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Juan José Monsant A.: Sobre la posverdad

La semana que se inicia viene precedida de las semanas más convulsionadas que haya conocido nuestra región, y más allá; por el significado que encerró y por lo que ellas pudieron significar para nuestra “aldea global” irreversible. Me refiero a la toma del Congreso de los Estados Unidos por los supremacistas blancos, antiglobalistas, antisemitas, libertarios y nacionalistas alentados, influenciados, instrumentalizados o protegidos. Fueron imágenes bochornosas, insólitas, carnavalescas y definitivamente criminales; violentaron el reciento, desalojaron a los legisladores, y sobrepasaron las fuerzas de seguridad en una acción de irresponsabilidad e inmadurez cívica y personal, que no les excusa pero que lo explica; como el caso de “toro sentado” (aquél de los cuernos y la capa de piel, por ejemplo).

Se evidenció que al lado de estos caricaturescos personajes, otros fueron directamente a la búsqueda de objetivos concretos prestablecidos: documentos, archivos, computadoras. Fue así como observamos imágenes de invasores fotografiando documentos, abriendo gavetas, cargando laptops, colocar los pies sobre escritorios, destruyendo, portando banderas confederadas y de las diferentes sectas radicales que representaban. Había para escoger: incautos, radicales, desprevenidos, y los jefes, aquellos que iban tras otra realidad y consecuencias.

Ni siquiera en la Venezuela de chavez y maduro habíamos visto tal cúmulo de violencia contra el Poder Legislativo, a pesar de haberlo hecho. Y aquellas imágenes en la Corte Suprema de Justicia cuando la totalidad de los magistrados ataviados con sus togas de solemnidad levantaron el brazo con el puño, al tiempo que gritaban: ¡Uh, Ah, chavez no se va! cuando el difunto dictador entraba a la sala judicial, quedarán gravadas en la historia de la estupidez y degradación humana, al lado de la invasión del Capitolio estadounidense.

La semana del veinte de enero igualmente fue una semana de angustia y expectativa, la de la juramentación de Joe Biden y Kamala Harris, como presidente y vicepresidenta de los Estados Unidos. La capital del país, sede de los poderes públicos, Washington, fue tomada militarmente por más de 20 mil soldados de la Guardia Nacional, efectivos del FBI y la Policía del Distrito de Columbia, ante la amenaza de intentos de sabotear el acto de la juramentación que se llevaría a cabo esta vez, ante las puertas del Congreso, como acto simbólico de reparación y afirmación republicana.

Detrás de estos extraños personajes que irrumpieron en el Capitolio se encuentran organizaciones de extrema derecha, neofascistas, supremacistas, antisemitas, machistas, xenófobos y creyentes de conspiraciones internacionales. Organizaciones como los Proud Boys y QAnon , el Tea Party han logrado infiltrar, como se ha comprobado, al ejército, la Guardia Nacional, la Policía, algunas iglesias protestantes, a la Iglesia Católica norteamericana y al Partido Republicano.

Una de las lecciones que ha dejado esta profanación, es que ningún país, organización o persona, esta exenta de caer en la peligrosa ingenuidad o desviación de carácter, de asumir lo que se ha llamado la post verdad como verdad incuestionable; es decir, que la verdad no es la verdad, sino lo que se hace ver de ella a través de los medios de comunicación y redes sociales, la que es asumida no solo por incautos y extremistas sino por el receptor no prevenido. Por ejemplo, Los ultranacionalistas combaten lo que llaman la globalidad, lo cual es una antinomia de la verdad verdadera. Es decir, desde que el hombre comenzó a interrelacionarse se inició la globalización y el fin de la autarquía personal o grupal. La globalización es el verdadero fin de la historia, un planeta interrelacionado, interdependiente e interprotegido. No existe nación o país completamente autárquico, y la pandemia COVID19 lo evidencia. La aparición de la imprenta, el telégrafo, la radio, la televisión, el internet lo demuestra.

Rechazar la globalización no solo es inútil, sino desactualizado, tonto; una posverdad tan peligrosa que nos puede conducir a la esquizofrenia personal o colectiva, con resultados tan trágicos como la toma del Capitolio, ignorar la vacuna o, a una guerra generalizada.

 

 

 

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