derecha. Existen partidos como el costarricense “Liberación Nacional”, fundado por José Figueres; o movimientos como la OLP (Organización de Liberación Palestina), creada en 1964, una coalición de movimientos políticos y paramilitares creada por el Consejo Nacional Palestino en Jerusalén; o el “Movimiento Cristiano Liberación”, fundado en 1988 para luchar contra la tiranía castrista, y uno de cuyos líderes más reconocidos fuera el fallecido –en circunstancias no suficientemente aclaradas – Oswaldo Payá Sardiñas,  Premio Andrei Sajarov a los Derechos Humanos del Parlamento Europeo en 2002.

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                En la historia venezolana podemos ver como el anuncio y la llegada de un movimiento liberador tanto el mensaje de Monseñor Rafael Arias Blanco, el 1 de mayo de 1957, como la posterior firma del Pacto de Puntofijo, apenas comenzada la etapa democrática, la más fructífera de nuestra historia. Dos documentos fundamentales que sentaron las bases de un proceso liberador frente a una historia llena de caudillos protagonistas de todo tipo de corruptelas, de instituciones débiles, de autoritarismos centrados en un salvador, un mesías, en el fondo un tirano.

 

 

 

La Carta Pastoral de Monseñor Arias Blanco sobre la cuestión laboral, en ocasión del 1 de mayo de 1957, fue punto de partida para la caída de la dictadura y el restablecimiento de la vida democrática en Venezuela; hacía fundamental referencia, bajo la inspiración de la Doctrina Social de la Iglesia, del escándalo, de la fundamental contradicción, que significaba que frente a la inmensa riqueza petrolera, la dictadura solo realizara obras materiales (las cuales había ensalzado Marcos Pérez Jiménez, una semana antes, en un discurso en el Congreso Nacional).

En una nota de José Virtuoso S.J., publicada por el Centro Gumilla, leemos que “Desde principios de año se trabaja en ella. La Juventud Obrera Católica (JOC) adelantó una encuesta que sirvió para recolectar datos sobre la situación social del país, fijándose especialmente en las condiciones de vida de la clase trabajadora. La encuesta duró dos meses. A través del recién fundado Secretariado Social se consultó a los párrocos de las más remotas aldeas de la provincia. Se tomaron también como referencia las mediciones económicas y sociales realizadas por instituciones internacionales, especialmente el estudio que para ese año publicó la Organización de las Naciones Unidas.

Según relata el reportaje de Gabriel García Márquez, aparecido en la revista Momento (Caracas, 9/10/1959): …Con una documentación completa en su despacho, el Arzobispo inició la redacción de sus notas. En 45 días de trabajo, de consulta con sus asesores, la primera copia definitiva: once hojas a máquina, a doble espacio… Fue necesaria una actividad extraordinaria para que la Pastoral estuviera en todas las parroquias de Venezuela. El 1 de mayo fue leída en las parroquias de Caracas. A fines de la semana le había dado la vuelta al país, y trascendido al exterior, donde se consideró como una brecha en el cinturón de acero creado por la censura a la Prensa. La primera edición -repartida gratuitamente por los párrocos- se agotó en ocho días”.

 

 

Mientras, al año siguiente, ya caída la tiranía, el objetivo del Pacto de Puntofijo (llamado así por el nombre de la casa de Rafael Caldera, de ese nombre –y no por cierto, Punto Fijo, como la ciudad-, ubicada en Sabana Grande, y donde se firmó dicho documento, el 31 de octubre de 1958) fue conseguir la sostenibilidad de la recién instaurada democracia (que siguió siendo amenazada por diversas intentonas golpistas), mediante la participación equitativa de todos los partidos en el futuro gabinete ejecutivo, excluyendo al Partido Comunista y a los sectores afines a la derrocada dictadura de Marcos Pérez Jiménez. Se deseaba un ejecutivo de unidad nacional con un programa de gobierno mínimo común (como se espera hoy de las fuerzas democráticas, por cierto).

Y se logró. Se impuso una democracia de diálogo y consenso cuando era necesario, como años después, durante la nacionalización petrolera, o la posterior Reforma del Estado. Se obtuvieron logros imposibles de imaginar en 1958 porque el arranque fue unitario, sin duda inspirado en esos dos escritos, de propósito común, que significaron la Carta Pastoral y el Pacto de Puntofijo. Dos de las reflexiones más importantes de la historia patria.

Ambos documentos tienen en común la defensa de las instituciones primordiales de la libertad, del pluralismo, de la ordenada vida en sociedad. Por encima de egoísmos, de ambiciones y de mesianismos. Tal y como se requiere hoy de la oposición, para lograr una auténtica liberación nacional, definitiva, del trágico oscurantismo chavista.

 

 

 

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