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Ciudadanos y Vox meten la pata

Salvador Illa tenía dos puntos débiles para la campaña en Cataluña. Uno, el más doloroso, era arrastrar la muerte de más de 80.000 personas por la covid-19, en una gestión marcada por la negligencia y la mentira. Es un logro que ningún político europeo del siglo XXI puede atribuirse. A pesar de esto, al decir de las encuestas no le pasará factura en las urnas, lo que dice muy poco de nosotros como pueblo democrático.

Si todo el bagaje de Salvador Illa fuera el sacrificio de un perro para detener el ébola, o piropear a una señora, estaría fuera de la política. En este caso se beneficia de que hemos banalizado la muerte, de que nuestra mente no acepta que el desastre ha sido verdad porque no encuentra imágenes de referencia en traslados de ataúdes, o de pacientes intubados. En esto ha sido esencial el control de la información llevado a cabo por Moncloa.

El plan es apelar al votante harto de la matraca nacionalista, y decepcionado por un Ciudadanos que se dio a la fuga y que hoy está deshecho

El segundo punto débil de Salvador Illa también forma parte ya del pasado. La única posibilidad del sanchista en Cataluña es representar la solución “unionista”, con o sin Constitución, federal o confederal, pero dentro de España y de la Unión Europea. El plan es apelar al votante harto de la matraca nacionalista, y decepcionado por un Ciudadanos que se dio a la fuga y que hoy está deshecho. El sanchismo catalán cuenta con que el constitucionalista, el que defiende los símbolos de España, ese que todavía se cabrea cuando insultan a Felipe VI o cuando llenan la calle de lazos amarillos o banderas independentistas, sí, ese votante rabioso, no suma más del 15% y que se distribuirá entre PP y Vox.

La clave será el despiece del partido de Inés Arrimadas. Ciudadanos fue en 2017 el almacén del voto de protesta, y ahora sus muebles han salido a subasta. Salvador Illa es el designado por Moncloa para desempeñar ese papel de contenedor. No obstante, hasta ahora le faltaba la autoridad que solo pueden conferir los adversarios. Aquí es donde el inepto ministro de Sanidad ha tenido la ayuda inestimable de Inés Arrimadas y de Ortega-Smith.

Según Arrimadas y Ortega-Smith, si un catalán no quiere un gobierno independentista, lo mejor es apoyar a Illa

Ambos han ofrecido a Illa apoyar un gobierno del PSC en Cataluña. No se me ocurre mejor manera de ningunearse y de respaldar el discurso del sanchismo catalán. Según Arrimadas y Ortega-Smith, si un catalán no quiere un gobierno independentista, lo mejor es apoyar a Illa. Aquí no acaba el disparate: Ciudadanos dice que solo ellos pueden evitar que Illa pacte con los nacionalistas, con lo que está diciendo que el socialista no tiene principios y tiende a pactar con el golpismo. De esta manera, está ofreciendo su apoyo al mismo a quien niega dignidad constitucional.

Ante tal contradicción, la salida ha sido otro error: pedir a los catalanes que hagan lo mismo que en 2017, que concentraron el voto constitucionalista en Arrimadas. Parece obviar que esos electores se sintieron luego abandonados. “Es que no me daban los números para la investidura”, dijo, pero en septiembre de 2017, con menos apoyos parlamentarios sugirió una moción de censura contra Puigdemont, y luego, tras las elecciones, la llevó a cabo sin éxito Lorena Roldán.

Apoyar el ‘cuponazo vasco’

¿Qué campaña va a hacer ahora Ciudadanos en Cataluña? ¿Va a decir que quiere ser el sostén del partido que en España gobierna con el apoyo de Podemos, ERC y Bildu? ¿De quien gobierna en Navarra pensando en la anexión al País Vasco? ¿De los que apoyan el “cuponazo vasco” y el acercamiento de los presos de ETA que siguen sin arrepentirse de sus crímenes? ¿Y Vox? ¿Va a seguir diciendo que tan malo es el independentismo como el PP, cuando gobierna con los populares en varias autonomías y ayuntamientos?

¿Es mucho pedir un poco de cautela y pausa? ¿Es una osadía reclamar la vieja regla de pensar antes de hablar? Parece mentira que llevemos cuatro elecciones generales desde 2015, y otras tantas entre europeas, autonómicas y municipales, con decisivos cambios en el sistema de partidos y en el poder, y todavía esté tan bisoña la nueva política.

Como mucho aspiran a influir en el poder desde la subordinación, y deciden en voz alta soluciones desesperadas

Al final los viejos partidos, el PSOE y el PP, se han adaptado mejor a los nuevos tiempos que los partidos que surgieron de la crisis del sistema. Sus mandatarios, ya sea por tradición o inteligencia política, han sabido conservar la regla de oro de los partidos: dar la apariencia de que pueden gobernar sin desdibujarse en exceso.

En cambio, los nuevos partidos no tienen vocación mayoritaria, les asusta, como a Arrimadas en 2017, y optan por estrategias peregrinas que les restan identidad y posibilidades. Como mucho aspiran a influir en el poder desde la subordinación, y deciden en voz alta soluciones desesperadas con la confianza de que el electorado tenga una memoria de pez o una ingenuidad infantil. No voy a ser yo quien les quite la ilusión.

 

 

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